viernes, 14 de febrero de 2014

La libertad se llama dignidad

Fernando García de Cortázar ha escrito hoy en la tercera página de ABC un artículo que merece la pena leer y conservar. Creo que cualquier comentario mío sólo serviría para estropearlo. 





La libertad se llama dignidad



EN el prin­ci­pio fue el mie­do. En el prin­ci­pio fue el te­mor a que las pro­pias con­vic­cio­nes no dis­pu­sie­ran de la po­pu­la­ri­dad que se­ña­lan los son­deos. En el prin­ci­pio fue el pá­ni­co a ir con­tra la co­rrien­te, el ho­rror al de­te­rio­ro de la pro­pia ima­gen, el es­pan­to de quien se que­da a so­las con sus ideas. Por­que el li­de­raz­go po­lí­ti­co de nues­tros días no se ba­sa en la ejem­pla­ri­dad de la con­duc­ta, sino en la adap­ta­ción a las cir­cuns­tan­cias. Lo más des­di­cha­do de es­te tiem­po no es so­lo que nues­tra so­cie­dad ha­ya per­di­do aque­llos va­lo­res esen­cia­les que ex­pli­can el sis­te­ma ner­vio­so de una cul­tu­ra y el an­da­mia­je éti­co de una ci­vi­li­za­ción. Es más la­men­ta­ble, en fin, ha­ber ba­ja­do a un ni­vel en que el es­pe­sor del com­pro­mi­so con la ver­dad se con­si­de­re me­nos apre­cia­ble que la del­ga­dez del re­la­ti­vis­mo. Es de­sola­dor que, tras ha­ber des­trui­do uno a uno los edi­fi­cios en los que se ins­pi­ra­ba nues­tra ar­qui­tec­tu­ra cul­tu­ral, ha­ya quien quie­ra con­ver­tir lo que no es más que in­tem­pe­rie éti­ca en el re­fu­gio ilu­so­rio de una irres­pon­sa­ble li­ber­tad.
Los his­to­ria­do­res he­mos per­ci­bi­do siem­pre la cri­sis de una ci­vi­li­za­ción en la pér­di­da de una con­cien­cia, en la ero­sión de una se­rie de cer­te­zas fun­da­cio­na­les en las que co­bra sig­ni­fi­ca­do el sen­tir­se par­te de una in­men­sa tra­di­ción y de un gran pro­yec­to de vi­da en co­mún. La au­sen­cia de esa pers­pec­ti­va, mu­cho más que las pe­na­li­da­des ma­te­ria­les, es lo que ha con­du­ci­do a la des­truc­ción de so­cie­da­des que de­ja­ron de creer en ellas mis­mas por­que em­pe­za­ron por per­der su fe en los prin­ci­pios so­bre los que se ha­bían cons­ti­tui­do. La quie­bra de los va­lo­res en los que se fun­da una co­mu­ni­dad afec­ta a la im­pres­cin­di­ble in­te­gri­dad de una cul­tu­ra, a la va­li­dez de una ma­ne­ra de en­ten­der el mun­do, a la fir­me­za de un mo­do de or­de­nar una exis­ten­cia co­lec­ti­va.
Si una na­ción es la cau­sa que de­fien­de, si una so­cie­dad es el es­pí­ri­tu que la ins­pi­ra, si una ci­vi­li­za­ción es la con­cien­cia de su con­ti­nui­dad his­tó­ri­ca, la gra­ve­dad de la cri­sis de Es­pa­ña no se en­cuen­tra en los cu­ra­bles des­equi­li­brios de nues­tra eco­no­mía, sino en el atroz va­cia­do de los prin­ci­pios que nos hi­cie­ron par­te de un gran es­pa­cio al que lla­ma­mos Oc­ci­den­te. No po­drá con­so­lar­nos de es­ta pér­di­da que tam­bién se su­fra en otros paí­ses eu­ro­peos, aun­que en el nues­tro la co­sa em­peo­re por la fal­ta de re­sis­ten­cia ideo­ló­gi­ca, por el com­ple­jo de in­fe­rio­ri­dad, por la inau­di­ta ca­ren­cia de co­ra­je cí­vi­co con el que se acep­ta la de­rro­ta sin ha­ber da­do la ba­ta­lla. Y mu­cho más por­que Es­pa­ña es el úni­co país oc­ci­den­tal en el que se ad­mi­ten re­pro­ches po­lí­ti­cos y des­plan­tes doc­tri­na­les de quie­nes, en los úl­ti­mos cien años, han he­cho pa­sar a Eu­ro­pa por las eta­pas más ver­gon­zo­sas de las que guar­da me­mo­ria la mo­der­ni­dad.
La nor­ma que de­be re­gu­lar la in­te­rrup­ción del em­ba­ra­zo vuel­ve a pre­sen­tar­se co­mo ese te­rri­to­rio de abun­dan­tes vi­cios pri­va­dos y es­ca­sas vir­tu­des pú­bli­cas don­de to­ma for­ma nues­tra vi­da so­cial. Los con­flic­tos desata­dos por el pro­yec­to son el es­ce­na­rio en el que se re­pre­sen­ta la tris­te en­ver­ga­du­ra de nues­tras con­vic­cio­nes. En es­tas úl­ti­mas jor­na­das, el lla­ma­do «tren de la li­ber­tad» ha rea­li­za­do un cor­to via­je sen­ti­men­tal, un vo­ci­fe­ran­te trans­por­te de mer­can­cías ideo­ló­gi­cas, cu­yo evi­den­te es­ta­do de ca­du­ci­dad no les im­pi­de pre­sen­tar­se co­mo ali­men­to del pro­gre­so y to­ni­fi­can­te de la de­mo­cra­cia. De nue­vo, las ex­hor­ta­cio­nes de es­te sec­tor guar­dan los atri­bu­tos esen­cia­les de un ac­to de pro­pa­gan­da y des­car­tan cual­quier in­di­cio de los re­cur­sos de una ar­gu­men­ta­ción. Lo que cuen­ta es, co­mo siem­pre en el mun­do es­té­ti­co de nues­tra iz­quier­da, la pues­ta en es­ce­na: ex­hi­bir dos ca­mi­nos que con­du­cen al mis­mo co­ra­zón de las ti­nie­blas.
