lunes, 30 de abril de 2007

Miradas VII. En una gasolinera


Camino de Madrid, me detengo a poner gasolina en un área de servicio de la autopista. Es muy temprano, hace frío, llueve y apenas hay clientes. Es lunes, 30 de abril, y media España está de puente.

Después de llenar el depósito me acerco al mostrador. El empleado, de unos treinta años, grande y fuerte, de rasgos inequívocamente andinos, está inclinado sobre unos papeles y parece distraído. Al fin levanta la cabeza y me mira. Al darse cuenta de que soy sacerdote, intenta hablar, pero no le salen las palabras. Tiene los ojos húmedos y una mirada oscura que es como un grito.

—¿Te ocurre algo? —le pregunto—.

—Murió mi padre.

Ha logrado decirlo a duras penas.

—¿Qué ha ocurrido?

—Lo mataron. Yo vine aquí sólo por eso, para poder mandarles dinero.

—¿Quién lo mató?

—¡Todos lo mataron!: el hambre, la pena, los políticos… Me llamó mi mamá desde Ecuador.

En ese momento, entra un nuevo cliente. Yo espero unos segundos a que termine de atenderle.

—¿Vas a regresar a Ecuador?

—Ojalá pudiera. ¿Rezará usted por él, padre?

—Por supuesto. Dime cómo se llamaba.

—León. Era un buen cristiano. Yo soy su hijo mayor y también me llamo León.

Lo ha dicho con orgullo, pero ya no puede contener las lágrimas.

Entra una señora en el local, y se pone detrás de mí. Me dan ganas de decirle que nos deje en paz unos minutos, pero no es posible. Entra también un chico y coge una bolsa de patatas, una revista y algo más.

—Hoy ya he celebrado Misa —le digo—; pero mañana la ofreceré por tu padre.

Aún pudimos hablar unos minutos, pero el servicio de la gasolinera no nos permite alargarnos. Anoto su número de teléfono y su dirección.

Al poner en marcha el coche, León me saluda con la mano, y me mira. Casi sonríe al otro lado del cristal.




sábado, 28 de abril de 2007

En León






En León, además de descubrir "Peñacorada", un colegio magnífico casi recién nacido, he rezado en esa maravilla románica que es la basílica de San Isidoro y he vuelto descubrir a la catedral. Allí sigue a pesar de que, cuando vine por primera vez, pensé que aquellas piedras estaban a punto de echarse a volar. Tenía yo 15 años y eso escribí en una redacción que me encargaron en el colegio.
Además he encontrado a viejos y nuevos amigos. Y a Javier Martínez, un colega que tiene un blog sorprendente. Se llama "sacerdotes en Rusia". Si entráis aquí encontraréis entre otras cosas la más completa colección de videos útiles que he visto en la red.

viernes, 27 de abril de 2007

El ataque de los blogs

Hoy sale a la venta el número de mayo de Mundo Cristiano.
En mi sección "pensar por libre" aparece este artículo. Como veis, hago propaganda del blog. Ahora, desde el blog, hago propaganda de la revista.

Debe ser que, con los años, uno va perdiendo la vergüenza.




Me lo venía diciendo Jorge desde hace un par de años:

—Deberías hacerte un blog.

—¿Un qué?

En castellano hay pocos sustantivos que acaben en g, y todos son raritos: airbag, gag, gulag, tuareg, iceberg, además de los conocidos anglicismos tipo footing, puenting, lifting, etc.

Yo al blog lo llamaría globo, que es casi lo mismo, pero al revés. En el fondo, poner una página en Internet es como soltar un balón al aire para que flote sin rumbo en el espacio en busca de otros semejantes.

Pero me temo que ya es tarde para hacer cambios. No existe una “globosfera”; existe la “blogosfera”, un universo formado por millones de blogs (sí, Kloster, sí; he dicho millones), creados por gentes de todos pelajes, lenguas y re­ligiones, que, no contentos con navegar por la red, ponen un escaparate y dan la cara, porque quieren ser vistos y expresarse a su manera.

En la blogosfera uno encuentra de todo: expertos en origami que trafican con figuras de papel; poetas anónimos; coleccionistas de bolígrafos; sectas que tratan de captar adeptos; profetas alucinados que anuncian catástrofes siderales; políticos a la caza de un voto; navegantes solitarios que buscan compañía; ideólogos con ideas o sin ellas; adolescentes con acné en el alma; anoréxicas que se cuentan nuevos trucos para matarse de hambre sin que lo note mamá; depresivos afligidos; alcohólicos anónimos; borrachos conocidos; novelistas sin editor; cantantes sin discos; personajes en busca de autor; traficantes de mugre; obsesos sexuales, que no piensan en otra cosa; genios de cualquier doctrina que ofrecen sus servicios a bajo precio; misioneros heroicos que cuentan mil historias; sacerdotes que asesoran espiri­tualmente a quien quiera...

En la blogosfera hay también restos de blogs abandonados que giran en órbita como harapos de recuerdos deshilachados. Hay versos perdidos, páginas de personas muertas, que na­die se ha molestado en cerrar, y proyectos de blogs que no se hicieron, y ahí siguen, ocupando un “espacio” que uno no sabe hasta dónde llega, en qué consiste, dónde está ni quién controla.

La blogosfera es una ciudad aún más extensa que la Nínive del Profeta Jonás. Y, como en todas las ciudades, la vida va por barrios. Hay suburbios que es mejor no frecuentar para no correr el riesgo de recibir una cuchillada, de ser estafado por un gánster virtual o de ser corrompido con sexo salvaje.

Por tanto la blogosfera es peligrosa, sí…, como Madrid, Nueva York o Tokio. Pero no hay que huir ni encerrarse en el bunker. Al contrario: hay que entrar; hay que crear nuevos barrios, urbanizar los viejos, limpiar la ba­sura, poner un buen servicio de alcantarillado y utilizar la red para pescar, como Jesús pidió a San Pedro. Hay que crear nuevos ambientes, “remansos de aguas limpias” diría San Josemaría, y ponerse la escafandra anti-mugre para explorar la selva: los leones esperan.

Hemos de inundar de blogs este universo que está surgiendo. Es un deber. Gota a gota hay que llenar el mar.

—¿Entonces, qué hago?

Tú verás, querido Kloster. Yo puedo contarte lo que ya hice: utilicé una de las muchas plantillas que ofrece mi servidor de correo y en media hora estaba hecho el blog. Luego busqué blogs afines y, como buen vecino, llamé a la puerta para presentarme. Comenté los artículos que salieron a mi encuentro, conocí gentes estupendas, puse links (conexiones) con los más interesantes. Y enseguida noté el efecto multiplicador de la red.

Recordé entonces aquel punto de Camino: Eres, entre los tuyos —alma de após­tol—, la piedra caída en el lago. —Produce, con tu ejemplo y tu palabra un pri­mer círculo... y éste, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho. ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?

Yo ya lancé una piedra —mi blog es mi globo sonda—, y espero no abandonarla. Si queréis visitarme haced click aquí.

