domingo, 30 de septiembre de 2007

—“El traidor se la pega contra un muro”.


Acabo de oír estas palabras por la radio. El comentarista se refería, irónicamente por supuesto, a Fernando Alonso, que acaba de estrellar su bólido en Japón y se ha despedido del mundial de Fórmula 1.

Mi interés por este ruidoso deporte es nulo. Me importan más las palabras, y cuando he oído “traidor” me he llenado de nostalgia. “Traidor” es una palabra arcaica, anticuada, moribunda. Para traicionar es preciso haberse comprometido del todo.

Los maridos traicionaban a sus mujeres, o viceversa, cuando faltaban a sus promesas matrimoniales y cambiaba su cónyuge por un apaño. Los soldados traicionaban a su patria cuando incumplían el juramento a la bandera. Y así sucesivamente.

Pero ¿quién habla hoy de traidores o de traiciones? Cualquiera diría que lo importante no es ser fiel, sino “auténtico”. Y la autenticidad, seamos sinceros, es virtud ambigua de difícil definición.

Así, por ejemplo, si un cura abandona el sacerdocio y se busca una pareja complaciente, nadie dirá que es un traidor; lo más probable es que se alabe su autenticidad, su coraje para romper con el pasado y seguir la llamada del corazón. Si una esposa renuncia al hogar conyugal a cambio de un Ferrari con un bípedo rubio al volante, dirán que tiene derecho a “rehacer su vida”. Si un político de sólidas y utópicas convicciones, siente la llamada de la Patria y cambia sus quimeras más profundas por una dirección general, no lo llamarán traidor. Afirmarán que ha madurado.

Y, si un empleado cambia de empresa, ¿por qué no llevarse en un pen-driver algunos secretillos?

—¿Traidor yo? No, por Dios. Soy fiel a mí mismo. Vivo en presente. Nada me ata. Soy libre.

PD. Conste que no tengo ni idea si éste es el caso de Alonso. Como digo, la Fórmula 1 me aburre casi tanto como el golf.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Reunión de Los Antiguos Alumnos de Gaztelueta

Gaztelueta

Los Antiguos alumnos de Gaztelueta que residimos en Madrid nos hemos reunido en Retamar para poner en marcha, fundar o refundar la sección madrileña de nuestra Asociación mientras dábamos cuenta de una excelente cena-bufet y nos mirábamos los unos a los otros para tratar de reconocernos.

Esta es la web de Colegio, y ésta la de los Antiguos Alumnos, que me evitan entrar en más detalles.

Certifico que todos estamos muy jóvenes; que los tres antiguos directores que nos honraban con su presencia —Alejandro Cantero, Antonio Prieto y Peque García Novo— siguen dando guerra en otras importantes tareas; que don Francisco Vives, uno de los primeros Capellanes del Colegio, no parece tan viejo como yo mismo; que, a pesar de todo, los años pasan inclementes, y los más viejecitos del lugar comentaban las travesuras de sus nietos.

Al final nos pusieron un vídeo de quince minutos con fotografías de los años cincuenta. Las lágrimas nos nublaron la vista y mitigaron el dolor de pagar la cuenta.

Recuerdo triste de un día de lluvia

Via Appia antica


Eran las 7,30 de la mañana del día 29 de septiembre de 1978, fiesta de San Miguel, San Gabriel y San Rafael. A bordo de un Volkswagen escarabajo, acababa de tomar la Via Appia (nuova) camino de Castelgandolfo. En aquella ocasión me acompañaba otro sacerdote y habíamos empezado a rezar el rosario.

Todos los días hacía ese recorrido a la misma hora. Corríamos bastante a pesar de la caravana. Hay que haber vivido en Roma algún tiempo para conducir así: a 90 kilómetros por hora con un vehículo delante y otro detrás, confiando en que nadie toque el freno con demasiado entusiasmo.

Eso es lo que ocurrió: se cumplen hoy exactamente 29 años. El frenazo fue tremendo y no hubo una colisión en cadena porque, en Italia, los ángeles custodios están especializados en estos incidentes.

Por un momento tuve la impresión de que me encontraba dentro de una película neorrealista de Vittorio de Sica. Los conductores habían saltado a la calzada y hablaban entre ellos gesticulando desaforadamente. De pronto, uno se acercó a mi ventanilla:

Padre, una brutta notizia: è morto il Papa!

En aquel momento Gustavo Selva, director del giornale radio, estaba comentando los pocos detalles que se conocían a esa hora: sólo que Juan Pablo I, Albino Luciani, “il Papa del sorriso”, había aparecido muerto en su habitación.

En Castelgandolfo prediqué la meditación a las alumnas del Colegio Romano de Santa María. Había pensado hablar de los tres Arcángeles, pero comencé dándoles la noticia, que ellas aún no sabían, y la conmoción fue tan grande que tuve que hacer una larga pausa antes de continuar. Hablé de la Iglesia, del amor al Papa. Y pedimos a San Miguel, San Gabriel y San Rafael, que intercedieran ante el Señor para que hubiese un Juan Pablo II. Sí, recuerdo que lo dije así: un Papa santo, sonriente y lleno de fortaleza que gobernase la Iglesia según el corazón de Cristo.

Una hora después rezamos ante el cadáver del Romano Pontífice. Llovía a mares, pero Roma entera estaba allí.

Para padres desconcertados

Isabel Riñón me envía este vídeo. Le di al "play" más que nada por saber de qué iba la cosa, pero reconozco que no me apetecía nada oír otra "conferencia" sobre educación.

En pocos minutos me convencí de que valía la pena. Emilio Calatayud, que es el charlista, tiene un insólito sentido común y mucha, mucha gracia. No os lo perdáis.


viernes, 28 de septiembre de 2007

El ingenio


Nuestra época desconfía de la inteligencia y se rinde ante el ingenio.

La inteligencia busca la verdad. La desea por encima de cualquier otra cosa y sólo descansa cuando la encuentra. No es engreída, no le preocupa ser elocuente; no quiere engalanarse con la verdad ni tampoco poseerla. Al contrario, se deja poseer por ella. La inteligencia aspira a la sabiduría, que es un regalo de Dios; por eso es humilde.

Nuestra época supone que no somos dignos de la verdad; que es demasiado grande para el talento humano. Por eso ha sustituido a los sabios por expertos, y ha reemplazado la inteligencia por el ingenio.

El ingenio es útil para hacer esgrima mental, para amenizar tertulias, para deslumbrar al prójimo o para seducirlo. Es chispeante y provocador. Enciende sonrisas, quita hierro, lima aristas. El ingenio, muchas veces, se deja cautivar por su propia agudeza, y se vende a la mentira por una frase brillante o una metáfora original.

No es difícil ser ingenioso. Yo mismo lo soy en ocasiones. Y me temo que alguna vez he buscado el aplauso olvidándome de la verdad. Cuando me dicen que soy ingenioso me siento especialmente estúpido.

Esta mañana he leído una frase ingeniosa. Atención, lectores, preparaos para sonreír. Dice así: “Dios no existe y él lo sabe perfectamente”.

Su autor falleció hace meses. Ahora ya conoce la verdad.

El ingenio es el aleteo tembloroso del pájaro que quiere volar y a veces incluso lo consigue. La inteligencia es el vuelo sereno del halcón peregrino, que se eleva sin esfuerzo porque caza en lo alto del cielo mientras mira al sol cara a cara.


