sábado, 17 de noviembre de 2007

Los Pimentel



Dentro de un par de horas celebraré en la Iglesia del Espíritu Santo, de Madrid, la boda de José María Pimentel, alias Pachano, y Elisa Garzón.

Como está feo que un cura piropee a la novia, no diré nada de Elisa, que es, por otra parte, una chica encantadora a la que conozco bien, pero desde hace poco tiempo.

Del novio y de su familia sé bastante más. A ellos no les importa que los saque en el blog —es más, me animan a hacerlo—; por tanto trataré de ir repasando los nombres para hacer memoria. Son una tribu, y yo, su cura de cabecera.

Pachano es el pequeño de 10 hermanos. Los otros nueve son Pedro, María, Sonsoles, Fernando, Santiago, Almudena, Cristina, Belén y Lupe. No estoy muy seguro de haber acertado en el orden, pero sí en los nombres.

El padre de Pachano se llamaba Fernando y fue Coronel de Caballería hasta su muerte. Falleció hace 7 años, y celebré un Funeral inolvidable en la Catedral Castrense. Fernando era hombre de muchos amigos, y como fue también amigo de Dios, Él se lo llevó al Cielo cuando estaba mejor preparado. Su esposa, la madrina de la boda, se llama Dolores, y lo más probable es que esta tarde trate de reprimir sus emociones. No diré más porque ella es pudorosa y quizá no le guste que la descubra.

El 14 de octubre de 1995 celebré la boda de Lupe. Casó con Carlos y no tienen hijos. Sólo hijas: Pati, Lupita, María y Carlota, 4 rubias preciosas de ojos azules, cuyas fotos aún estoy esperando para poner aquí una muestra. Dos años más tarde casé a Belén con el bueno de Pablo, que todavía tenía pelo y acababa de sacar la oposición de notarías. Otros cuatro niños: 2 chicas y 2 chicos.

En enero de 2002 falleció Cristina, y celebramos un funeral en Madrid. Por supuesto, también me tocó a mí. Y recuerdo que en aquella Misa dimos muchas gracias a Dios, en medio del dolor, porque se la llevó estupendamente preparada. El mes que viene, cuando vuelva a Asturias, no me olvidaré de visitar el cementerio de Colloto donde descansan sus restos.

De los bautizos hablaré otro día. O no. Ya veremos.

¿Comprendéis por qué repito una y otra vez que es grande ser cura? La tribu de los Pimentel son otra de mis familias predilectas.

Alguien decía el otro día en un comentario que los curas “también” tienen su “corazoncito”. ¿Cómo que “también”? ¿Y qué es eso de “corazoncito”?

No, mi querida historiadora del metro. Los curas hemos de dejar que Dios se nos meta en el alma. Tenemos que abrirle el corazón para que esté siempre rebosando amor, para que se dilate de tal forma que seamos capaces luego de repartirlo generosamente. Y, es curioso, cuanto más cariño damos, más se llena el corazón.

Entendedme. No puedo presumir de nada. Así que, por favor, no me deis coba. Pero ser cura me ha enseñado a querer. Casi no sé hacer otra cosa.

8 comentarios:

Adaldrida dijo...

Cómo te envidio algunas veces...

Adaldrida dijo...

Perdone, cómo le envidio algunas veces.

Juanan dijo...

En realidad (como diría Don José, el cura, que es un gran santo), querer es lo único que hace falta saber hacer.

Jesús Sanz Rioja dijo...

La última frase es muy bilbaína...

Anónimo dijo...

"No se vale" dar envidia...

alejops dijo...

¿Cuántos somos ya para el club de fans de don Enrique? Aunque eso de "club de fans" no le va a gustar, a mí tampoco...Mejor diremos que somos su "familia bloguera"

Anónimo dijo...

Hoy es el dia de oracion por las vocaciones y por los seminaristas. Con este motivo en la Misa de Domingo de ayer nos predicó un seminarista de quinto curso del seminario de Filadelfia, mi diócesis. Era un chico joven, iba a decir demasiado.... Con muchas ganas de amar a Dios y de conocerle cada vez más. Yo tuve envidia de su madre, y le pedí a Santa Maria que lleve los pasos de algún hijo mío por el camino del sacerdocio. Para ser santo. Desde hoy rezo por el seminarista, por los que ya son sacerdotes, y por los que tienen solo 11 y 9 y 5 años y la semilla dentro.

Historias del Metro dijo...

Yo también le envidio, a veces... Pero no sé, pienso también que cada uno desde su lugar en el mundo tiene que aprender a querer... y utilizar su corazón tamaño XXL (Dios me libre de volver a decir la palabra "corazoncito")al máximo... Que aquello tan bonito de "Al atardecer de la vida os examinarán del amor" creo que lo dijo el santo por todos...
De todas formas, también es cierto que si no tuviéramos sacerdotes con corazones XXL (y no tiene por qué ser proporcional al tamaño del sacerdote en cuestión, aunque en el caso presente lo parezca)... costaría bastante más mantener a diario el propósito de gastar nuestro corazón en los demás...