Estáis en vuestra casa y se admiten okupas.






jueves, 26 de abril de 2007

El tunel de mayo


En Madrid no hacemos puente; hacemos tunel. El alcalde nos ha acostumbrado a viajar bajo tierra. Además un túnel es siempre más largo que un puente. El próximo empieza el viernes, y no saldremos a la superficie hasta el 3 de mayo, ya que el 2 también es fiesta por estas tierras.

Yo antes iré a León. El Colegio "Peñacorada" (aquí lo tenéis) me invita a comer, a presentar un libro y a dar una conferencia. Si sobrevivo, me acercaré a La Urbe (léase Bilbao) para respirar el aroma de la Ría.

El blog, por tanto, descansa.

O no. Ya veremos.


miércoles, 25 de abril de 2007

Miradas VI. Una generación sin primos


Álvaro ha venido de fuera y aún no tiene amigos. Sin embargo va por la vida avasallando. Es grandón y bocazas; liga cantidad, según él, y estudia lo justo para no tener problemas. Habla muy alto, casi a gritos; carga con una serie de prótesis electrónicas, cuya utilidad desconozco, y arrastra los pies por los pasillos. El pantalón vaquero tiene mugre de años y sus aromáticos zapatos le hacen juego.

En las distancias cortas, sin embargo, cambia por completo. De pronto aparece tímido e inseguro. Su mirada es la de un pez tropical sorprendido en un acuario. Se seca las manos una y otra vez con el pantalón, y me dice que está harto de todo, que a su padre no le importa lo que él piensa, que van a lo suyo; que le da lo mismo una carrera que otra… O sea, que es un adolescente supernormal de clase alta en un país más rico que la mayoría.

—¿Tienes hermanos?

—No. Es que mi madre no quiere: no tiene tiempo.

—No será por eso…

—Que sí. Es lo que ella dice. Además es verdad que trabaja mucho. Está siempre fuera, y gana más pasta que mi padre.

—¿Tendrás primos, parientes…?

—¿Primos? No, gracias. Menudo rollo. Yo no tengo primos.

—Perdona, ¿tus padres no tienen hermanos?

—No.

Nunca se me había ocurrido pensar que se aproxima una generación sin primos, sin tíos, sin sobrinos... Son los hijos únicos de los hijos únicos.

Yo no sé cuántos primos tengo: tendría que coger la calculadora. Fueron mis amigos desde que nací. Eran mi tribu, y aún lo son. Por eso nos reunimos de vez en cuando. Y como la vida se abre paso, comprobamos cómo se multiplican los sobrinos y también los sobrinos-nieto. Me pregunto si se puede vivir de otra forma.

He sentido un escalofrío al ver la mirada triste e insegura de Álvaro:

—Mi madre no tiene tiempo.

No puedo juzgar a nadie, por eso cambio los nombres y las circunstancias de las personas; pero es evidente que está ocurriendo algo muy grave.

Hoy no diré nada más. Necesito pensar un poco.

martes, 24 de abril de 2007

Postdata


Me pregunta Luis:
-Y si el Papa no dijo eso ¿por qué salen estas noticias en los periódicos?
Y respondo:
¿Qué ocurriría si el jefe de deportes de un diario no supiera nada de fútbol? ¿Cuánto duraría en su cargo si además lo odiase? ¿Y si el de la sección económica no tuviese ni idea de lo que es la bolsa o hubiese olvidado las cuatro reglas?
¿Os imaginaís que nombrasen cronista taurino, enviado especial en la feria de abril, a un periodista japonés que nunca hubiese visto una sola corrida?
Es verdad: estas cosas no pasan. Los periodistas son gente culta, procuran estar informados y dicen la verdad casi siempre; pero, en la sección religiosa, no sé yo...

Benedicto XVI





Me pareció una buena idea poner en la columna de la izquierda las últimas noticias de el Santo Padre, Benedicto XVI, seleleccionadas y "colgadas" automáticamente por Google.
Hoy he decidido suprimir esa columna. Google recoge las noticias tal y como llegan, sin elegir la fuente y sin atenerse a ningún criterio.
Ayer, por ejemplo, aseguraba que Benedicto XVI "ha resucitado el infierno, cuya existencia había sido negada por Juan Pablo II".
Hoy no tengo tiempo de extenderme mucho para desmontar semejante bobada. Baste con afirmar que, ni Juan Pablo II negó la existencia del infierno, ni Benedicto XVI está en condiciones de resucitarlo.
Juan Pablo II dijo algo muy sabido: que el infierno no es propiamente un "lugar", es decir que no está "localizado" en el espacio. Tampoco el cielo de los bienaventurados puede situarse "allá arriba", en alguna galaxia más o menos lejana. El mundo del espíritu trasciende al espacio, pero es tan real como este mundo nuestro.
La Iglesia tiene un "depósito" de verdades intangibles que nunca han cambiado. Y entre ellas está la existencia de un premio y un castigo eternos.
Eso sí, también está revelado que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". Y, si Dios lo quiere, hay que ser muy cabezota para impedírselo.
Dejemos que Dios nos salve. Es la mejor forma de vivir y de morir.

PD. Me dice Kloster que hable del limbo. De acuerdo, pero otro día.

Por cierto, haced click sobre esa foto y veréis que imágen tan espléndida.

lunes, 23 de abril de 2007

La guerra de las palabras



Jorge, que hoy celebra su santo, me escribe para pedirme opinión sobre algunos problemas que se le presentan con sus alumnos en un Instituto de Valencia.

Su mail es largo, lúcido y lleno de buen humor; pero repite tres veces la misma frase: “como usted trabaja en la enseñanza privada…” Y yo me pregunto por qué aceptamos pacíficamente esta expresión.

Enseñanza… ¿”privada”?

Si se me ocurriera hacerme empresario —lo que no es probable—, a lo mejor pondría un bar o un restaurante en el local que hay junto al portal de mi casa. Seguramente me arruinaría como todos los que han tratado de vender un peine en ese recinto, pero desde luego no se me ocurriría decir que regento un establecimiento “privado”. Aunque me reservase el derecho de admisión, mi bar sería tan público como el de la esquina. El día que vea por la calle un bar que se denomine “privado” me cambiaré de acera. Seguro que no es un bar, sino otra cosa.

¿Cuál es el problema? Que la mentalidad estatalista y totalitaria hace estragos también en el lenguaje. ¿Por qué no llamamos a las cosas por su nombre?:

—¿Enseñanza “pública”? No. mejor estatal.

—¿Enseñanza privada? Tampoco: digamos libre.

—¿Y concertada? Ni en broma. Un “concierto” a la fuerza es un desconcierto. Llamémosla intervenida.

¿A que ahora se entiende todo mucho mejor? Sí, eso es lo malo: que se entiende.

¿Y no podemos hablar de enseñanza privada? Por supuesto: es la que imparten los padres a los hijos o los profes particulares a sus alumnos.

Juan Ramón Jiménez invocaba a su inteligencia para que le diera el nombre exacto de la cosa… A la mía le gusta pensar por libre y piensa así. Y vosotros, ¿qué pensáis?




domingo, 22 de abril de 2007

Nueva estación

Carlos Javier Morales, mi poeta y amigo canario, me envía su último libro: "Nueva estación". Lo estoy leyendo muy despacio, y cuando termine comenzaré de nuevo: es un regalo demasiado valioso para dedicarle sólo una lectura.