Un video fantástico

Sara inserta en su blog este vídeo. Como dice ella misma, "es una creación animada en 3D, que ilustra una canción del gran compositor Yann Tiersen. La música es una maravilla y la historia que narran las imágenes también merece la pena...Espero que os guste."

jueves, 27 de septiembre de 2007

Eslabones de una misma cadena



Desde que abrí este blog hace ya 7 meses, he entrado en contacto, gracias a Dios, con infinidad de personas de todo tipo:


a) Escritores y poetas, casi siempre jóvenes y brillantes;
b) Chavales y chavalas que me deslumbran y que me hacen recobrar la fe en la naturaleza humana;
c) Amigos de toda la vida que han entrado en la blogosfera recientemente y me siguen contra viento y marea;
d) Antiguas alumnas del Colegio del que fui Capellán y, a pesar de todo, no me odian;
e) Sacerdotes de todas las edades, unos con blog y otros sin él;
f) Personas del Opus Dei: viejos, jóvenes, hombres, mujeres…
g) Amigos de los amigos de los amigos de mis amigos, que ni sé de dónde llegaron.
h) Gentes que cayeron por casualidad. Hay ya un buen grupo de mexicanos, argentinos, chilenos…
i) Y mi madre, por supuesto, que me vigila todas las mañanas.

A todos les agradezco su sorprendente apego. Por ellos escribo todos los días, a pesar de que me propuse hacerlo sólo los fines de semana.

Muchos me pedís que ponga un link en el blog para conectar con el vuestro. Yo pondría doscientos —y no exagero—, pero si lo hiciera, la columna de la izquierda sería tan larga como inútil. Sabéis muy bien que los navegantes del mismo barrio, nos encontramos siempre en la blogosfera aunque no estemos "linkeados".

Por tanto, perdonadme. Dejaré los ya que tengo, y quizá alguno más. Pero os aseguro que siempre devuelvo la visita a los que entran en esta página.

Estoy convencido de que formamos una cadena indestructible. Y llegaremos lejos.

Bodas son amores (II)



Me contaba mi amigo José María, rector de una iglesia de Valencia, que en cierta ocasión, en el instante mismo en que empezaba la ceremonia de una boda, los novios y los padrinos comprobaron con horror que habían olvidado los anillos en casa.

La tragedia estaba servida. La novia comenzó a llorar, y fueron inútiles los esfuerzos de del cura para convencerla de que no ocurría nada. Había tiempo de sobra para ir a buscar las alianzas. Si fuera necesario, él prolongaría algo la homilía.

Fue necesario. Don José María, que es veterano en estas lides, se explayó a gusto: comentó exegética, jurídica y teológicamente cada una de las lecturas; habló del matrimonio desde todos los puntos de vista imaginables; pero la novia lloraba desconsolada al comprobar que los anillos seguían sin aparecer.

En la frente del oficiante brotaron las primeras gotas de sudor. Repitió los mismos argumentos con nuevo énfasis; se remontó al Antiguo Testamento; habló de Tobías y de su esposa, de Adán y Eva…, y los anillos no llegaban.

A punto estaba de tirar la toalla y comenzar el rito del matrimonio suprimiendo o aplazando la bendición e imposición de las alianzas, cuando por el pasillo central de la iglesia, entró corriendo como un atleta olímpico uno de los testigos.

El recién llegado levantó el brazo derecho para mostrar su trofeo. Don José María tomó aire, recuperó la serenidad y exclamó con voz potente:

—¡Ya está aquí el Señor de los Anillos!

Si el organista hubiese tenido reflejos habría interpretado en ese momento la música de la peli.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Raíces



“Mi patria, mi tierra, mi pueblo, mi cultura, mi lengua, mi caserío…”

Todo eso está muy bien con tal de que no olvidemos que somos forasteros en todas las patrias, tierras, pueblos, culturas, lenguas y caseríos… Vinimos de muy lejos hace nada, ¿no te acuerdas? Buscábamos un refugio y fuimos acogidos por otros fugitivos que habían llegado antes.

Nuestra auténtica patria es un Paraíso sin bandas ni banderas. Hoy he soñado con él: era un jardín de delicias con un río y un gran árbol en el centro que tenía un no sé qué de tentador.

martes, 25 de septiembre de 2007

Si fuese sacerdote...

Mario Quintana

Acabo de recibir un libro: “Puntos suspensi…”, de Mario Quintana, poeta brasileño que ha encontrado en Enrique García-Máiquez el mejor editor posible y un traductor que no traiciona.

He abierto el sobre hace diez minutos y veo que, en la dedicatoria del libro, Enrique me invita a leer este poema:

Si fuese sacerdote, en mis sermones
no hablaría de Dios ni del pecado
—mucho menos del ángel condenado
ni del encanto de sus seducciones;

no citaría santos ni profetas,
ni tampoco sus místicas promesas
ni aquellas sus terribles maldiciones...
¡Si fuese sacerdote, a los poetas

citaría. Yo rezaría versos
—y algunos ojalá que fuesen míos—
con la emoción temblándome en la voz...!

Pues la poesía purifica el alma
y un buen poema, aunque de Dios se aparte,
un buen poema siempre acerca a Dios.

Seguro que disfrutaré con el poemario: una cita a ciegas con E.G-M nunca defrauda. Sin embargo, al leer este soneto he recordado algo que confesaré hoy por primera vez.

Hace mucho, mucho tiempo, escribí catorce sonetos. Estaban pluscuamperfectamente construidos, y uno de ellos se parecía algo —sólo en el fondo, por supuesto— al de Quintana. Tenía yo entonces 18 años y sufrí un fugaz encuentro con la poesía, del que sólo conservo el recuerdo de un premio en la Facultad y el bochorno que pasé leyendo en público el poema galardonado.

Por entonces no se me pasaba por la imaginación que acabaría siendo sacerdote, pero mi soneto premiado también hablaba de sermones, oraciones y versos. Y como andaba pensando en lo que Dios me pedía y en lo poco que yo quería darle, terminaba el poema lamentándome…,

...si no fuera de fuego tu mirada,

si bastara un poema para amarte…!


Gracias a Dios he olvidado el resto.




Bodas son amores



—Oye, ¿cuántas bodas habremos oficiado en estos 38 años y pico?

—Si yo fuera párroco, querido Kloster, el número sería enorme, pero como la labor pastoral que llevo es de otro tipo, me permito el lujo de elegir las parejas. A veces digo sí, y a veces no. Y como siempre tomo nota, puedo afirmar que son exactamente ciento cincuenta y nueve. La primera, la de mi hermana Mari Pili, que se casó con Constan en agosto de 1971. La última, la de Verónica y Pablo, el pasado mes de junio.

—Pocas son: menos de cinco al año. Y de divorcios, nulidades y demás, ¿cómo andamos?

—Andamos mal. O sea, bien. Quiero decir que casi ninguno: tres…, y medio.

—¿Y cómo es posible?

—Supongo que porque las parejas que yo casé sabían bien lo que hacían.

—O porque no tenían miedo al compromiso ni la entrega.

—Quizá porque querían tener niños, en plural, y no les importaba apretarse el cinturón.

—Tal vez también porque se conocían y se habían preparado para la boda.

—O porque fueron novios de verdad y no otra cosa. Y su noviazgo no fue un aperitivo del matrimonio ni un ensayo general.

—Yo creo que porque supieron quemar las naves y no mirar atrás.

—Oye, Kloster, ¿no estaremos exagerando un poco?

—Sí, pero sólo un poco.

—Por supuesto no hemos casado a seres arcangélicos. Ellos y ellas tenían y tienen defectos. Pero todavía me enternezco cuando me invitan a su casa y veo que van bien, que han cumplido con aquella solemne declaración de amor que hicieron un día: Yo, te recibo a ti como esposa, y me entrego a ti, y prometo serte fiel…

—¿Entonces, vamos a recordar alguna de esas bodas en el blog?

