viernes, 28 de noviembre de 2008

Diario confuso de un día como otro cualquiera



¿Fue ayer por la mañana cuando salí de casa y tuve que volver a los pocos minutos porque se me había olvidado el guión de la charla? ¿O fue anteayer?

Creo que llovía, ¿o no? Quizá sólo hacía frío. Y ahora que lo pienso mejor, no regresé a casa: pensé volver, pero me dije que, total, que para qué quiero yo un guión que no pienso mirar. O sea que cogí el coche y fui al colegio. ¿Al colegio? Espera un momento. Yo los jueves no voy al cole. Así que estuve en otro sitio que ya no recuerdo y di dos veces la misma charla, no por error, sino porque tenía que hacerlo. Supongo que asistirían personas diferentes. La segunda charla salió sola. Yo hablaba con el piloto automático puesto mientras pensaba en otra cosa, y como ya sabía cómo iba a reaccionar la gente, hacía las pausas necesarias para que se rieran cuando tocaba.

Después, confesonario: dos horas. A continuación, a comer unos sángüiches con David (a mi los sángüiches me gustan con g más que con w; tienen más sustancia). David devoró tres, y eso que por la tarde le esperaba la fiesta del «Thanksgiving day" con pavo incluido.

Luego perdí el móvil. Yo pierdo el móvil tres o cuatro veces al día. O sea, que me paso media vida buscándolo y otra media celebrando haberlo encontrado. Ahora mismo, por ejemplo, no estoy muy seguro de si lo he vuelto a perder o no. Tendré que mirar en el abrigo cuando acabe de escribir esto.

Más confesonario. Otras dos horas. Eran las tres de la tarde y hacía frío y sueño. A las cinco salgo a tomar el aire y a rezar en la iglesia de los Carmelitas. Me encuentro con Carlos, que necesita hablar conmigo urgentemente. Suena el móvil (lo tenía en el bolsillo): es Jose María que me pide que le dicte de memoria un poema de Peguy sobre la Esperanza. ¿Por dónde iba? Ah, sí: Carlos me retiene tres cuartos de hora. Hablamos dentro de su automóvil con la calefacción a tope.

Más confesonario. Otras dos horas o algo más. Yo pienso en el blog. ¿Qué escribo para mañana? Mañana (o sea, hoy) es un día muy importante, pero me duele la cabeza y no soy capaz de enhebrar dos ideas.

Vuelvo a casa y cojo "Nuestro Tiempo". Leo un estupendo artículo de Rocío Arana sobre Pedro Antonio Urbina. Abro el ordenador, y no se me ocurre nada. Voy al oratorio. Trato de hacer examen de conciencia, y compruebo que he vuelto a perder el móvil. Estará en el coche.

Todo esto fue ayer (¿o anteayer? No estoy seguro).



4 comentarios:

Anónimo dijo...

felicidades

Anónimo dijo...

Felicidades!

También pierdo el móvil tooooodo el rato. Me llamo con frecuencia para encontralo, el problema es que cuando está en modo silencio me quedo son batería y a veces lo encuentrp y, a veces, no...

Anónimo dijo...

¿Por qué nos pasan cosas tan parecidas? Casi, casi podría firmar ese diario de ayer. Aquí, en la terreta, tembién hace frío y claro, los lugares son distintos. Y no he perdido el móvil. Será el oficio, que nos iguala.
Un abrazo
Anonio M

Anónimo dijo...

Feliz día!

Como siempre, usted sigue en plena forma.