miércoles, 9 de mayo de 2007

Es grande ser cura (III). La Primera Comunión.



Los curas hacemos cosas estupendas. Algunas, tan milagrosas que da reparo comentarlas. Por traer a mis manos un solo día el Cuerpo glorioso de Nuestro Señor Jesucristo valdría la pena entregarle la vida mil veces.

Pero hoy no quiero hablar de eso. Estamos en mayo, y a muchos nos afecta la primavera. Ya sabéis, la astenia, el cansancio, incluso una cierta “depresión” que pongo entre comillas para no exagerar. Pero es verdad, ando bajo de tono.

Me han preguntado varios okupas del blog qué significa ese aliquando bonus dormitat Homerus que he puesto debajo del búho. Pues eso: que, de tanto en tanto, Homero se agota y necesita echar una cabezada. Claro que, si eres cura, hay lujos que te están vedados. Debo salir a la calle, coger el coche, dar una meditación y luego otra, entrar en el confesonario y escuchar, consolar, animar, sonreír.

En mayo, para colmo, me entran ataques de nostalgia. ¡Cómo echo de menos aquella maravilla que teníamos hace años por estas fechas!. Estaba yo en un colegio y, aunque había otros capellanes, siempre me reservaba el privilegio de dar la Primera Comunión a las niñas.

¿Os parece poco importante? Durante muchos meses la profe y yo tratábamos de ir preparando a las alumnas. Ella les enseñaba el catecismo y yo las llevaba de excursión al oratorio, les explicaba los nombres de los objetos sagrados y de los ornamentos, y luego, junto al Sagrario, les contaba cuentos que componía allí mismo, con moraleja y todo. Así salieron algunos capítulos de “el Belén que puso Dios”, que fue mi primer libro. De paso les ayudaba a hablar con Jesús.

Los curas somos testigos de algunos milagros. Un día una niña, por primera vez en su vida, comprende que Dios quiere jugar con ella, y le pide algo, una pequeñez. Ella responde que sí, y desde entonces tiene un Amigo que no le abandonará jamás.

Cuando preparaba a las alumnas para ese día tan importante, pensaba muchas veces en la Virgen. También María Santísima dijo su primer sí al Señor cuando era muy pequeña. Quizá entonces comenzó a jugar con Yahveh:

—Jugamos a que yo era tu esclava, y tú mi amo, ¿vale?

—Vale…

Luego llegaba la Primera Confesión.

—¡Pero si no tienen pecados! —protestaban algunos padres—. ¿Para qué se van a confesar?

—Ojalá nunca los tengan. Pero ya saben pedir perdón, y tienen derecho a sentir el abrazo de un Dios que perdona.

La Confesión era una fiesta de la que también participaban los padres. Nunca vi en ellas el menor síntoma de angustia ni de complicación. Al contrario. Salían felices, liberadas de sus pequeñas tragedias, que nunca hay que tomarse a broma. Y saltaban de alegría. Se entendía entonces muy bien lo que contaba San Josemaría Escrivá de su propia experiencia, de los cientos de horas que dedicó gustosamente a la confesión de los niños. No es un juego, no. Es una tarea de orfebre. Los niños son piedras preciosas que Dios pone en nuestras manos.

Ya sabéis que de la confesión uno lo olvida todo. Pero yo conservo un recuerdo: el de aquella niña un poco disminuida, que según decían no sería capaz de confesarse y quizá tampoco de recibir la Eucaristía. Pero Dios hace maravillas y sí fue capaz. Ella me inspiró la historia de un pastorcillo tonto y sabio que charlaba con Jesús en el portal de Belén.

Y al acercarse la fecha, siempre aparecía una madre con el mismo problema:

—¿Usted cree que están preparadas?

—Tú y yo no estamos preparados. Las niñas, sí. Pídele al Señor que seamos capaces de recibirle con la misma ilusión y con el mismo amor que ellas.

Sí, me reafirmo en la idea: es grande ser cura.

13 comentarios:

Adaldrida dijo...

¡Qué grande! Y qué tontos somos todos. Un amigo mío dice que somos muy catetos con Dios. El Belén... Lo leo todas las navidades, y cuando no es navidad. Y ahora estoy leyendo Diario de un cura urbano de Olaizola, qué bueno...