—Confío en tu memoria, amigo Kloster; porque yo casi no me acuerdo de nada. Pero vale pena intentarlo y explicar a quien nos lea que "bodas son amores y no buenas razones".

lunes, 24 de septiembre de 2007

“Mi cura de compañía”



Sucedió hace tantos años que ni siquiera recuerdo el nombre del protagonista. Lo llamaremos Antonio. No he olvidado en cambio que se definió a sí mismo como “maestro nacional, republicano, anticlerical y azañista”. Fue “mi primer moribundo”. Estábamos, si no me equivoco, a finales de 1969 o principios del 70.

Su hijo Jaime me había pedido que fuese a verlo para ver “si consigue que se confiese y se ponga a bien con Dios.”

Yo estaba nervioso, con el agobio lógico de un recién ordenado que nunca se ha encontrado en una tesitura semejante. Pensé y repensé el mejor modo de abordarlo, y hablé con Eduardo, un sacerdote veterano y amigo, para pedirle consejo. Se rió:

—No seas tonto. Va a ser todo más sencillo de lo que imaginas. Ya lo verás.

Y lo vi. Tomé prestados los óleos en una parroquia cercana y el ritual correspondiente.

El enfermo me recibió con cierta frialdad. Le hice sólo una pregunta, y me soltó una especie de discurso histórico-filosófico-político que parecía no tener fin. No le respondí, entre otras cosas porque no se me ocurría nada. Entonces me pidió que le acercara el agua, bebió un sorbo y dijo que era consciente de que se moría y de que había llegado el momento de enfrentarse con la verdad.

Recibió los Sacramentos con una devoción sorprendente. Lo celebramos con una botella de champán caliente y me pidió que volviera de vez en cuando…, “hasta que me vaya de viaje”.

—¿Tiene miedo a la muerte?

—Siempre he temido a la muerte, pero desde que la llevo encima, le he perdido el respeto. Supongo que entre Dios y yo ha habido algunos malentendidos, pero, cuando nos encontremos, se aclararán las cosas.

Este tipo de afirmaciones me desconcertaban un tanto. Al menos supe ser prudente y me limité a escuchar sin hacer correcciones teológicas.

Desde entonces fui a su casa casi todos los días. Repetía las mismas historias una y otra vez.

—¿Te lo había contado ya? Es que no sé dónde tengo la cabeza.

Por supuesto, Antonio me tuteó desde el principio. Me trataba como a un hijo inexperto al que había que formar para la vida.

Un día llegaron a verle unos parientes de Alicante, y me presentó:

—Aquí mi amigo Enrique, que es mi cura de compañía.

De entrada no me hizo mucha gracia la expresión, pero luego he comprendido que define muy bien la labor del sacerdote. Cuando nos toca preparar a alguien para la última batalla de su vida, hacemos compañía. Sólo eso. No hay tarea más humilde ni sencilla.

Es grande ser cura, desde luego. Es fantástico ser un espectador privilegiado de este milagro que Dios repite siempre que le dejamos un hueco para llegar al fondo del alma.

Es un espectáculo tan glorioso que al final te dan ganas de aplaudir.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Sobre la vejez



Recibí hace días un insólito mail de Juan Antonio, en el que me hacía una sola pregunta: “¿Cuántos años tienes?”.

Por un momento pensé contestarle que sé muy bien los años que ya no tengo, pero que no sé los que todavía tengo por delante. Sin embargo al fin le dije la verdad, y me miré al espejo para comprobar que, en efecto, mi edad biológica se corresponde con la que ven los demás.

En todo caso, yo sé muy bien que “la vejez comienza el día en que uno llega a la conclusión de que nada ocurre por primera vez”. Me lo dijo Kloster una tarde melancólica.

Yo aún no he llegado a ese día. Sigo de estreno permanente. No sólo porque, cada mañana, le digo al Señor “¡ahora empiezo!”, como me enseñó en otros tiempos mi colega Urteaga, sino también porque no me cuesta descubrir la perenne novedad de cada acontecimiento. Cuando veo la sonrisa de un niño, el enamoramiento de un adolescente, el entusiasmo de un chaval que se embarca en un proyecto, las lágrimas del primer desengaño…, me identifico con todos ellos sin hacer ningún esfuerzo.

Cada amanecer es siempre el primero. El sol inventa cada día nuevas formas de iluminarnos. Y la luna nunca es la misma. Nada ocurre dos veces.

Perdonadme este desahogo mañanero. Dentro de media hora voy a predicar sobre la Eucaristía y, para ayudarme, he cogido un guión que elaboré en 1988. Sin embargo mi oración será “un cántico nuevo”, como pide el Salmo. Y es que, en rigor, los cánticos siempre son nuevos, como las olas del mar, como la Gracia de Dios que “hace nuevas todas las cosas”, como la alegría, como la risa.

Como este dichoso lumbago que se me renueva cada mañana.

viernes, 21 de septiembre de 2007

La resignación de Occidente (y III)


Un rey de la India ordenó reunir a todos los ciegos de su país. Una vez juntos, mandó mostrarles sus elefantes. Un ciego palpó una pata; otro, la cola; un tercero, el comienzo de la cola; un cuarto, el vientre; un quinto, el lomo; un sexto, las orejas; un séptimo, los dientes, y un octavo, la trompa.

Luego dispuso el rey que los ciegos vinieran a su presencia, y les preguntó: “¿a qué‚ se parecen mis elefantes?”.

El primer ciego respondió: “tus elefantes se asemejan a las columnas”. Era el que había palpado la pata. El segundo dijo: “son semejantes a una escoba”. Era el que había tocado la cola. El tercero dijo: “se parecen a una rama”. Es el que había examinado con sus manos el comienzo de la cola. El que había palpado el vientre dijo: “tus elefantes se parecen a un montón de tierra”. El que había estado tocando el costado, aseguró: “son semejantes a un muro”. El que había palpado el lomo, declaró: “se asemejan a una montaña”. El que había tocado los dientes, dijo: “son semejantes a los cuernos”. El que había palpado la trompa, dijo: “se parecen a una cuerda gruesa. Y todos los ciegos comenzaron a discutir entre sí...

He querido recordar esta conocida fábula oriental, porque la utiliza Juan Pablo I en su libro "Ilustrísimos Señores" para hablar del relativismo. La historia es más larga, pero la moraleja es sencilla: en asuntos humanos parece razonable desconfiar del propio punto de vista.

Incluso cuando uno está seguro de acertar, más vale oír otras campanas antes de pontificar. Y es que—como escribió mi amigo Kloster— la verdad casi siempre se parece a una sinfonía: nace de mil acordes tocados por cientos de instrumentos distintos, que al final se encuentran en un crescendo armónico lleno de belleza.

Todo esto es verdad, como digo, cuando hablamos de cuestiones puramente humanas. Pero —se pregunta Juan Pablo I— ¿ocurre lo mismo con las verdades sobrenaturales? ¿Es posible que Dios haya enviado a su Hijo al mundo para decirnos Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, para luego reducirnos a la triste condición de los ciegos de la parábola, cada uno con una partecita de verdad, miserable y distinta de las demás? Ciertamente que no, concluye: sería una broma cruel, indigna de Dios y del hombre.

Hoy más que nunca los cristianos defendemos el poder de la razón humana. Así lo hace Benedicto XVI en incontables ocasiones. Dios nos ha dado una inteligencia capaz de alcanzar la verdad y de descansar en ella; capaz de conocer a Dios: no de abarcarlo —de “comprehenderlo” dirían los filósofos—, porque Él es infinito, y toda una eternidad no será bastante para profundizar en su esencia y en su amor (ésa será la gran aventura del Cielo). Pero conocemos su existencia, decimos verdades sobre Él, y somos capaces de entenderle cuando nos comunica su Palabra.

Dios, al crear al hombre, ha querido tener un interlocutor a quien amar por sí mismo. Y nos pide fe. Es decir, que le creamos, porque es razonable creerle; porque es Dios y nos quiere.