Ayer por la noche me entretuve con estos versos:


El día que te olvide
escribiré tan solo garabatos
que parezcan poemas y novelas y palabras preciosas
que aún me den la ilusión de estar viviendo.
Pues yo, que te he hecho a ti sustancia de mi vida,
¿a quién le haré sentir con las palabras
este fuego interior que nadie ha visto,
que nadie, sólo tú, me has provocado
hasta hacer encender todo mi cuerpo?
El día que te olvide, Dios me oiga,
no habrá ya más paseos por el río,
ni más rayos de sol descubriendo colores en los peces,
ni cielos despejados para poder mirar la luna llena,
ni chopos que resguarden el misterio de lo que ya no existe.
Pues yo, que te he hecho a ti sustancia de mi vida,
cuerpo y sangre de todas mis palabras,
¿qué podré yo escribir el día que te olvide,
qué pruebas aducir de que aún existo,
quién resucitará mi cuerpo muerto,
dónde estará mi alma si tú no estás en ella?



Lo mío no es la crítica literaria, pero soy buen lector de poesía, y algunas veces —sólo algunas— descubro un poema, o todo un libro, y lo expropio: se lo confisco al autor y lo me lo injerto en la piel del alma.

Tengo en el fondo de la conciencia docenas de poemas incautados, y a veces me pregunto si los echarán de menos mis amigos. ¿Comprenderá García-Máiquez que su "casa propia" ya no es suya? ¿Y D'Ors, Urbina, Peñalosa, Carlos Morales..., habrán entendido que muchos de sus versos me pertenecen y no pienso devolvérselos?

Lo mismo ocurre con la oración vocal. Al fin y al cabo, recitar oraciones que otros compusieron es como adentrarse en un poemario para sisar piropos ajenos.

El que escribió el "Oh Señora mía, o Madre mía..." debe saber que esas palabras las robé hace muchos años y vuelvo a inventarlas cada mañana. Y el “Adoro te devote” que, según parece, lo escribió Santo Tomás, no es suyo, qué va. Lo firmo yo todos los jueves, y sé por qué puse cada coma y cada nota de la melodía. Hoy, que es sábado cantaré el Regina Coeli, que, por supuesto, también es mío.

¿Y el poema que he reproducido más arriba…? Lo siento Carlos: ya he empezado a rezar con él. Denúnciame si quieres; me pertenece.

sábado, 21 de abril de 2007

Un maestro budista se apunta a la moda de los blogs en China



Tomás me envía esta noticia, y la publico en su honor, pero la verdad no me parece nada del otro mundo. Yo tengo ya más visitas que ese monje budista, y mi blog es más divertido.





EN OCHO MESES HA RECIBIDO 290.000 VISITAS

El cuaderno de bitácora del Maestro Xue Cheng, el primero que un monje budista pone en marcha en China, ha adquirido una creciente popularidad en el país asiático desde su puesta en marcha. Según la agencia oficial Xinhua, el Maestro Xue, vicepresidente de la Asociación Budista de China, decidió unirse en febrero pasado a los 17,5 millones que utilizan un blog en China y desde entonces ha recibido 290.000 visitas.
L D (EFE) "Estaba predestinado a abrir este blog, señaló Xue Cheng en una entrevista con el portal Chinanews. En su blog el Maestro publica fotografías, mantiene un registro de las actividades religiosas en las que participa y discute las enseñanzas de Buda con los internautas. Xue ideó su bitácora como una plataforma virtual desde la que difundir los ritos budistas.

"La tecnología es el tótem de los modernos", señala el sabio Xue. "Hoy en día los creyentes del budismo no tienen tanto tiempo para venir a los templos para las lecturas. Mi web me da la oportunidad de resolver sus problemas a través del budismo y difundir las enseñanzas", dice.
Xue dedica hasta tres horas al día a mantener su "blog" y a responder los 30.000 mensajes y comentarios que ha recibido hasta ahora. Su dedicación es tal que incluso cuando viaja se lleva su ordenador portátil para continuar con su labor.

El maestro quiere ir aún más lejos y plasmar en un libro los artículos que ha publicado en su blog, con comentarios de sus seguidores y fotografías.

Aunque oficialmente es un Estado aconfesional, se estima que el número de adeptos al budismo en China oscila entre 280 millones y 350 millones (hasta un 25 por ciento de su población), y es una de las más practicadas en el país asiático junto con el Taoísmo y el Confucionismo.

viernes, 20 de abril de 2007

Es grande ser Cura (II)


¿Padre?



En el Corte Inglés de la Península los dependientes me llaman “caballero”, a pesar de que nunca he llegado a caballo. En el de Las Palmas, una chiquilla que atiende la sección de discos, me llamó “mi niño”, y me hizo tanta ilusión que no me he recuperado del todo.

Las ex-alumnas de Aldeafuente, donde fui capellán dieciocho años, me dicen “don Enrique” (o “don Henry” las más descaradas) y aprendieron sin esfuerzo a tratarme de usted.

—Oye, a ti hay que hablarte de tú o de oiga —me interpeló una que se incorporaba al colegio en plena edad del pavo—.

—De oiga —le contesté—.

Y siguió con el tuteo intercalando algún que otro “oiga” de vez en cuando. El suyo era un problema de sintaxis.

En la universidad, los chavales me llaman como pueden. Y aunque de momento ninguno me ha dicho “oye, tronco”, sí se han atrevido con “tío”, aun sabiendo que no los considero sobrinos.

Las viejecitas casi siempre me confunden con otro cura, y suelen darme nombres variados. Hace unos días una anciana encantadora se empeñaba en que yo era don Aquilino, y no logré persuadirla de lo contrario porque en la iglesia hay que hablar bajito y ella estaba sorda como una tapia.

Otros y otras —cada vez más— me dicen “padre”.

Hace años no me hacía ninguna gracia, y tenía dos buenas razones: la primera, que yo era joven y me resultaba extraño sentirme padre de alguien que casi siempre me doblaba en edad. La segunda, que ese título solía aplicarse sobre todo a los religiosos —a los dominicos, agustinos, benedictinos—, no a los sacerdotes seculares.

Ahora me da igual. En primer lugar, porque soy viejo. Y además, porque casi nadie distingue un cura de un fraile. No saben de qué va esa distinción canónica y uno no necesita dar demasiadas explicaciones.

Además, me gusta mucho sentirme padre, porque lo soy. Ser cura es eso.

Hace unos días bauticé a Santi, el cuarto hijo de Nacho y Alicia. Ella estudió en Aldeafuente y supongo que recibió de mis manos la Primera Comunión. Pasó un pavo tormentoso y melancólico —de eso sí que me acuerdo bien— aunque siempre fue buena chica. Años más tarde —hace siete— celebré su boda en Gazolaz, un pueblecito de Navarra. Me pidieron que fuera, conscientes de que a mis alumnas nunca les digo que no.

A Nachete, el primogénito, no pude bautizarlo, porque nació en Nueva York y no se atrevieron a sugerírmelo. Al resto, sí. Y me sentiría muy ofendido si no me llamaran también para el quinto, el sexto...

