sábado, 26 de mayo de 2007

Es grande ser cura IX. La rutina



Pepe, un cura amigo (amigo desde hoy, ya que no nos conocíamos) me escribe un largo mensaje:

“No dejo comentarios en el blog porque, aunque entro casi todos los días, entiendo que no quieres clérigos intrusos en tu página. Te alabo el gusto. Además no los necesitas. Estás bien rodeado.”

“(…) Me gusta mucho esa sección que has empezado sobre la importancia del sacerdocio. Hace falta decir lo que tú dices, y por cierto que lo dices muy bien.”

“Sin embargo, veo un peligro. Es verdad que en nuestro trabajo hay cosas grandes, inclusive milagrosas, pero también hay cansancio y desaliento: esas tardes de confesonario en las que no llega nadie; esas iglesias vacías y el cura en el templo solo. Y los papeleos interminables del despacho parroquial (…) Creo que debes hablar también de la rutina, y por supuesto de las contrariedades, para no dar una falsa imagen de nuestro oficio.”

Tiene razón mi amigo Pepe. No he hablado hasta ahora de todo eso porque no quiero convertir el blog en una especie de muro de las lamentaciones. Pero hay otra razón que resumo con una anécdota:

Hace ocho o diez años asistí a una tertulia de treinta o cuarenta estudiantes de bachillerato con un famoso corredor de rallyes. Los chavales escuchaban con verdadera pasión cada sílaba que pronunciaba el invitado, y yo no salía de mi asombro al comprobar el nivel técnico de las preguntas. Aquellos insensatos parecían verdaderos expertos en mecánica del automóvil, aunque la mayoría aún no tenía la edad mínima para conducir.

A punto ya de despedirse, uno le preguntó:

—¿Qué es lo más apasionante de tu trabajo?

—El campeón, que ya se había puesto en pie, se encaró con su interlocutor:

—Mira, chaval, yo tengo la suerte de currar en lo que más me gusta. Mi trabajo me apasiona y doy gracias a Dios por triunfar en él. Pero en esta profesión, como en cualquier otra, hay un noventa y cinco por ciento de rutina y un cinco de emoción. No sé a qué te dedicarás tú en el futuro, pero seguro que te ocurrirá lo mismo.

Quiero decir, querido Pepe, que la rutina, como el valor de los soldados, se supone. Y además hay que amarla. Esos días grises, esas horas aparentemente estériles no deben ser tristes. Hemos de convertirlas en tiempo de siembra, de maduración, de crecimieno interior.

Hago el propósito ahora mismo de explicarlo más despacio. Sí, creo que escribiré un artículo que podría titularse “elogio de la rutina”.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

No sabía que te pasabas horas solo en el confesonario. Cuando esperas a que venga gente ¿juegas con el móvil?

E. G-Máiquez dijo...

Es la ley de Murphy, claramente. Quien cogiese a don Pepe solo en el confesionario... Yo, cuando voy a confesarme tengo que soportar unas colas larguísimas. Es lo peor de mi rutina. Y allí, dándole vueltas a mi conciencia, sumo, para colmo, materia de confesión, pues me irrito con los que se cuelan.

Jesús Sanz Rioja dijo...

Gran tipo el corredor ese. Mucha verdad en lo que dice, aunque me lo imagino diciéndolo con el desengaño cínico de los tipos duros.

Anónimo dijo...

Enhorabuena Don Enrique. Lo acabo de conocer y prometo introducirme todos los días. También yo tengo que reconocer que cuando me voy a confesar tengo que estar esperando a veces hasta una hora, y aunque me subo por las paredes y juro en arameo (mea culpa), me encanta ver que todavía la gente acude masivamente (al menos en algunos sitios) a recibir el Sacramento del Perdón.

En cualquier caso, háblenos de la rutina, y de cómo hacer endecasílabos, etc. etc. Seguro que su palabra y su experiencia nos enriquecen. Gracias.

Lucía dijo...

Si,sería bueno saber cómo aprovechar la rutina porque cuando estás metido en ella buscas desesperadamente salir, y cuando tienes una temporada con muchas ocupaciones diferentes y agiobiantes ,echas de menos la rutina.Algo interesante y atrayente debe tener,¿no?

Altea dijo...

Desde luego, tuvo reprís el tío respondiendo al chaval. Es como si se lo hubieran preguntado ya mazo de veces y estuviera acostumbrado a contestar a esa pregunta.

Anónimo dijo...

Vivir la rutina, ganar las pequeñas batallas del día a día es lo que hace héroes. El modo de enfrentarse a ella es lo que hace a las personas distintas. Se puede cambiar "héroe" por "santo".

Lo de estarse en el confesionario horas solo, debe ser como pasar una tarde en la cocina y que luego los niños pongan mala cara ante la cena :-) Aún así, ambas cosas pueden y deben puntuar en positivo.

Anónimo dijo...

Creo que os gustará este blog:

http://www.vegabajadigital.com/blogs/blog2/

Benita Pérez-Pardo dijo...

A mi me impresionó muchísimo el libro de "El Cura de Ars". Lo leí con 17 años más o menos y recordarlo todavía me impresiona. .

Me llamaba la atención por que el Santo Cura de Ars sabía que, cuando el "malo" no le dejaba dormir por la noche hasta agotarle era para evitar que fuera a confesar al día siguiente ya que iba a ir alguien en concreto a confesar y en esa confesión iba a cambiar su vida. Así que, en sus intentos de evitar que el cura fuera fiel a sus compromisos debido al agotamiento o al miedo conseguía el efecto contrario.

Una biografía real , fidedigna e impresionante en la que los buenos siempre ganan, pero por el camino da un miedo...