Ese depósito de palabras, de verdades, son nuestro mayor tesoro, y hay que defenderlo con inteligencia y con pasión frente al escepticismo sofocante que se respira en el ambiente. Porque —seamos serios— los mártires no dieron su vida por una verdad provisional, con fecha de caducidad.

Ahora tendría que seguir explicando que esas verdades recibidas de Dios deben hacerse vida en nosotros; que la fe debe impregnarlo todo: el trabajo, el estudio, el descanso, la vida en familia, el amor, la amistad... Pero he de terminar, y se me viene a la memoria aquel conocido poema-proverbio de Machado:

¿Tu verdad? No, la verdad./ Y ven conmigo a buscarla,/la tuya guárdatela.

Y se acabó. Mañana…, contaremos historias, cambiaremos de música.



Sobre la “resignación de Occidente”


Los famosos tres monos que ni ven ni oyen ni hablan podrían
simbolizar el agnosticismo. El agnóstico, en efecto, renuncia a ver y a oír.
Claro que, en la mayoría de los casos, no se priva de hablar.

Ya empezamos. Llega a la capellanía una alumna de primero de bachillerato (la llamaremos Carmen por si acaso) y me dice que ha entrado en este blog, que le parece superbueno, pero que hay algunas cosas que no se entienden bien.

— ¿Por ejemplo?

—Lo de ayer, del Papa. Yo es que soy de Ciencias y no he estudiado filosofía, religión y esos rollos.

—Ya. ¿Y qué es lo que no entiendes?

Repasamos el texto del Santo Padre hasta la tercera línea:


Nuestra fe se opone decididamente a la resignación que considera al hombre incapaz de la verdad, como si ésta fuera demasiado grande para él. Según mi convicción, esta resignación ante la verdad es el origen de la crisis de occidente.


Hablamos del agnosticismo, que es moda intelectual en Occidente. Le explico que los agnósticos suponen que el hombre no está capacitado para conocer las grandes verdades. En consecuencia renuncian a saber algo sobre Dios y viven como si Él no existiese. Peligroso asunto, por cierto. Por el mismo precio, podrían tratar de vivir como si Dios fuese real, pero el hecho es que apuestan por un ateísmo práctico. Esa visión agnóstica de la vida acaba por “desmoralizar” al individuo y a la sociedad entera, ya que si Dios no existe, no es posible encontrar un fundamento sólido para definir el bien y el mal. De esto habla el Santo Padre.

A estas alturas de la charla ya han entrado en la capellanía la “mejor amiga” de Carmen y una profe que viene a saludarme.

Carmen dice que bueno, que vale. Pero ¿y la resignación?

La profe no me deja seguir. Las alumnas tienen clase y no pueden “perder el tiempo” con charlitas. La verdad es que habrían bastado cinco minutos para explicar que lo grave no es el agnosticismo, sino la resignación ante él; abdicar, por principio, de la dignidad de nuestra inteligencia, y suponer que estamos en este mundo sólo para “hacer” cosas y para ver “cómo funcionan”, sin entenderlas nunca del todo.

Pero hablaremos de todo eso, supongo, en la Catequesis para la Confirmación.



jueves, 20 de septiembre de 2007

La resignación de Occidente


Hoy quiero reproducir unas líneas de la homilía que Benedicto XVI pronunció en el santuario mariano de Mariazell. Es un texto breve, que recomiendo meditar. El resto de la alocución está aquí

Nuestra fe se opone decididamente a la resignación que considera al hombre incapaz de la verdad, como si ésta fuera demasiado grande para él.

Según mi convicción, esta resignación ante la verdad es el origen de la crisis de occidente, de Europa. Si para el hombre no existe una verdad, en el fondo, no puede ni siquiera distinguir entre el bien y el mal. Entonces los grandes y maravillosos conocimientos de la ciencia se hacen ambiguos: pueden abrir perspectivas importantes para el bien, para la salvación del hombre, pero también --y lo vemos-- pueden convertirse en una terrible amenaza, en la destrucción del hombre y del mundo.

Necesitamos la verdad. Pero claro, a causa de nuestra historia, tenemos miedo de que la fe en la verdad comporte intolerancia. Si este miedo, que tiene sus buenas razones históricas, nos asalta, es tiempo de contemplar a Jesús como lo vemos aquí, en el santuario de Mariazell. Lo vemos en dos imágenes: como niño en brazos de su Madre y sobre el altar principal de la basílica, crucificado. Estas dos imágenes nos dicen: la verdad no se afirma mediante un poder externo sino que es humilde y sólo es aceptada por el hombre a través de su fuerza interior: el hecho de ser verdadera. La verdad se demuestra a sí misma en el amor. Nunca es propiedad nuestra, no es un producto nuestro, como tampoco es posible producir el amor, sino que sólo se puede recibir y transmitir como don. Necesitamos esta fuerza interior de la verdad. Como cristianos, nos fiamos de esta fuerza de la verdad. Somos testigos de ella. Tenemos que entregarla como la hemos recibido, tal y como se nos ha entregado.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Muestrario de cenizos



Este aguilucho se llama "cenizo", pero me cae bien


Hoy he leído este viejo artículo a una pasota de 17 años. Lo ha oído con gesto escéptico, la mirada perdida en la pared de enfrente y la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha. Al llegar al último párrafo, cuando hablo de “tortícolis espiritual”, se ha enderezado bruscamente.

El Prof. Kloster, tantas veces citado, acaba de publicar un meritorio trabajo titulado "Elenco de agoreros, cenizos, gafes, malasombras y otras plagas". Hoy me propongo comentar algo del estudio de tan eminente investigador.

Se entiende por cenizo aquel espécimen relativamente humano que sólo ve la parte lóbrega de las cosas: cuando hace sol, llora por la sequía; cuando llueve, profetiza inundaciones. Para él, las botellas mediadas están siempre medio vacías; considera que la salud es un estado transitorio que no presagia nada bueno; asegura que no hay situación tan desesperada que no pueda agravarse, y piensa que los seres humanos sólo somos sólo unos muertos que están de vacaciones.

El prof. Kloster distingue hasta ocho tribus de cenizos; pero nos fijaremos sólo en dos: los llamados cenizos afligidos y los destructivos.

El cenizo afligido está convencido de que todo sale siempre mal, pero no lo dice: se limita a mirar al prójimo con aire atribulado cada vez que éste se propone algo “imposible”. Y, si, a pesar de todo, lo alcanza, verá en ese éxito un signo evidente de que la catástrofe final será aún mayor.

Sus expresiones favoritas son: “se veía venir”; “más dura será la caída”; “ya te lo decía yo”; “no por mucho madrugar amanece más temprano”, etc. Todo lo cual le sirve para no madrugar y para no correr riesgos, por el sencillo procedimiento de abstenerse de tomar decisiones.

El cenizo destructivo es más peligroso, y a su vez se divide en dos razas: el cenizo proselitista (gafoide) y el suicida (o gafe). El primero se dedica vocacionalmente a cortar las alas de los demás. A tan triste cirugía consagra sus mejores esfuerzos. Pone todo su entusiasmo en desentusiasmar a los entusiastas, y se siente feliz si lo logra. Sus frases más repetidas son: “no seas loco”; “te arrepentirás”; “fíjate en Lupe, que también se casó con un murciano y ya está separada”; “ni se te ocurra hacerte cura: te saldrás”, etc. Y es que los cenizos proselitistas tienden a suponer que un proyecto que comprometa del todo sólo puede nacer de la neurosis o de la manipulación mental. De ahí que luchen con toda el alma para evitar que los demás abandonen ese estado letárgico de coma espiritual en el que suponen se encuentra la felicidad.

Capítulo aparte merece el cenizo suicida. Se trata de un sujeto que, cuando no tiene más remedio, emprende tareas de cierta entidad, pero siempre con la convicción de que no prosperarán. Este cenizo, también llamado gafe, capta con sorprendente precisión todos los obstáculos que se le pueden presentar en el camino…, y se estrella metódicamente en cada uno.

