viernes, 2 de marzo de 2007

Miradas (II)


Esta mañana he vuelto a ver al loco. Estaba sentado en uno de los bancos del jardín que hay frente a mi casa. Allí suele pasar la noche abrazado a sus perros. Hacia las siete se despierta y comienza a dar voces. Luego, después de las ocho, desaparece.

Hoy, como siempre, he salido muy temprano, y casi me he tropezado con él. Llevaba en la cabeza una especie de pelucón gigantesco, una pelambrera roja, violeta, amarilla, como de carnaval. Los perros corrían y ladraban a su alrededor, y él les gritaba en un lenguaje enigmático.

A esas horas siempre coincido con las mismas personas: entre otros, con Goyo, el panadero, que me saluda cordial mientras descarga la furgoneta y distribuye los panes por los bares de la zona, y también con un gordito que se tambalea en la esquina.

Yo suelo ir deprisa, camino del parking, y el loco nunca deja de chillarme. A veces, a juzgar por el tono, se diría que me insulta. Pero, ¿quién sabe?

—Lo mejor es no mirar —me dice el gordito, que ya anda vacilante y un tanto escorado—. Si le miras, es peor.

Hace años, un mendigo vestido de estatua, que hacía mimo en la calle Serrano, me dijo que se pintaba la cara de blanco para que no le reconocieran, porque era del barrio, pero que, en realidad, no haría falta, porque, para la gente, él era sólo una cosa, un muñeco.

—A la cara no te mira nadie. Se conoce que les da vergüenza aguantar la mirada de uno que tiene hambre.

Me pregunto si no será ese el problema del loco del jardín: ¿no estará reclamando sólo una mirada?

Benedicto XVI nos dijo algo de esto en su primera encíclica:

“Es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo.(…)

Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita.”

—Mañana, me digo. Mañana no tendré miedo: le miraré a la cara y trataré de sonreír y de escucharle.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Que bonitas las palabras de Benedicto XVI¡
Me parece una buena lección para ejercitar la virtud de la caridad.

Adaldrida dijo...

Gracias por enlazarme!

Enrique Monasterio dijo...

Lo mismo te digo, Rocío. Donde las dan las toman

Anónimo dijo...

Me ha gustado este artículo... agradezco que se recuerde que la calle está llena de gente que nadie ve, con historias terribles, abandonados de todos, incluso de sí mismos. A veces me pregunto cómo hemos llegado a tener un corazón tan duro para esquivar a los bultos que se encuentran en el suelo, tirados, que han pasado la noche a la intemperie. Pasamos a su lado corriendo, pensando en nuestras tonterías...