—¿No es eso ser padre?

—No, don Henry, eso es ser un abuelo con mala idea.

—Como digo, mis ex-alumnas son unas impertinentes.


Bilbao


Me escriben desde mi tierra:

“Sigo tu blog desde el primer día y me tienes negro. Mucha poesía, mucho pajarito, pero todavía no has dicho que eres de Bilbao. ¿Qué pasa? ¿Es por humildad, o qué?”

Respondo: No has estado muy atento. Sí que hablé de Bilbao, y ampliamente, a propósito del “patriotismo y ombliguismo”. Además soy de Leioa.

—O sea, del gran Bilbao.

Del gran Bilbao, que como escribí en otra ocasión, es una innecesaria redundancia.



Este es el Serantes visto desde Gaztelueta, mi cole, pintado por el gran José Alzuet , que no es de Bilbao, pero merecería serlo.

miércoles, 18 de abril de 2007

Es grande ser cura (1)







En un rincón de mi ordenador hay desde hace meses una carpeta que lleva este título. La puse allí con la idea de llenarla de historias, anécdotas y reflexiones personales sobre mi trabajo como sacerdote; pero hasta hoy sigue vacía. Será que ando mal de tiempo. Sí, debe ser eso; porque cada día estoy más convencido de que tengo un oficio fantástico. ¿Por qué no contarlo? Es grande ser cura. No concibo tarea más apasionante ni más “rentable”.


Escribo esta primera entrada desde un pueblo de la Sierra de Madrid. He llegado hace tres días, y estoy solo. Durante una semana daré clases de teología, predicaré unas cuantas meditaciones, confesaré un par de horas por la mañana y dedicaré el resto del tiempo a estudiar, escribir, rezar y pasar revista a las aves migratorias que van llegando de África para poner su nido y veranear en la Península Ibérica. Una forma como otra cualquiera de descansar de este Madrid insoportable que tanto amamos. No tengo televisión, ni falta que hace. El móvil se ha quedado sin cobertura. Internet…, lento, lento. Tampoco tengo prisa. Recibo un periódico —uno solo— y oigo la radio dos veces al día para comprobar que el Planeta sigue en su órbita.


No es un plan apasionante, pero sí insólito, incluso para mí. Por eso me decido a introducir estas primeras líneas en esa carpeta del ordenador.


Como veis he puesto un 1 después del título. Pronto —no sé cuándo— vendrá el 2, el 3… Y saldré de pesca. Trataré de echar el anzuelo por ver si a alguien le entra la curiosidad y pica.


—Pero el sacerdocio es una vocación. Uno no puede apuntarse sin más.


—En efecto. Es una vocación en sentido literal. El sacerdote es elegido y llamado por Dios. Pero Dios utiliza medios humanos, portavoces más o menos torpes o estridentes, que pueden encender la primera chispa de un incendio imparable.


Me estoy alargando demasiado. Hoy sólo quería repetir y subrayar esas cuatro palabras del título, que también podrían expresarse de otro modo: estoy orgulloso de ser cura.


Claro que cuando uno pronuncia la palabra “orgullo” para hablar de su fe, inevitablemente aparece alguien dispuesto a bajarnos los humos:


—No presumas, muchacho. No debemos enorgullecernos de nada: ni de ser cristianos siquiera. Seamos humildes.


—Pues no, querido maestro. No todo orgullo es soberbia. Es más, la mayor parte de los vanidosos enmascaran su inmodestia dando lecciones de humildad.


Yo estoy feliz y orgulloso de lo que he recibido. ¿Es malo eso? Lo he recibido todo.


Por otra parte, ser cura es vivir cientos de vidas; es amar a muchas más personas de las que caben en la memoria; es sufrir sin perder la paz; es disfrutar con las alegrías de todos. Y comprender al final del día que uno no tiene nada, no sabe nada, no puede nada, no es nada. Y sin embargo…


Trataré de explicarlo en sucesivas entradas.

El "felizómetro" de Cambridge

Y yo que creía que en España éramos felices y comíamos perdices. Pues no. La noticia es de hoy mismo, miércoles 18 de abril. Resulta que la Universidad de Cambridge no tiene cosa mejor que hacer que medir la felicidad media de los países de Europa, y ha llegado a la conclusión de que somos los décimos en lo que a alegría se refiere. Nos han aplicado el felizómetro, y hemos dado negativo.

El felizómetro es como el polígrafo, o sea como el detector de mentiras. Antes sólo teníamos un Polígrafo, que era don Marcelino Menéndez y Pelayo, ese que tiene una estatua en la biblioteca nacional; pero ahora hay muchos. Se lo aplican a los famosos en la tele para ver si mienten o no cuando nos cuentan sus aventuras cárnico-sentimentales.

Bueno, pues a lo que iba. En Cambridge han inventado el felizómetro digital a pilas para medir el grado de júbilo de los pueblos, y han llegado a la conclusión que los países son la mar de dichosos si se fían de de las leyes y de sus instituciones, sobre todo del gobierno. También cuando todos tienen pareja estable y son “realistas en sus expectativas”, o sea cuando no se hacen demasiadas ilusiones.

Ahora lo entiendo. Si ya notaba yo algo y no sabía lo que era. Desde que no me fío un pelo del gobierno ni del Instituto Nacional de Meteorología, ando un poco revuelto y como crispado. Además, lo reconozco, me gustan poco algunas leyes —la del matrimonio a la carta, la de educación, la de la paridad, etc.—, con lo que mi nivel de infelicidad va subiendo por momentos. Además, soy cura, así que nada de pareja estable. Y para colmo mis expectativas no son realistas: sigo haciéndome ilusiones. Aspiro a ser santo a pesar de que llevo muchos años fracasando en el intento. Quiero irme al Cielo y llevarme conmigo a todos los que pueda. Y vivo soñando, como Salomé cuando ganó Eurovisión, con metas tan altas, tal altas, que vergüenza me da ponerlas en el blog.

Me aplico el polígrafo y compruebo que no miento. Me conecto al felizómetro de Cambridge y soy un desgraciado al borde mismo del suicidio.

Tiro el felizómetro a la basura. Lo siento, no funciona. Apostaría que soy bastante más feliz que los sesudos investigadores de Cambridge.

martes, 17 de abril de 2007

Sí a la vida

Me escribe desde México una estudiante de comunicación que se identifica como Patzarella y asegura que lleva un piercing en la nariz. En su blog he encontrado este magnífico vídeo de producción propia.

lunes, 16 de abril de 2007

Confesiones de una estatua



Hace días, hice alusión a este artículo, que escribí hace ya bastantes años.

Como conservaba el número de teléfono de los padres del protagonista, llamé para preguntarles por mi "estatua". Me dijeron que apenas tienen contacto con él; que vive fuera de España: en Bélgica o en Holanda... No están muy seguros. Tampoco saben si tiene trabajo.
Les di mi dirección y el número de móvil.
—Si tienen noticias suyas, ¿le pedirán que me llame, por favor?
—No sé. ¿Se acordará de usted?
—Seguro que sí. Baste con que le recuerden que soy el cura que le invitó a merendar en la calle Serrano.