A Pitufa, por ejemplo, me la encontré un día con sus dos piernas escayoladas y un dramática funda de esparadrapo en la nariz.

—¿Pero, qué te ha ocurrido?

—¿Y qué quiere que me ocurra?: que yo no valgo para esto…

Entre balbuceos me contó la historia. Acababa de sacar el carnet de conducir al quinto intento; se puso al volante de su Ibiza recién comprado, y tomó la carretera de la costa para hacer prácticas.

—Ya. Y te caíste al mar…

—¡No! Me pegué con un árbol.

—¿Un árbol…? No recuerdo que haya ninguno por esa zona.

—Sí. Hay uno —me contestó con aire compungido—… Lo vi enseguida a lo lejos, y comprendí que era el fin. Se me agarrotaron las manos. No podía apartar la vista del árbol ni aflojar el pie del acelerador: empecé a repetir: “me la pego, me la pego…” Y, claro, me la pegué.

Entendámonos: no es cierto que los gafes traigan desgracias a los demás. El gafe, en realidad, polariza los males sobre sí mismo. Es un pararrayos, que llama, e incluso convierte en reales, las dificultades que sólo existían en su imaginación.

El cenizo suicida es una permanente amenaza para sí mismo. Y, como la especie aumenta, el mundo se va llenando de tipos que, en el terreno profesional y en el espiritual, en sus amores humanos y en el amor a Dios sólo ven las piedras que van a encontrar en el camino. Como a Pitufa, se les dilatan las pupilas contemplando el obstáculo, y repiten: “me la pego, me la pego, me la pego…”

La castaña es inevitable.

La cura de tan dramática enfermedad es sencilla si se diagnostica en la edad del pavo, que es cuando suelen aparecer los primeros síntomas. Hablo de esos chavales que, a la hora de elegir carrera, acaban buscando “una facilita”, porque tiemblan ante el riesgo de fracasar; de los que no se entregan a Dios porque se obsesionan con los mil tropiezos que sin duda sufrirán: de los enfermos de tortícolis espiritual, que no saben levantar la cabeza para mirar a lo alto, a la meta, porque tienen miedo a ilusionarse, a amar, a vivir. Hablo también de algunos pasotas de quince años que, en el fondo, son sólo unos pobres cobardes, que están “de vuelta” sin haberse atrevido jamás a estar “de ida”…

Al llegar a este punto he pedido su opinión a mi “escuchante”. Ella ha agitado su melena, se ha quedado unos segundos callada y me ha dicho:

—Jo, no sé.

martes, 18 de septiembre de 2007

La "mentira" de María



No os quedéis sin leer esta entrada de María Bofarull.

Como yo no puedo ser objetivo al hablar de una antigua alumna de mi cole, juzgad vosotros solos.

Moraleja de la parábola de ayer


Los comentaristas de la parábola de “el dengue, el toro y el mosquito” han recurrido a coplas anónimas con rimas inconfesables (Juanan) a remedos de Jorge Manrique (Bernardo) e incluso a un poema satírico de mi amigo Quevedo (Dal).

María y Elena, como buenas ex-alumnas de Aldeafuente, se acercan más a lo que yo pretendía decir con esta verídica historia. Pero mi opinión es más radical.

Por supuesto que no hay enemigo pequeño. Más aún: el peor enemigo es casi siempre el más pequeño. Los grandes morlacos que nos corresponde torear en la vida suelen encontrarnos bien preparados, con la muleta desplegada y el estoque a punto. Pero ¿quién teme a un mosquito?

Dentro de unos días me tocará oficiar una boda y, como siempre, me entrevistaré antes con los novios. Hablaremos de toros y de mosquitos. Les diré que no tengan miedo a los grandes problemas, a las fieras que sin dura aparecerán alguna vez durante su vida en común. El auténtico peligro está en las pequeñas discusiones, en los reproches miserables, en los olvidos, en las mínimas faltas de respeto, en los silencios huraños, en la mala educación, en las faltas de cortesía.

Esos son los mosquitos, que, si no se eliminan a tiempo, pueden infectar el matrimonio con un dengue crónico de difícil cura.

San Pablo, en ese texto que suele leerse en las bodas, nos proporciona el insecticida. Es, como veis, un catálogo de cosas pequeñas:

“El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta, no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, si-no que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca”.

lunes, 17 de septiembre de 2007

El dengue, el toro y el mosquito.


El dengue no es el canguelo, aunque suene a algo de ese estilo. Tampoco es un baile cubano de temporada ni una salsa de aguacate con chile y ron. El dengue es una grave enfermedad viral que viaja a bordo del aedes aegypti , un mosquito blanquinegro con rayas en el dorso, y aterriza en el pellejo de los humanos.

La víctima más famosa es el veterano matador de toros José Luis Manzanares, que contrajo la enfermedad durante su gira americana, y ha sido tratado en la Clínica Universitaria de Navarra, donde estuvo ingresado 10 días, hasta el viernes pasado.

—Lo que es la vida —ha declarado solemnemente el torero en una entrevista—. Todos los días me enfrento a animales de más de 500 kilos y llega un mosquito, que por pesar ni siquiera pesa, y me fastidia la temporada.

Moraleja:

Esto parece una parábola urbana con sabor tropical. Lo que pasa es que todavía no he pensado en la moraleja. Si se os ocurre alguna, ponedla en los comentarios. Mañana elegiremos la mejor o pondré yo la mía.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Domingo con video


El
domingo, como casi siempre, ha resultado movido y no tengo muchas ganas de poner por escrito esas dos o tres nuevas ideas que, gracias a Dios, me engrasan el cerebro cada día.

Entro en los blogs de mi barrio, y descubro que Juanan se ha puesto las pilas y empieza el curso con envidiable entusiasmo; que Rocío se ha enfrascado en su tesis; que Marta sigue contando chistes..., a veces buenos; que Ricardo sufre altibajos a pesar de los piropos de sus comentaristas; que Dani está peleón y Patzarella melancólica.

Y yo os dejo este viejo video de Les Luthiers. Al "visionarlo" (como dicen los cursis) me entran algunas nostalgias que no son del caso, y hasta mi risa me suena antigua, como si viniera de otra época ya lejana.

El curriculum

Había olvidado esta anécdota y la recordé ayer de pronto, mientras predicaba en un funeral. Como la conté muy torpemente, la redacto ahora, adornándola lo justo para no falsear la historia.

No recuerdo su nombre. Un amigo común la convenció para que hablara con un sacerdote, y me planté en su casa de buena mañana.

No parecía enferma. Sentada en su butaca, frente a la tele, lucía un aspecto normal, incluso saludable. Me dijo que tenía 30 años —aparentaba menos— y que los médicos le habían diagnosticado una enfermedad degenerativa irreversible, cuyo nombre también he olvidado. En su caso el proceso era muy rápido, y no había más tratamiento que el paliativo.

Entre otras cosas, le pregunté por su trabajo. Sonrió.

—Mi trabajo era decorar mi curriculum y mandarlo por ahí para ver si colaba. Hay cientos de papeleras en Madrid que ya lo han digerido.

Unos meses más tarde me volvió a hablar del curriculum. La visité en una clínica donde había ingresado de urgencia con graves dificultades respiratorias.

—No sé si me admitirán en el cielo. Mi curriculum no da el perfil que buscan allí arriba. Supongo que, cuando lo presente, también lo tirarán a la papelera.

Hablamos del buen ladrón, que robó el cielo en un segundo, sin más méritos que el de ser compañero de condena de Jesús. Para ganarse el cielo no necesitó adornar su expediente.