El pri­me­ro, que la de­fen­sa de la vi­da es una pa­té­ti­ca exa­ge­ra­ción del len­gua­je, una inexac­ti­tud gran­di­lo­cuen­te de reac­cio­na­rios, que con­fun­den una sim­ple acu­mu­la­ción de ma­te­ria or­gá­ni­ca con un ser hu­mano. El se­gun­do, que sea cual sea la con­di­ción de lo que una mu­jer em­ba­ra­za­da lle­va en su seno, a ella so­la­men­te co­rres­pon­de to­mar la de­ci­sión de per­mi­tir que la ges­ta­ción con­ti­núe o se in­te­rrum­pa. Siem­pre fiel a ese me­lo­dra­má­ti­co es­tu­por lai­cis­ta que pa­ra­li­za los ór­ga­nos sen­so­ria­les de nues­tra iz­quier­da, quie­nes se ma­ni­fies­tan in­di­can que la Igle­sia tra­ta una vez más de in­cul­car sus dog­mas a los no cre­yen­tes, co­mo si el abor­to fue­ra un asun­to que na­ce y mue­re en el cau­ce mo­ral del ca­to­li­cis­mo. Co­mo si la de­fen­sa de ese pro­yec­to exis­ten­cial que es una vi­da ya con­ce­bi­da no tu­vie­ra más mo­ti­va­ción que las con­vic­cio­nes re­li­gio­sas.
No creo que ha­ya es­pec­tácu­lo más do­lo­ro­so que el de una so­cie­dad que se plan­tea la can­ce­la­ción de una vi­da co­mo un ac­to de li­ber­tad. De­je­mos aho­ra la ya pe­no­sa ar­gu­men­ta­ción acer­ca de la ca­li­dad hu­ma­na de lo que una ma­dre lle­va en su vien­tre. Con­si­de­re­mos que el úni­co mo­ti­vo que con­du­ce a pro­po­ner­se el abor­to es, pre­ci­sa­men­te, que lo que na­ce­rá se­rá una per­so­na, cu­ya exis­ten­cia ge­ne­ra­do­ra de con­flic­tos o in­co­mo­di­da­des, cu­ya exis­ten­cia inopor­tu­na, cu­ya exis­ten­cia sin va­lor quie­re des­truir­se. Por­que, de no es­tar pre­vis­ta la lle­ga­da al mun­do de una per­so­na, ¿en qué con­sis­ti­ría la preo­cu­pa­ción de esa ma­dre que de­fi­ne co­mo de­re­cho la pro­pie­dad ab­so­lu­ta so­bre su cuer­po y una abe­rran­te so­be­ra­nía so­bre una vi­da que aún ha de exis­tir? Si na­cer es al­go más que cum­plir un trá­mi­te hos­pi­ta­la­rio, si vi­vir cons­cien­te­men­te es al­go más que un he­cho bio­ló­gi­co, no po­de­mos pen­sar que la con­cep­ción es un sim­ple asun­to de efi­cien­cia re­pro­duc­ti­va, sino el preám­bu­lo fas­ci­nan­te y abru­ma­dor de la ca­pa­ci­dad de crear una exis­ten­cia hu­ma­na.
La li­ber­tad es aque­llo que nos rea­li­za, es aque­llo que nos da nues­tra con­di­ción úni­ca en­tre to­das las es­pe­cies que vi­ven en la Tie­rra. Pro­cla­mar que la in­te­rrup­ción de una vi­da no es un me­ro ac­to de vo­lun­tad, sino el acon­te­ci­mien­to en el que la li­ber­tad co­bra to­da su ple­ni­tud, so­lo pue­de ema­nar de ese tra­yec­to fe­rro­via­rio, de ese via­je al fon­do de la no­che que se ha em­pren­di­do en nom­bre de una fal­sa eman­ci­pa­ción. Por­que aquí no se tra­ta ya de que una mu­jer ex­pre­se las con­di­cio­nes dra­má­ti­cas en que tan­tas ve­ces pue­de dar­se un em­ba­ra­zo no desea­do. Es­ta­mos an­te la ani­qui­la­ción mo­ral de una so­cie­dad, que con­si­de­ra que las cues­tio­nes lla­ma­das «de con­cien­cia» y que se re­fie­ren a va­lo­res fun­da­men­ta­les pue­den pri­va­ti­zar­se has­ta el pun­to de ex­cluir cual­quier aten­ción del po­der pú­bli­co, cual­quier vi­gi­lan­cia su­je­ta al bien co­mún, cual­quier de­fen­sa de los de­re­chos de to­dos. ¿Que­da­rá la po­lí­ti­ca pa­ra cues­tio­nes me­no­res, pa­ra asun­tos ad­mi­nis­tra­ti­vos, pa­ra te­mas de ter­tu­lia, mien­tras los as­pec­tos esen­cia­les que han de­fi­ni­do la ca­li­dad su­pe­rior de nues­tra cul­tu­ra son aban­do­na­dos en el re­duc­to au­tis­ta de la con­cien­cia in­di­vi­dual?