Una antigua alumna, fiel lectora de este blog, me comenta con cierta ironía, que me suceden "demasiadas" anécdotas. A lo mejor es que soy un poco provocador y cuando veo una historia me meto dentro. Hoy mismo he charlado un buen rato con una mendiga de la calle Ayala, de Madrid. Tal vez lo cuente dentro de unos días..., o de unos años.






—Padre, ¿me da algo para comer?

Andaba yo con prisas, y volví la cabeza sin detenerme. Detrás vi una cara blanca y brillante como una tumba, unos ojos saltones enmarcados en negro, la nariz sonrosada de colorete y unos labios rojos de marioneta o de payaso.

—¿Y tú de qué vas?, le dije mientras me recuperaba del susto.

—Yo voy de estatua.

Se puso a mi lado y caminamos juntos. Él a saltos, como un títere de feria. Yo, tratando de acompasar mi marcha a la suya. Me dijo su nombre, que no revelaré, y me contó que volvía a casa agotado: había estado inmóvil, de adorno, jugando a ser muñeco, en la calle.

Allí mismo, en aquella esquina. Ya sabe usted, padre: donde haya dinero. Uno me dijo que lo que yo hago es mimo. Pues, a lo mejor. Con tal de sacar unas pesetas...

Me contó la estatua que, desde que se le acabó lo del paro, no para. Primero se puso a vender pañuelos de papel a los automovilistas, hasta que llegó el portugués que según parece controla el negocio de los semáforos, y le echó. Entonces se sentó en el suelo, junto a una confitería, con un cartel: decía que estaba enfermo y que tenía tres hijos.

—Mentira, claro, pero hay que vivir. Al principio me daba vergüenza; pensaba que podían reconocerme; pero la gente no mira a los mendigos.

—¿No te daban limosna?

—Sí, dinero sí que sacaba; pero a la cara no te mira nadie. Se conoce que les da corte aguantar la mirada de uno que tiene hambre.

Mi amigo me decía estas cosas desde detrás de su máscara blanca, con los labios pintados de rojo/carcajada y entre gestos convulsos un poco falsos, como si, de verdad, se hubiese creído su papel de muñeco.

Entramos en una cafetería.

—Pero tú tienes estudios…

—Hice cou y selectividad. Iba para actor y a mi modo ya lo soy. Por eso quería que me mirasen a los ojos: un artista necesita la atención del público. Me vestí de estatua para ver si tenía más éxito; pero es aún peor.

—¿Peor? Fíjate, ahora mismo vas dando el espectáculo. ¿No dirás que no te miran?

—Sí. Están viendo un muñeco, un juguete, una cosa… Aquella señora del fondo lleva un rato tratando de ver mejor mis calcetines de lunares; el tipo del café con leche anda muy intrigado con los pañuelos de colores que llevo en el bolsillo. Y si alguno me mira a la cara, se queda en el maquillaje. ¿No ve qué ojos de turista se le ponen al personal cuando me observa? Yo me lo he buscado, pero le aseguro que es muy triste tener que convertirse en una cosa para llamar la atención.

* * *

Tengo permiso de la estatua para contar con detalle sólo esta parte de nuestra conversación. Frente a un café con leche y un bollo, en pleno centro de Madrid, charlamos media hora más. Cada uno con su uniforme: yo, de sacerdote y él de monigote, tuvimos suerte: nadie nos sacó una foto.

Hablamos de la Eucaristía. Las consideraciones de mi amigo me llevaron como de la mano a hablar de este gran Misterio de amor y de humildad.

—También Jesús —le dije— ha querido ser una cosa entre nosotros. Para no asustarnos, ha corrido el riesgo de que lo mirásemos sin la menor pasión: con indiferencia; como se mira un objeto, un pedazo de pan. Y nosotros somos tan miopes que ni siquiera sabemos descubrir, detrás de ese maquillaje divino, la fiebre de sus ojos enamorados o el latido de su corazón impaciente.

He querido recordar este episodio, ya un poco antiguo, porque quizá sea un buen momento para aprender a mirar a los ojos de los demás: a los pobres —¡tan abundantes!— que nos amargan la existencia; a los emigrantes de todos los colores; a los parados: a los que sufren por cualquier razón. Me sigue doliendo la afirmación de la estatua: nadie mira a los mendigos; nadie aguanta la mirada de uno que tiene hambre. Sí; es difícil resistir la mirada de Cristo.

* * *

Unos días después volví a ver a mi estatua. Estaba en otra esquina, subido sobre un cajón. Tenía una batuta en su mano derecha y parecía dirigir a una orquesta invisible. Le miré a los ojos; pero aquellos ojos no se dejaban mirar: eran tan de mármol como el resto de su cuerpo. Tuve que llamarle por su nombre para deshacer el encantamiento. Me vio y, aunque no movió un músculo, aún no sé cómo, me dedicó una sonrisa de payaso.


sábado, 14 de abril de 2007

Miradas V.


No sé qué habrá sido de Luis. Hace muchos años que no lo veo, y sólo hablamos una vez, cuando él terminaba el bachillerato y yo andaba en otra capellanía. Me contó entonces lo que todos sabían ya en su clase: que estaba completamente colado por una niña llamada…, pongamos que Lucía.

Como digo, ha pasado mucho tiempo, y supongo que es imposible identificar a los protagonistas de esta anécdota, a pesar de que Lucía era una niña un poco especial. Era encantadora, desde luego, como todas las de 17 años, pero también era pequeñita, flaca, muy miope y gastaba una voz chillona llena de personalidad que recordaba a la de Gracita Morales.

Luis, por el contrario era un tiarrón guapo, alto y de voz grave. Creo recordar que jugaba a voley en algún equipo federado.

—¿…y desde cuando salís?

—Desde hace seis meses.

Luis me habló con verdadera pasión de su novia, y para explicarme por qué estaba tan enamorado, me dijo unas palabras, que nunca he olvidado:

—Sus ojos no serán bonitos, pero su mirada es alucinante. A que sí…

Le contesté algo que he pensado muchas veces:

—Estupendo. Te has enamorado de lo único que nunca envejece.

Ahora, cada vez que veo cómo muchas chicas —y también chicos— se obsesionan y sufren hasta las lágrimas por culpa de “sus medidas”, y parecen aspirar a sólo “salir” con un animalito de exposición, me dan un poco de pena. Y es que la cara no siempre es el espejo del alma y el cuerpo tampoco; pero la mirada sí que puede serlo.

A uno le gustaría redondear las anécdotas, y decir que Luis y Lucía se casaron, que tienen tres niños y que son felices. Pero no sé cómo terminó la historia.

Se me olvidaba: Lucía tenía parálisis cerebral y graves problemas físicos de movilidad y de habla.

jueves, 12 de abril de 2007

Alas que no pesan

Esta mañana he oído por primera vez su griterío inconfundible. Me he asomado al balcón y allí estaban como todas las primaveras, rondando la fachada del Ministerio de Economía. Ya se sabe; cuando llegan los vencejos, hay que presentar la declaración de la renta.