Dicen que en la cárcel, entre los que sufren una misma pena, nacen amistades indestructibles. La celda compartida crea un vínculo que obliga tanto dentro como fuera, cuando uno recupera la libertad.

—¡Acuérdate de mí cuando salgas…!

Las palabras del buen ladrón—“acuérdate de mí cuando estés en tu reino”— son expresión de esa misma solidaridad.

—No te preocupes, colega. Hoy dormirás en mi casa.

—¿Y el curriculum?

Para llegar al Cielo lo único importante es ser amigo del Dueño y ganar la última batalla.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Cruces y flores

En los todos los oratorios de los centros del Opus Dei hay una cruz de madera negra, desnuda, sin crucificado. No está en el presbiterio, sino en una pared lateral o incluso en la pequeña habitación que algunas veces sirve de antecámara de la capilla.

La cruz puede ser grande o pequeña, según los casos; pero tiene siempre las mismas proporciones y el mismo color. A su lado, hay una leyenda grabada en madera o en piedra que recuerda las indulgencias que concedió el Santo Padre Pio XII a quien besare esa cruz o la venerare con una jaculatoria. Es una historia antigua, y la inscripción sólo sirve ya de recordatorio.

Esa cruz de madera se llena de flores rojas dos veces al año. El 3 de mayo y el 14 de septiembre.

El 3 de mayo se celebraba en tiempos la “Invención de la Santa Cruz”. Fue una fiesta popular que recordaba el descubrimiento en Jerusalén del auténtico madero que fue el trono del Redentor. Era una fecha alegre que hizo florecer miles de cruces en muchos lugares de España y de Hispanoamérica. Todavía hoy continúa la tradición de las flores de mayo, que inmortalizó Juan Ramón en aquel conocido poema que comienza así:

Dios está azul. La flauta y el tambor
anuncian ya la cruz de primavera.
¡Vivan las rosas, las rosas del amor
entre el verdor con sol de la pradera!

El 14 de septiembre es la fiesta de “La exaltación de la Santa Cruz”. ¿Qué significa? Que debemos gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, como escribió San Pablo en una de sus cartas. Que el dolor —que en sí mismo es malo— puede ser fecundo con tal de que sepamos abrazarlo cuando venga y convertirlo, por amor, en Cruz con mayúscula.

Cuando San Pablo empezó a predicar el evangelio portando una cruz como estandarte, los gentiles lo tomaban por loco y los judíos se escandalizaban. El pueblo de Israel sabía que quien pende de un madero es maldito según la ley de Moisés.

San Pablo, que también lo sabe, escribe: Él nos redimió de la maldición de la ley haciéndose maldito por nosotros. Y en otro momento precisa que se humilló hasta la muerte y muerte de Cruz.

En nuestro siglo no hacemos muchos distingos a la hora de elegir el modo de ser ejecutados; no entendemos que haya muertes más infamantes que otras. El privilegio del gentleman, que tenía derecho a ser ahorcado con un cordón de seda, nos produce risa. Pero no: todavía hay muertes vergonzosas y muertes heroicas. Morir fusilado puede sugerir una acción bélica, incluso gloriosa; pero morir en la horca…

Pues bien, morir en la Cruz era eso: morir en la horca del siglo I. Y ¿quién enarbolaría ese horrible instrumento de tortura como signo de entrega y de redención? Jesús los hizo. La lógica del amor venció a la lógica del pecado. Y la Cruz perdió su veneno.

No tengamos miedo a abrazarla. Si lo hacemos, brotarán las flores de la alegría. En cambio, quien se pase la vida tratando de arrancar las flores evitando el sufrimiento a toda costa, descubrirá que los pétalos se le deshacen entre los dedos; que la auténtica alegría sólo es perdurable cuando tiene sus raíces en forma de Cruz.

viernes, 14 de septiembre de 2007

En el tanatorio, ayer por la mañana

Nuestra Señora del Silencio


Tenía que celebrar una Misa a las 12 del mediodía en el tanatorio de La Paz, a las afueras de Madrid, y llegué con tiempo suficiente para rezar un responso ante el cuerpo del difunto, para hacerme cargo de la situación y preparar lo necesario para la ceremonia.

La capilla es amplia, con un gran altar en el Centro, una bonita imagen de la Santísima Virgen en lo alto del presbiterio y un sagrario de hierro forjado a la derecha con la lámpara encendida, que señala la presencia del Santísimo Sacramento.

Entré en la Sacristía. Aún faltaban cuarenta minutos para las 12 y yo no había preparado la homilía. Elegí los ornamentos, dispuse los vasos sagrados, y, cuando estaba señalando las lecturas, oí el estrépito de una multitud gritona que entraba en ese momento.

Resultaron ser “Testigos de Jehová”. El que mandaba el grupo torció el gesto al verme. Se conoce que no esperaba ver un cura católico, vestido de cura católico en una capilla católica. Dijo que iban a tener una “despedida fraterna” de un miembro de su comunidad que había fallecido, y que, por tanto, “había” que tapar el Sagrario, la imagen de la Virgen y el Crucifijo.

—Si les molestan los símbolos religiosos, tal vez podrían tener su reunión en el vestíbulo o en el jardín, que es suficientemente amplio… (o en la cafetería, pensé).

Empezó a hablarme de libertad religiosa y le interrumpí:

—Mire, yo estoy aquí de visita. No se preocupe. Ocultaré todos los símbolos cristianos y retiraré el Santísimo Sacramento a la sacristía para que no se sientan incómodos. A cambio, les pido que sean breves y que hablen en voz baja para no molestar a los que están rezando. Dentro de un rato se celebrará aquí una Misa.

Revestido ya con el alba y la estola morada, escuché desde la sacristía las palabras del predicador y el griterío incontrolado de la gente. No me pareció que nadie rezara.

Al terminar, pedí al conductor del grupo que me ayudara a descubrir las imágenes. Muy amablemente me contestó:

—Hágalo usted. A mí eso no me importa nada.

No pude aguantarme y lo siento: le pregunté si yo podría celebrar la Eucaristía en el “templo” de su comunidad en caso de que lo necesitara. Me respondió que no, por supuesto, y se alejó.

Mientras quitaba el velo morado de la imagen de María Santísima, le pedí perdón por no haberla saludado al llegar, a pesar de que estaba guapísima. Al trasladar el Santísimo, dije al Señor que predicara él la homilía. A mí, con tanto barullo, se me habían quitado las ganas de prepararla.

Abandonaron la Capilla los testigos y entró la familia del difunto y un centenar de amigos. La atmósfera había cambiado. El ambiente de recogimiento me emocionó más de lo normal. Me puse la casulla, encendí las velas y empecé la Misa.

La homilía salió sola. Quizá me alargué demasiado, pero creo que nadie se dio cuenta.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Yo soy tonto, ¿y usted?


Espléndido el último artículo de Enrique García-Máiquez. Vale la pena leerlo entero aquí.

Adopto ya, desde ahora, el refrán "en la duda, saluda" que nos propone el ilustre poeta. Me será de gran utilidad cada vez que coja el ascensor del parking de residentes. Hace tiempo escribí algo sobre los temas de conversación más recomendables para un ascensor. Es un asunto que me inquieta, y prometo volver sobre el tema.

Tampoco está mal visto lo que dice sobre la confianza que tienen los tontos en su propia inteligencia:

"Oigo yo no soy tonto" y me echo a temblar".

Lo que no veo claro es por qué los tontos tienen tanto miedo a ser descubiertos. Ser tonto no es tan malo. Yo conozco tontos encantadores, simpáticos, incluso sabios, porque la sabiduría no es privilegio de los listos. Lo malo es ser tonto y vanidoso; pero un tonto a secas puede ser estupendo.

Hace años oí por la calle la siguiente conversación:


—¡Está usted ciego, o qué! —gritaba un energúmeno a un paisano de gafas negras—.

