jueves, 15 de marzo de 2007

Via Crucis de Ernestina (IV)

VII. Segunda caída

Caíste de nuevo como un tronco al que no pudo abatir el leñador de un primer golpe. Te veo en tierra y me invade, junto a una piedad infinita, una confianza inefable, que hace reposar de dulzura mi corazón.

Al contemplarte siento que, aunque yo caiga otra vez, mil veces, Tú estarás a mi lado y que, con tu auxilio, podré levantarme siempre, alzar los ojos a Ti y, al encontrar los tuyos, bañarme en tus pupilas, dejar en ellas el polvo del camino, recobrar la antigua pureza, renacer amparada por tu misericordia, por tu paciencia, acogerme a esa mansedumbre que nos rinde a tus plantas y nos entrega a ti sin remedio.



VIII. Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

¡Que el otoño no siegue nuestras hojas, Señor! Queremos ser, como Tú, leña verde, fragante, derramando savia. Que el hacha del sufrimiento, al desgajarnos, se impregne de aromas. Danos a raudales la vida de tu gracia, para que no escuchemos jamás de tus labios la maldición de la higuera.

¿Y qué fruto puede brotar de nuestras ramas sin tu ayuda y apoyo? Haz que lloremos por Ti hacia adentro, sin lágrimas, con un dolor verdadero que trascienda a todos nuestros actos y nos redima de llorar más tarde sobre la propia muerte.


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