De los vencejos me gusta todo menos el nombre. En latín tampoco suena mucho mejor (“apus apus”); pero son unas aves fantásticas. Hay quien los confunde con las golondrinas; pero no hay color: en ellos todo es vuelo, todo alas; apenas tienen cuerpo ni patas. Se recortan en el cielo como la silueta de una hoz o como una luna nueva negra.

Los vencejos alcanzan velocidades increíbles y su capacidad de maniobra —la brusquedad de sus giros— es portentosa. Hacen carreras cuando bailan en torno a una torre o a un campanario. Y chillan, chillan siempre, mientras devoran insectos en vuelo.

Los vencejos sólo se posan una vez al año, para preparar su nido en primavera. Lo ponen en una pared vertical. Se sujetan allí con sus pequeñas garras, y despegan de nuevo dejándose caer al vacío. Nunca pisan la tierra. Si lo hicieran no podrían levantarse, porque sus patas son incapaces de mantener el peso y la envergadura de unas alas inmensas, creadas para vivir en el aire.

Comen en vuelo, cantan en vuelo, duermen en vuelo… Volar, para ellos, es tan necesario y sencillo como respirar.

Si yo fuera poeta, o algo parecido, les haría un soneto. ¡Qué menos que un soneto! Y hablaría de mi alas, es decir de mi vocación. A veces uno siente la extraña ocurrencia de caminar a ras de tierra, y entonces las alas pesan enormemente; se llenan de polvo o de basura, y la vocación se ve como una carga insoportable. Pero cuando me decido a volar, ¡qué ligero resulta todo! ¡Qué fáciles las cimas! La vocación no pesa; al contrario, nos hace ingrávidos y nos lleva por encima de las nubes, hasta el mismo sol.

miércoles, 11 de abril de 2007

Dónde se mueren los pájaros


El triste fallecimiento de Homero, el buho de mi blog, que quedará disecado y sin movimiento alguno para siempre, me sugiere la pregunta que encabeza estas líneas.

Todos los días mueren millones de pájaros en el campo y en nuestras ciudades, pero sólo son visibles los cadáveres de los que cayeron por accidente o por un disparo.

¿Dónde mueren los demás?

Hace años, en una de mis correrías por la Sierra de Madrid, vi un cuco no sé si enfermo o malherido. Volaba muy bajo y torpemente, y emitía unos gritos que se me antojaron lastimeros. A los pocos minutos llegó su pareja. Por un momento se quedaron juntos en la rama de un fresno. Luego descendieron hacia unas zarzas. Yo estaba bastante cerca y al descubierto, pero los cucos, tan huidizos siempre, decididieron ignorarme.

Me acerqué un poco más. La pareja se había ocultado en el interior de la zarza y los prismáticos ya no servían.

De pronto uno de los dos salió volando, y desde lo alto de un árbol lanzó las dos notas características de su especie.

Llegué a la zarza y abrí espacio con el bastón. Allí, escondido en un pequeño hueco, como si fuera un nido, estaba el pájaro muerto.

Ayer por la mañana recibí un mail. Un seminarista del Seminario diocesano Chiclayo, en Perú, me pregunta si he escrito "algo" sobre el pudor, y me pide bibliografía. Le contesté inmediatamente. Ahora pienso que podía haberle contado esta pequeña anécdota, para explicarle que en la naturaleza también existe el pudor. Las aves se esconden para nacer y se esconden también para morir.

No sé si significa algo. Tendré que seguir pensándolo.

martes, 10 de abril de 2007

¿Por qué no duerme el búho?

¡Oh, desgracia! Yo estaba tan orgulloso del búho que preside este blog, y ahora compruebo que ya no abre y cierra los ojos, ni emite las zzzzz como antes. ¿Alguien sabe que le ocurre a mi búho? ¿Por qué no se mueve? ¿Se habrá quedado pasmao por culpa de algún comentario?
¿Qué puedo hacer?
Pongo a todos mis pájaros por testigos de que yo no he cambiado nada.
¿Habrá muerto mi búho?
¿Se mueren los búhos con los ojos abiertos?

La internacional clerical

Escribí este artículo hace cinco o seis años y casi me había olvidado de él; pero ayer mismo pensé que habría que decir algo sobre la pequeña escandalera clerical-laicista que han organizado unos cuantos con motivo de las medidas disciplinarias que ha tomado el Cardenal de Madrid en relación con una parroquia de Vallecas.

Todos los ateos, agnósticos e incrédulos profesionales de España vuelven a rasgarse las vestiduras y saltan a los periódicos y a las ondas santamente preocupados por la Iglesia Católica, su liturgia y sus verdaderas esencias, de las que se consideran, por lo visto, celosos guardianes.

Me puse frente al ordenador para escribir un par de pantallas, y de pronto me di cuenta de que me estaba repitiendo. Busqué en el archivo y encontré esto.


Clerófobos y comecuras han existido siempre; pero en los últimos años se multiplican como las amapolas. Los tenemos de todos los pelajes y etiquetas: rústicos y urbanos, mugrientos y lustrosos, solemnes y graciosillos, ignorantes e ilustrados. Los más inofensivos se limitan a emitir sonidos guturales, remedando a los córvidos, cuando tropiezan por la calle con un clérigo. Pero otros incluso escriben sin faltas de ortografía en los periódicos o participan en cualquiera de las tertulias radiofónicas.

En los países más civilizados la clerofobia es prácticamente desconocida; pero aquí es endémica y, al parecer, contagiosa. ¿Se trata de una forma de alergia a lo eclesiástico? Yo diría que no: más bien nos encontramos ante un síndrome psíquico de origen clerical, de una leve neurosis obsesiva, mezcla de amor y de odio, nacida casi siempre del resentimiento.

Los clerófobos, como las cigüeñas, anidan a la sombra de los campanarios. Son expertos en sacristías, adictos al incienso, parásitos eternos del clero, ya que necesitan de él para subsistir. La mayoría van de laicistas, y quizá lo sean. Precisamente por eso su cáscara frailuna resulta repugnante.

José Joaquín Iriarte los llama “la internacional clerical”, y no le falta razón: es toda una pandilla migratoria y multinacional. Llegan en bandadas, como las grullas y emiten el mismo canto (quiero decir las mismas consignas), como si las tomaran al dictado.

Hay clerófobos que se declaran ateos (o agnósticos, que suena más aparente y para ellos viene a ser lo mismo); pero muestran un conmovedor interés por la situación de la Iglesia. Jamás descansan en su afán de salvar a los cristianos de sus errores. Vuelven una y otra vez a lamentarse de que tal o cual obispo, o Papa, sea excesivamente conservador (o progresista, o nacionalista o medio pensionista). Desde sus columnas de prensa o desde su espacio en las ondas, pontifican con tenacidad y desinterés emocionantes.

Cabría preguntarles por qué les importa tanto la organización, la doctrina, la moral y hasta la santidad de una Iglesia en la que dicen no creer. La respuesta es que, en bastantes casos, son viejas glorias rebotadas de noviciados o seminarios; agraviados crónicos que no sabrían hablar sobre otros temas. En cambio dominan como nadie el argot de las sacristías.