—Sí, señor. Lo siento. Soy invidente.

El energúmeno ni siquiera pidió perdón. Creo que masculló algo así como "ah, vale".

Desde entonces decidí adoptar la misma táctica. Si alguien me insulta con la conocida pregunta retórica "¿es usted imbécil, o qué?". Yo respondo:

—En efecto, amigo mío.

Es cierto que, hasta ahora, sólo me lo han preguntado una vez, pero mi réplica tuvo un efecto balsámico. Por un momento sentí la tentación de contestar "yo sí, ¿y usted?". Pero supongo que no habría sido lo mismo.




Chocolate



He ido a ver a Tony, un chaval de 17 años que está encerrado voluntariamente un establecimiento de rehabilitación para toxicómanos.

Antes le he llamado por teléfono:

—¿Quieres que te lleve algo; un libro, alguna revista...?

—¿Podría comprarme un poco de chocolate?

—¿Chocolate, sin más?

—Sí, por favor.

Al llegar a la clínica he preguntado a la enfermera.

—¿Qué ocurre con el chocolate?

—Lo tienen prohibido. Ni chocolate, ni café, ni coca-cola…

¡Pobre Tony! Lloraba como un crío cuando supo que me habían requisado la mercancía.

He vuelto a casa cansado y triste. No recuerdo haber sentido nunca tan de cerca el sabor de la angustia y la desesperanza. Pero Dios es muy bueno y sacará adelante a Tony. Rezad por él como yo lo hago ahora mismo.

Hay un mendigo en Madrid que esta noche se ha hartado de chocolate.

San Josemaría

Capilla de San Josemaría Escrivá
Catedral de Nuestra Señora de la Almudena (Madrid)

Tiene razón Patricia. He citado muchas veces en este blog a San Josemaría, y ni siquiera he puesto un link de su página web, www.josemariaescriva.info
En la columna de la izquierda incluyo el enlace entre las webs de particular interés.



martes, 11 de septiembre de 2007

Estrenar un cuaderno



Otro artículo descongelado que viene muy a cuento para este comienzo de curso. Cuando lo escribí era yo capellán de un colegio de niñas. Hablo del BUP, de la ESO… No corrijo nada, pero constato que el tiempo vuela. Mercedes, la protagonista de la historieta es ya una madre de familia. Y yo, un abuelo decrépito


Ahora que empieza el curso, me viene a la pluma lo que decía Heráclito: que nadie se baña dos veces en el mismo río. El río en este caso se llama Aldeafuente y es mi Colegio: el mismo —siempre cambiante— de los últimos quince años. Tanto tiempo llevo ya aprendiendo a ser capellán.

Dentro de unos días volveré a clase y las alumnas que encuentre se parecerán poco a las que se fueron de vacaciones en junio. Me pregunto si las de 2º de eso, que me demostraban un singular apego, seguirán siendo encantadoras o habrán adoptado ya el aire displicente y perdonavidas que preludia la llegada de la edad del pavo. ¿Y las de 1º de bup, que parecían eternamente agotadas, con la barbilla pegada en el pupitre y los párpados a media asta?, ¿habrán recuperado la normalidad? No parece fácil: la adolescencia no se cura con sol de playa y bronceador.

¿Y las pequeñas? Para ellas cada curso es una eternidad, y las vacaciones, una especie de quitamanchas, que elimina, sin dejar rastro, los recuerdos desagradables del año anterior.

A mí, sin embargo, lo ocurrido en los últimos diez o quince años se me amontona y confunde en la memoria sin orden ni concierto. No distingo los cursos ni las promociones: los adultos somos como rocas siempre idénticas a sí mismas —si acaso algo más erosionadas cada día— en medio de la corriente de un río que se renueva implacable.

El colegio que encuentre a mi regreso habrá mejorado un poco: siempre mejoramos, gracias a Dios. Habrá ordenadores más potentes; las niñas estrenarán libros llenos de colorido, que —me temo— habrán subido de precio. Los bolis y los rotuladores cumplirán su cometido sin fallos ni intermitencias. Y los cuadernos aún no tendrán churretes.

¿No es fascinante ese breve rito anual de inaugurar un cuaderno recién comprado? Uno se frota las manos en el jersey para no mancharlo, y muy despacio, con especial mimo, ceremoniosamente, escribe su nombre y apellido en las tapas. Es un gesto viejo y lleno de sentido. Cuando veo con qué pausa y primor dejan su firma las alumnas, pienso que se están diciendo a sí mismas: este año será diferente. Será un año sin borrones ni tachaduras.

Y sin embargo estoy casi seguro de que dentro de pocos días el bolígrafo de Maica depositará un borrón azul en la primera hoja; María tachará con furia un error del que no conviene dejar la menor huella; y Pilar llenará su cuaderno de corazones —dibujados sin darse cuenta en un ataque de languidez—, o escribirá declaraciones de amor en inglés dirigidas a un tal Nacho.

¡Maldita experiencia de adulto, que siempre nos lleva a profetizar catástrofes! ¿Y si ocurriera lo contrario; si las tres consiguieran mantener limpios sus cuadernos? ¿Por qué no puede ser éste el curso en que Rocío demuestre lo que vale, el año del milagro que se propone lograr Elena cada septiembre?

Hace algunos septiembres, Mercedes —que por entonces estaba en bup— me contaba, llena de pasión, sus ambiciosos planes, las metas que iba a conseguir y de las que estaba supersegura.

—Se lo prometo —repetía una y otra vez—. Ya verá cómo cambio este curso…

Ella no se acordará, pero aquel día confundí la prudencia con la cautela o con el cinismo. Tendría que haberme solidarizado con su entusiasmo, para luego, en todo caso, matizarlo un poco. Sin embargo solté esa frase tópica de adulto resabiado:

—Mira, Mercedes, no te hagas ilusiones…

¡Naturalmente que hay que hacerse ilusiones! ¿En qué estaría yo pensando?

También los mayores deberíamos ser capaces de estrenar un cuaderno nuevo cada año, cada mes o cada día con la fe y con la amnesia envidiable de los niños.

Lo que nos frena es la experiencia. Mejor dicho, las tristes experiencias de los viejos fracasos, que nos van cargando de tristeza la mochila y, si uno se descuida, acaban por aplastarnos o por inhabilitarnos para cualquier tarea original o creadora.

Pero la experiencia no debe ser un lastre, sino un motor. No un freno, sino un estímulo para recomenzar la pelea con más ímpetu y sabiduría.

Hablo, por supuesto de todos los campos de la vida; pero especialmente del terreno espiritual, de la perenne batalla que hemos de sostener por ser santos y en la que siempre hay que estar recomenzando. Nuestro cuaderno será nuevo cada mañana si nos dejamos querer y limpiar por Dios.

Escribamos nuestro nombre y apellido en las tapas, que los borrones ya no están, y el día que hoy empieza es otra vez el primero.

Y a quien le venga la tentación de apelar a la experiencia como coartada para pactar con la mediocridad, puedo contarle lo que me dijo Heinz Kloster el día de su noventa cumpleaños:

—Mira, hijo mío, la experiencia demuestra que no conviene fiarse de la experiencia. Al fin y al cabo, cuando uno tiene experiencia de verdad, ya no es capaz de recordar ni la experiencia que tiene.

11 de septiembre

Nunca me han gustado los rascacielos, pero prefiero recordarlos así


Me decía una chica hace meses que los viejos nos pasamos la vida celebrando aniversarios. No es verdad: los aniversarios no siempre se celebran. A veces se lloran.

Sí que es cierto que, a medida que pasan los años, las fechas del calendario se van llenando de vidas y de muertes. Cada día es una percha de la que cuelgan viejas historias, harapos de memoria, que se desvanecen poco a poco.

