martes, 19 de junio de 2007

Mansos y bravos



La virtud de la mansedumbre debe de ser una difícil virtud. Pero es que además tiene un nombre que nunca me ha hecho demasiada gracia. Ved si no lo que dice el Diccionario de la Academia:

“Manso, sa. (Del lat. vulg. mansus, por lat. mansuētus).

1. adj. De condición benigna y suave.

2. adj. Dicho de un animal: Que no es bravo.

3. adj. Dicho de una cosa insensible: Apacible, sosegada, tranquila. Aire manso. Corriente mansa.

4. m. En el ganado lanar, cabrío o vacuno, carnero, macho o buey que sirve de guía a los demás.”

Ya se ve que el diccionario no habla para nada de virtud, sino de una “condición natural” semejante a la de esos cornúpetas que dirigen como borregos la manada de toros bravos. Así las cosas, se explica que a uno no le guste ser tildado de “manso”.

El problema radica en que el castellano está repleto de palabras e imágenes taurinas, y el lenguaje taurino tiende a ser equívoco, más que nada por su cercanía con los cuernos. Resulta, además, que en esa jerga, lo opuesto a “manso” es “bravo”. Y la bravura sí se considera virtud. Bravo es el toro que embiste “noblemente”, el que empuja con los riñones ante el caballo del picador, el que no se defiende cabeceando, sino que ataca. A Manolete lo mató un manso criminal.

—¿Se puede saber a qué viene todo esto?

Se puede. Resulta que ayer por la tarde caminaba yo por la acera de una calle de Madrid acompañado por un amigo, cuando, desde la ventanilla derecha de una furgoneta, el copiloto me increpó sin venir a cuento con un insulto irreproducible, precedido por la expresión “¡oye, cura…!

Mi amigo giró la cabeza como un rayo, a pesar de que la cosa no iba con él. Gracias a Dios evité que respondiera, sujetándolo del brazo.

Unos metros más adelante charlamos sobre el asunto.

—No me digas que esto es normal.

—Normal no lo será nunca; pero sí bastante corriente. Aunque también es habitual que te digan piropos capaces de sonrojar al mismísimo Bruce Willis.

—¿Y no te dan ganas de contestar?

—A los piropos contesto algunas veces. A los insultos… Si supierais el repertorio de frases ingeniosas que se me ocurren. Pero hay que ser manso y tragárselas. Además los insultadores no entenderían la mayor parte de mis respuestas.

A partir de aquí empezamos a hablar de la mansedumbre. Mi amigo no parecía muy partidario, y yo no hice demasiados esfuerzos por convencerle de lo contrario. Sólo le dije que ser cura es la mar de emocionante y hasta divertido, al menos en España. Ya escribí hace tiempo sobre la “clerofobia” que, en el fondo, es sólo una manifestación folklórica del clericalismo carpetovetónico, por más que algunos se empeñen en sugerir que el culpable de las ofensas es siempre el ofendido.

—¿Y qué hacemos con la mansedumbre?

—Yo la llamaría de otro modo; pero en el evangelio de la Misa de ayer leímos aquello que dijo el Señor: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la izquierda…

—Bueno, eso es sólo un modo de hablar.

—¿Sólo…?


11 comentarios:

El payaso triste dijo...

Sólo puedo decir ¡BRAVO!, que pega mucho con lo que aquí trae dicho.

Altea dijo...

Pues, vaya, ya que se toca el tema, diré que justo ayer pensaba que nunca entenderé ese pasaje del evangelio. Siempre que lo oigo miro a otro lado. No me puedo creer que se pida algo así.
Además, de todas las escrituras es lo único que se saben algunos. Y estoy tan harta de oírselo decir con retintín...

Anónimo dijo...

Altea, creo que este punto va incluido en el paquete "Amaos los unos a los otros como, YO os he amado". Y resulta que la expresión máxima de su amor fue morir en la cruz.
Me sabe mal por D. Enrique y por todos los curas que pasan por esto. Pero creo la respuesta sólo puede ser la que explica D. Enrique.
Sunsi

Anónimo dijo...

Un caballero sólo habría hecho lo mismo que hizo usted,don Enrique. No ofende el que quiere, sino el que puede.

Anónimo dijo...

Si se tienen en mente las "setenta veces siete" que también dijo Jesucristo, la lógica se impone.

Cuando uno perdona de verdad al prójimo, cuando perdona y olvida al instante, poner la otra mejilla es automático, inevitable.

Por eso creo que tiene el doble de mérito tener memoria y no guardar rencor.

Enrique Monasterio dijo...

No mires para otro lado, Altea. Si tengo tiempo, dedicaré un par de entradas a la incómoda cuestión de la bofetada y la mejilla.

Adaldrida dijo...

Mi abuelo decía que si te dan una torta, aguanta y pon la otra mejilla. Si te dan la segunta, aguanta y lo mismo. Pero a la tercera... ¡a guantá limpia! Genial el comienzo.

Anónimo dijo...

Lo de menos es el nombre, creo yo, pero, a parte de los insultos a los curas o de las voces que la gente va dando a lo que le molesta, me parece que se podría llamar a esta virtud "dominio de uno mismo" o, en el fondo, "libertad...". Dicho de otro modo: que si nos acostumbráramos, desde pequeños, a aguantarnos, sin pensar que eso es de gente reprimida y carca, la convivencia resultaría más agradable. ¿Enseñará eso la famosa "educación para la ciudadanía"?

ñ dijo...

Como el dicho popular matiza, Jesús dijo hermanos, que no primos.

Altea dijo...

Inténtelo, please. Me encantaría poder entenderlo.

Rosie and the Lilies dijo...

Pues a mí eso de poner la otra mejilla y no soltar improperios, a la larga, me parece muchísimo más recomendable. Cuando conduciendo, por seguir con el ejemplo, me enfado y respondo a otro conductor con algún insulto o gesto, me cuesta bastante el volver a la calma; en cambio si le sonrío, pido perdón con la mano, entonces no me sulfuro en absoluto y sigo conduciendo divinamente. Este descubrimiento he tardado muchísimos años en hacerlo.