Por otra parte, lo clerical vende estupendamente y puede llegar a ser un buen negocio. Un libro lleno de “audaces críticas” (quiero decir de majaderías) sobre la Iglesia tiene serias posibilidades de convertirse en best-seller, sobre todo si se adoba con unas pizcas de sexo episcopal o cardenalicio, trescientos gramos de intrigas palaciegas, dos cucharaditas de finanzas vaticanas, un tanto así de política internacional y alguna que otra referencia a las siempre misteriosas mazmorras pontificias.

La literatura de este tipo tiene indudables ventajas para autores y editoriales. La primera, que ni siquiera es preciso ser riguroso en los datos. Uno puede, sin mover un músculo, confundir al Cardenal Ratzinger con el ciclista Rominger, situar San Juan de Letrán en Venecia, o asegurar que Juan Pablo I en realidad no murió, sino que se encuentra en los subterráneos del Banco Ambrosiano, secuestrado por el Cardenal Camarlengo.

Y es que el Papa nunca responde, ni se querella, ni insulta a sus agresores. Es, por consiguiente, un buen blanco. Se le puede injuriar o calumniar gratuitamente, y luego llamarle Woytila, para que se fastidie.

Eso sí: los clerófobos sienten una conmovedora inquietud por la salud del Santo Padre. De ahí que nunca tengan tiempo de explicar lo que dijo en su último discurso, sino sólo del lamentable aspecto con que apareció. Dan por supuesto que los portavoces del Papa mienten y que, en realidad, el Romano pontífice agoniza desde hace diez años. El tiempo acabará por darles la razón.

Hay columnistas políticos que no pueden prescindir de su leve irreverencia o su pequeña blasfemia cotidiana, que aspiran a convertir en género literario. Y hay periódicos confesionalmente laicos, que dedican a la información curial o vaticana más espacio que la hoja parroquial de mi pueblo. A veces incluso alaban, exaltan e inciensan a algunos eclesiásticos; pero, ojo, cuando un clerófobo aplaude a un cura, es seguro que otro recibe la ovación en su trasero.

—¿Y qué podemos hacer?

—Yo lo tengo muy claro: rezar por ellos para que sanen de su obsesión y no pagar un duro por tan penosa literatura. El día en que los cristianos nos decidamos a ignorarlos, se quedarán sin clientela. Tal vez entonces estén en condiciones de aprender a ser normales.

lunes, 9 de abril de 2007

La Iglesia y el nazismo


No quería yo tratar este tema cuando puse la entrada anterior; pero he recibido cuatro correos electrónicos que manifiestan su desconcierto, y la misma Rocío hace un breve comentario que me da pie para añadir unas pocas líneas. Por mi parte serán las últimas.
Sería instructivo investigar, no tanto la actuación de la Iglesia en relación a Hitler, que está bastante clara, sino, sobre todo, la mala conciencia histórica, que lleva a muchos a lanzar basura en las más variadas direcciones para acabar concluyendo que todos tienen la culpa de todo lo malo que ocurre en el mundo.
¡Ah, la memoria histórica!
Einstein, como es bien sabido, no era cristiano, sino judío. En 1940, cuando escribió este artículo, aún faltaba por llegar lo peor. Su testimonio, en esa fecha, no puede ser más rotundo.
En todo caso, un buen resumen de la postura de la Iglesia católica en relación con Hitler puede encontrarse en http://www.interrogantes.net/includes/documento.php?IdDoc=1193&IdSec=149

domingo, 8 de abril de 2007

Este texto, no sé por qué, me parece actual


Por ser un amante de la libertad, cuando tuvo lugar la revolución en Alemania —la llegada de Hitler al poder— miré con confianza hacia las universidades, sabiendo que siempre se habían enorgullecido de su devoción a la verdad. Pero las universidades permanecieron en silencio.

Entonces miré a los grandes editores de periódicos, que en ardientes editoriales proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, permanecieron en silencio, sofocados en el curso de unas pocas semanas.

Solamente la Iglesia se opuso plenamente a la campaña de Hitler, que pretendía suprimir la verdad.

Nunca había tenido yo especial interés por la Iglesia, pero ahora siento por ella un gran amor y admiración, porque solo la Iglesia tuvo el coraje y la perseverancia de defender la libertad intelectual y la libertad moral.

Debo confesar que lo que antes había despreciado, ahora lo admiro incondicionalmente

Albert Einstein (Time Magazine, dic. 1940)

viernes, 6 de abril de 2007

Viernes Santo





Me propuse no escribir ni una línea hasta el domingo de Pascua; pero el blog es también un diario, y no debo dejar que pasen este Jueves ni este Viernes.
He leído y releído la Pasión de Cristo, y he vuelto a oír a lo lejos los gritos de escándalo de los que, año tras año, se niegan a mirar a Jesús clavado en la Cruz.



“No, no es ese mi cantar,
no puedo cantar ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en la mar.”

Es cierto; hay quien querría arrancar del evangelio estas páginas sangrantes de la Pasión. Les gustaría quedarse con el “niñodiós” de Juan Ramón Jiménez, que ni siquiera era Jesús, sino una metáfora del propio poeta-niño; o, como Machado, contemplar al hombre que se desliza ingrávido por el lago; o al que da de comer a sus seguidores en la ladera del monte; o al que acaricia a los niños y cena pescado en la playa al atardecer. En cambio no pueden soportar el olor de la sangre, los gritos de los crucificados que acompañan al Mesías ni el vuelo de las aves carroñeras que giran en lo alto esperando su turno para darse un buen banquete.

Por eso cuando un director de cine se atrevió a retratar la historia de la Pasión como fue en realidad, le acusaron de sadismo y miraron para otro lado.

El mismo reproche cabría hacer a los evangelistas. San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, a la hora de relatar los grandes milagros, más que escritores son notarios. Levantan acta de cada suceso, y nada más. Ni la menor descripción superflua. Bien podían haberse detenido en la gran fiesta de los panes y los peces: los niños gritando de alegría, las carreras por el monte. ¡Qué espléndida verbena dejaron de contarnos!
Sin embargo, en la Pasión no nos ahorran ni un insulto, ni un salivazo, ni una bofetada, ni una humillación.

¿Por qué ocurre así? No nos engañemos. Los cuatro testigos no han cambiado. Siguen siendo notarios, y saben muy bien que deben dar fe sólo de lo importante, es decir de todo: porque durante esas horas, todo es significativo.

La Pasión no ha sido sólo un asesinato, ni siquiera el más cruel e injusto de la historia de la humanidad. Si sólo fuera eso, bastaría con recordar el hecho, llorarlo y aprender, pero sin pormenorizar los detalles para no alimentar el odio. Pero es que la Pasión es también, y sobre todo, un Sacrificio. Y detrás de cada afrenta hay un sí, una aceptación un acto de amor. Había que levantar acta de cada , porque el Señor pudo haber eliminado a sus enemigos con sólo desearlo en cualquier instante. Y no quiso. Y cuando un blasfemo le gritó: “si eres el Hijo de Dios, baja de la Cruz”, no bajó por eso, porque era el Hijo de Dios.

Sólo una consideración más. Jesús no murió “por la humanidad”, sino por cada hombre y mujer de este mundo. “Me amó a mí —escribe San Pablo— y se entregó a la muerte por mí”.