Por creer lo con­tra­rio, quie­nes pen­sa­mos que en nues­tra con­duc­ta de­ben ser pre­ser­va­dos los de­re­chos y no los pri­vi­le­gios, que nues­tra le­ga­li­dad no pue­de dar por bueno lo que re­pug­na a nues­tra mo­ral, he­mos si­do aga­sa­ja­dos con la mu­ni­ción ha­bi­tual de nues­tra iz­quier­da. Por si nos sir­ve de con­sue­lo en es­te tran­ce di­fí­cil, en el que de­be­mos opo­ner la en­ver­ga­du­ra de las con­vic­cio­nes a los ín­di­ces de po­pu­la­ri­dad, no es­ta­rá de más re­cor­dar lo que un siem­pre lú­ci­do y ya vie­jo Ches­ter­ton di­jo a quie­nes le tra­ta­ban de reac­cio­na­rio: «Apren­dí lo que era la li­ber­tad cuan­do pu­de dar­le el nom­bre de dig­ni­dad».

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno!! Si el hecho de generar dificultades y conflictos fuera motivo para perder el derecho a vivir,¿Cuántos habitantes tendría la tierra?
Lucía

G-maquepa99 dijo...

"No creo que ha­ya es­pec­tácu­lo más do­lo­ro­so que el de una so­cie­dad que se plan­tea la can­ce­la­ción de una vi­da co­mo un ac­to de li­ber­tad".

exacto!

Almudena dijo...

Lo más triste de todo es que la mayoría de la gente te dice: "yo creo que nunca lo haría, pero no me parece bien imponer mi forma de sentir a otros"... Asi que, se apoya el aborto ¡Por amor al prójimo, por respeto...!

Ana dijo...

"La libertad se llama dignidad"...
Y yo agrego ante todo respeto a la Vida desde el momento de la Concepción...
Nuestro querido Papa Francisco hoy nos recuerda:"No tengan miedo a casarse..." y yo agrego a los hijos que vendrán... Dios bendice mucho a los padres generosos...
Preciosa la Entrada de hoy Pater !!! para reflexionar, y respetar la Vida siempre...
Buen Finde !!! para todos...

Papathoma dijo...

En una clase de Secundaria, en un colegio donde se ofrece a los alumnos una sólida formación humana y religiosa, se planteó un debate sobre el aborto. Un tercio de las chicas estaba claramente a favor. Argumentos: "un embarazo inesperado te arruina la vida","al principio no es nada, es...como una lagartija!".
Antes habían visto un documental sobre el aborto, imágenes reales incluídas.
Me causó una profunda tristeza, aunque entiendo que, a sus 14 años, no hacen sino repetir el mensaje que reciben:" tú decides". Y punto.
Como ahora ddecidirán en Bélgica los padres, cuándo ha llegado el momento de eliminar a su hijo enfermo.
De adolescente me gustaba aquella frase rotunda: "tu libertad termina donde empieza la mía".
Ahora me gustaría poder gritar: "mi libertad termina...donde empieza la tuya, hijo mío por nacer, enfermo o down, anciano padre, marido o hermano en fase terminal!!".

Alejandra dijo...

Repito mi comentario en otra entrada, puede sonar categórico, tendrá matices que no soy quién para juzgar, pero las cosas son como son.
En el aborto dólo caben tres posturas,
EN CONTRA, ASESINO O CÓMPLICE, y cómplices son todos los que se andan con medias tintas ( "porque no eres ni frío ni caliente te vomitaré de mi boca")...
No caben supuestos, lo del peligro psicológico para la madre es un coladero sin sentido, una mentira más, lo de las malformaciones tampoco, volveríamos al nazismo más radical, no hay escusas, TODOS tenemos derecho a la vida, porque la vida es de Dios, no nuestra. Hay que perderle el miedo a decir las cosas por su nombre.

pacita dijo...

Pater q pasa con mus comentarios?no están bien?

Enrique Monasterio dijo...

Ni idea. ¿Qué comentarios?