Anónimo dijo...

Tiene toda la razón. La confesión es el chollo de la historia: sólo hace falta arrepentirse (aunque sea por miedo al infierno) decir los pecados al confesor y...listo. Y además te ayuda a luchar en el futuro. Esto en lo sobrenatural.

En lo humano, tiene además un chollo añadido: es secreta. Me atrevería a decir que no existe conversación más secreta que la confesión sacramental, casi la única.

En lo casi "sobrehumano" el aguante de los sacerdotes de como nos "aprevechamos" de ese secreto: me gusta fulanito, ahora tanganito, no soporta a no se quien... todo aderezado y con todo lujo de detalles!!. ¡Vaya rollo tenemos algunas!.

No sólo me sorprende que se nos perdonen los pecados sino que los sacerdotes nos aguanten con cariño toda la conversación adicional a la confesión y además...quieran que volvamos!!!.


Muchas gracias!!

Anónimo dijo...

Sí, el sacerdocio es algo muy grande dentro de la Iglesia.

A veces los católicos de a pie nos aprovechamos de ellos. Buscamos en el sacerdote al médico, al amigo de fiar, al paño de lágrimas, el maestro, el consejero... me recuerdan a las madres, que son un poco de todo.

Ademas de "aprovecharnos" tenemos la responsabilidad de rezar por ellos.

Brindo una plegaria ahora mismo por el promotor del blog y por todos sus "colegas". ¡Ole!, aunque sean de Bilbao.

rebeldes con causa dijo...

Desde luego, creo que nunca valoraremos suficiente la confesión. Ya quisieran muchos que les escucharan así, además de poder empezar de nuevo como si nada hubiera pasado.

Aprovecho para decirle que hemos trasladado el blog de rebeldes y esta es la dirección http://rebelde-concausa.blogspot.com

Anónimo dijo...

Le sugiero pensar en escribir un libro con este mismo título "Es grande ser cura". A lo mejor le sale sólo después de un tiempo de recopilar experiencias de estas. Estaría bien.

Enrique Monasterio dijo...

Me has leído el pensamiento, como siempre, querida Chini

Dal dijo...

El sacerdocio es lo más grande. Por cierto, su tuviera un minuto, sería usted muy bienvenido a sumarse a un debate interesantísimo que estamos teniendo con un luterano masón en mi modesto blog.

Altea dijo...

"Luterano Masón". Hay que ver lo que llega a complicarse la gente.

Enrique Monasterio dijo...

Querido "del": he entrado en tu blog y me he asomado al debate de que me hablas. No me siento con fuerzas para intervenir. Ando regular de tiempo, y dedico a mi blog menos de media hora cada día.
Un poco redicho me parece el tal luterano-masón, pero no se lo digas, por favor: cada uno escribe como sabe y puede.

Rocio dijo...

Olé! te leo todos los meses en mundo cristiano y tengo tus tres libros. Y cómo me gustaria escribir como lo haces!(es q voy para periodista...cosas de la vida)

Y hablando de confesión...lo q yo digo siempre, que los cristianos tenemos un chollo! pueden decir lo q quieran, pero a ver quién es el listo que hace una burrada y luego le perdonan porq si, porq se arrepiente y punto. Y aqui no ha pasado nada!

Y estoy de acuerdo con anónimo...porq yo a mi confesor le tengo muerto con mi conversación, q yo ya no sé cómo me aguanta...
Eso si, rezo para que siga ahi, q si no, me pierdo...

Yo creo q lo q tienen los curas es mucho Amor a Dios y mucho aguante..deben de dar clases adicionales en el seminario.

Anónimo dijo...

Hola Don Henry!! Aquí estoy de nuevo.... Jo, qué recuerdos mi primera Comunión. Seguro que ya ni se acuerda de que me la dió usted, ni de una anécdota días previos a la Primera Comunión, que me contó años más tarde. Como ya no me quiere.........

Enrique Monasterio dijo...

Me acuerdo de casi todo, Ele, pero no sé a qué anécdota te refieres. Si es publicable, espero que me la cuentes.

Anónimo dijo...

Bah... una de esas mil rarezas mías; con 9 años, y menos de una semana de mi Primera Comunión, me dió por decir que no quería hacerla. Yo como siempre igual de rarita.