Hasta el domingo.


lunes, 2 de abril de 2007

Las lágrimas de San Lorenzo

Homero dormirá está semana, y yo me voy al campo para hacer unos días de retiro. No estaré para casi nadie hasta el domingo de Pascua, ni siquiera para el blog. Entre tanto, os dejo un artículo que escribí hace años. Era un mes de agosto, hacía mucho calor y yo quería ver las estrellas fugaces de la noche de San Lorenzo.

Salí de casa de madrugada, pero antes miré el correo electrónico. Sólo había un mensaje: el de una chica enferma, con una grave depresión, que pedía auxilio.

Aquella noche las lágrimas de San Lorenzo me hicieron recordar las de Cristo en el Huerto de los Olivos. Por eso me parece un artículo adecuado para estos días.


Las lágrimas de San Lorenzo. Así llaman por aquí a los cientos de estrellas fugaces que aparecen a me­diados de agosto. Algunas, las más luminosas, cruzan el Cielo de parte a parte y dejan un zarpazo dorado en el firmamento; otras parecen gotear en el horizonte.

Este año pude verlas en una atmósfera límpida, sin más luz que la de la luna nueva. Llevaba doce días junto al Santuario de Torreciudad, casi aislado del mundo exterior, sin prensa ni tele­vi­sión ni radio. Sólo de tarde en tarde me conectaba a Inter­net para vaciar el buzón electrónico.

Aquella noche había quedado con un amigo para ver las estrellas, pero antes me enchufé a la red. Había un mensaje, y era de una lectora de Mundo Cristiano:

“—Tengo 22 años —decía— y el Señor me ha enviado una enfermedad men­tal.”

A continuación hablaba de la fuerte depresión que padecía. En sus palabras había mucho dolor, pero también esperanza: “sólo llevo cuatro años enferma”, escri­bió.

Le respondí con tres líneas. La verdad, no supe qué de­cir. Sin embargo al día siguiente me mandó un segundo mensaje y, con él, veinte fo­lios del diario que había escrito “para desahogar un poco la cabeza”.

“—Mi vacío interior sigue en aumento —escribe—. Estoy cansada de luchar, y eso que sólo tengo veintidós años. Me encuentro como un desahuciado que espera con ansias su hora. Me siento preparada, pero sé que Dios todavía no me quiere sacar de este mundo. ¡Y yo que lo ansío! Ansío el descanso eterno”.

Mientras leía, al otro lado de la ventana un centenar de chavales que participa­ban en una convivencia, proclamaban a gritos su alegría feroz, su salud exultante e insultante.

Más de una vez he tratado de escribir algo sobre esta temible enfermedad, especialmente cuando la he visto en personas jóvenes: también en adolescentes. Pretendía describir el sufrimiento y la angustia de los depresivos para decirles que los entiendo y que quisiera sufrir como ellos, ya que no puedo hacer otra cosa. Pero cada vez que lo intentaba, mis palabras, escritas o dichas, sonaban a hueco.

Quien no haya sentido alguna vez esa mano de hierro que oprime el corazón hasta casi romperlo; quien no haya experimentado la tristeza de existir, hasta sentirse desprendido de la vida misma; quien no haya visitado, sin razón alguna, la antecámara de la locura y del suicidio, es difícil que entienda el grito silencioso de estos enfermos.

“—Como muerta, ni siquiera soy capaz de asearme, ni de sentir la necesidad de comer a las horas. Mi única meta es mi cama, símbolo perpetuo de mi tumba, y mi habitación, símbolo de mi cripta.”

Terminé la lectura después de la medianoche, y salí de casa de nuevo en busca de estrellas fugaces. Esta vez, sin embargo, tenía la cabeza en otro sitio, en la eterna pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Y, sobre todo, en el mutismo de Dios.

Es verdad: cuando interrogamos a Jesús sobre el dolor, no responde. A nuestros porqués exasperados contesta con el silencio. Pero hace algo más: abraza todas las cruces, también la del pánico y la angustia. ¿Acaso ha habido en la historia de la humanidad “depresión” más honda, terrible y fecunda, que la del Huerto de los Olivos?

Estamos ante uno de los mayores misterios de la vida de Jesús; pero también ante la escena más cercana y confortadora. Cristo se echó sobre los hombros toda la in­mundicia de los hombres para hacerla suya y poder limpiarla en su propia carne. Pero Él conocía la maldad infinita del pecado, y, por un momento, lo sintió como una sustancia repugnante y pegajosa que se le abrazaba para ahogarlo. De ahí, la an­gustia insoportable, los gritos de auxilio y el sudor de sangre. Jesús luchó cuerpo a cuerpo contra el pánico. Y, con la ayuda de un ángel, lo venció en tres terribles asaltos. Convirtió el abatimiento en victoria redentora.

Pienso que, más allá de los remedios de la medicina, este pasaje puede servir de consuelo a miles de enfermos que se debaten en la misma lucha. Ojalá descubran que también tienen un ángel para vencer en la pelea.

Tal vez dentro de poco mi amiga redacte un librito que nos ayude a asomarnos a su cabeza y a su corazón. Será más que un desahogo. Servirá para enseñarnos que una chiquilla de 22 años, con fe y amor de Dios, puede llevar a plomo —¡con ale­gría!— la cruz de la tristeza endógena, de la angustia y la soledad.

Los médicos harán el resto. Pero desde ahora, cada vez que vea una estrella fugaz en el Cielo, recordaré sus lágrimas y pediré al Señor que las una a las que Él derramó en Getsemaní, para que sean fecundas.



¡Feliz Pascua de Resurrección!

Y para la Pascua, sólo se me ocurre insertar este video, muy conocido por otra parte, de les luthiers, con los que me reí a carcajadas en su día



domingo, 1 de abril de 2007

Pájaros, pajaritos y pajarracos



Estoy pensando escribir “algo” sobre pájaros. No sé si un libro o un folleto. Como soy ornitómano —que no ornitólogo— no me limito a observarlos; también los dibujo y leo todo lo que cae en mis manos.

Creo que podría sacar partido de esta inofensiva paranoia. ¿Por qué no hablar de las “virtudes” y “defectos” de las aves?

Hay pájaros vanidosos, humildes, egoístas, mentirosos, traidores, libertinos, generosos, tímidos, perezosos, descarados, adúlteros, fieles… La naturaleza es sabia, y cada una de esas características tienen su sentido. Por eso Jesús nos invitó un día a mirar las aves del Cielo. En aquella ocasión las ponía como ejemplo de abandono en las manos de la providencia; pero, si uno las contempla atentamente, además de descubrir un mundo sorprendente, se lo pasa la mar de bien, y puede extraer enseñanzas muy valiosas.

Cuento todo esto, porque necesito ayuda. De momento trato de localizar poetas y poemas que hablen de pájaros y de cada una de sus especies. Como veis, he colocado en la columna de la izquierda un poema de Jiménez Lozano. En su poemario “Elegías menores” habla también del cuervo, de la urraca, de la oca, de la golondrina…

Entre los visitantes de este blog hay grandes lectores de poesía y algún que otro poeta. ¿Quién me puede orientar?