El 11 de septiembre nos habla de odio, de muerte, de rabia… Y también de heroísmo y de perdón.

Yo le pido hoy al Señor que nos enseñe a perdonar y a aprender de la experiencia, pero también a recuperar la singular amnesia de los niños y de los santos, que estrenan cada día un tiempo limpio, sin rencores ni prejuicios.

En el Via Crucis de San Josemaría se lee:

Hay que unir, hay que comprender, hay que disculpar.

No levantes jamás una cruz sólo para recordar que unos han matado a otros. Sería el estandarte del diablo.

La Cruz de Cristo es callar, perdonar y rezar por unos y por otros, para que todos alcancen la paz.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Benedicto XVI al Cuerpo diplomático en Austria


He aquí algunos párrafos del discurso que ha pronunciado Benedicto XVI al Cuerpo Diplomático acreditado en Viena. Vale la pena leer el discurso entero. Podéis encontrarlo aquí


Europa


La “casa Europa”, como amamos llamar a la comunidad de este Continente, será para todos un lugar agradable de habitar sólo si será construida sobre un sólido fundamento cultural y moral de valores comunes que traemos de nuestra historia y de nuestras tradiciones. Europa no puede y no debe renegar sus raíces cristianas. Esas son un componente dinámico de nuestra civilización para el camino en el tercer milenio. El cristianismo ha modelado profundamente este Continente: de eso dan testimonio en todos los países y particularmente en Austria, no sólo las muchísimas iglesias e importantes monasterios. La fe tiene su manifestación sobre todo en las innumerables personas que esa, en el transcurso de la historia hasta la actualidad, ha conducido a una vida de esperanza, de amor y de misericordia. Mariazell, el gran Santuario nacional austriaco, es al mismo tiempo un lugar de encuentro para varios pueblos europeos. Es uno de los lugares de los cuales los hombres han sacado y sacan aun hoy la “fuerza del alto” para una camino de rectitud.
(…)


La vida


Ha sido en Europa donde por primera vez se formuló el concepto de derechos humanos. El derecho humano fundamental, el presupuesto para todos los otros derechos, el derecho a la vida misma. Esto vale para la vida desde la concepción hasta su fin natural. El aborto, por consiguiente, no puede ser un derecho humano –es su contrario. Es una “profunda herida social”, como subrayaba sin cansarse nuestro difunto hermano, Cardenal Franz Koenig.


Al decir esto no expresamos un interés específicamente eclesial. Nos hacemos más bien abogados de una solicitud profundamente humana y nos sentimos portavoces de los que están por nacer y que no tienen voz.


No cierro los ojos ante los problemas y los conflictos de muchas mujeres, y caigo en la cuenta de que la credibilidad de nuestro discurso depende también de lo que la Iglesia hace para acudir en ayuda de las mujeres en dificultades.


Me dirijo, por tanto, a los responsables de la política, para que no permitan que los hijos sean considerados casi como una enfermedad, ni para que el calificativo de injusticia atribuido por Vuestro sistema jurídico al aborto sea anulado de hecho. Lo digo movido desde la preocupación por los valores humanos. Pero esto no es más que un aspecto de lo que nos preocupa. El otro es hacer todo lo posible para que los Países europeos vuelvan a ser de nuevo más abiertos para acoger a los niños. Animad a los jóvenes, que fundan nuevas familias con el matrimonio, a convertirse en padres y madres. Con esto les haréis un bien a ellos mismos, y también a toda la sociedad. Os confirmamos también decididamente en Vuestras urgencias políticas de poner las condiciones que hagan posible a las jóvenes parejas la educación de los hijos. Todo esto, sin embargo, no servirá para nada si no conseguimos crear de nuevo en nuestros Países un clima de gozo y de confianza en la vida, en la que no veamos a los niños como una carga, sino como un don para todos.


Constituye también para mí una gran preocupación el debate llamado “ayuda activa a morir”. Da miedo pensar que un día pueda ser ejercida una presión declarada o explícita sobre las personas gravemente enfermas o ancianas, para que pidan la muerte o se la den a sí mismas. La respuesta justa al sufrimiento del final de la vida es una atención amorosa, el acompañamiento hacia la muerte –en particular incluso con la ayuda de la medicina paliativa- y no una “ayuda activa para morir”. Para afirmar un acompañamiento humano hacia la muerte serían necesarias urgentes reformas estructurales en todos los campos del sistema sanitario y social y la organización de estructuras de asistencia paliativa. Es necesario también dar pasos concretos: en el acompañamiento psicológico y pastoral de las personas gravemente enfermas o de los moribundos, por parte de sus parientes, de los médicos y del personal auxiliar. En este campo, la “Hospizbewegung”, el movimiento de voluntarios en hospitales, hace cosas grandiosas. Todo el conjunto de semejantes compromisos, sin embargo, no puede ser delegado a ellos. Muchas otras personas deben estar dispuestas o ser animadas en su disponibilidad a no mirar ni el tiempo ni los gastos en la asistencia amorosa de los gravemente enfermos o de los moribundos. (…)


El diálogo de la razón


Forma parte también de la herencia europea una tradición en el pensamiento, en la que existe una correspondencia sustancial entre fe, verdad y razón. Se trata aquí de la cuestión sobre si la razón está al origen de todas las cosas y como su fundamento o no. Se trata de la cuestión sobre si en el origen de la realidad esté la casualidad o la necesidad, y si por tanto, la razón sea un casual producto secundario de lo irracional y del océano de la irracionalidad, al fin de cuentas, si no está ahí incluso sin sentido, o si por el contrario, siga siendo verdad lo que constituye la convicción profunda de la fe cristiana: In principium erat Verbum –en el principio existía el Verbo- en el origen de todas las cosas existe la Razón creadora de Dios que ha decidido de participar en nuestra humanidad.


Permitidme citar en este contexto a Juergen Habermas, un filósofo que no se adhiere a la fe cristiana: “Para la autoconciencia normativa de la época moderna el cristianismo no ha sido sólo un catalizador. El universalismo igualitario, de donde han surgido las ideas de libertad y de convivencia solidaria, es una herencia inmediata de la justicia judaica y de la ética cristiana del amor. Sin cambiar sustancialmente, esta herencia ha sido siempre adoptada como propia de forma crítica y nuevamente interpretada. Hasta hoy no existe alternativa alguna a esto.


Las tareas de Europa en el mundo


De la unicidad de su llamada deriva también para Europa, sin embargo, una responsabilidad única en el mundo. A este respecto no debe, de ninguna manera, renunciar a sí misma. El continente que, demográficamente, envejece de forma rápida no debe convertirse en un continente espiritualmente viejo. Además Europa conseguirá una mejor conciencia de sí misma si asume una responsabilidad en el mundo que se corresponda con su singular tradición espiritual, con sus capacidades extraordinarias, y con su gran fuerza económica. La Unión Europea debería asumir, por tanto, un papel de guía en la lucha contra la pobreza en el mundo y en el compromiso a favor de la paz. Con gratitud podemos constatar que los Países europeos y la Unión Europea se encuentran entre los que contribuyen en mayor grado al desarrollo internacional, pero deberían hacer valer su relevancia política, por ejemplo, frente a los urgentísimos desafíos que nos vienen de África, a las enormes tragedias de ese continente, como el azote del SIDA, la situación en el Darfur, la injusta explotación de los recursos naturales y el preocupante tráfico de armas. Así mismo el compromiso político y diplomático de Europa y sus Países no puede olvidar la permanente grave situación del Medio Oriente, donde es necesaria la contribución de todos para favorecer la renuncia a la violencia, el diálogo recíproco y una convivencia verdaderamente pacífica. Debe ser en aumento las relaciones con las naciones de América latina y con las del Continente asiático, mediante los oportunos lazos de intercambio.