viernes, 11 de abril de 2008

Alegrías de primavera

Olvidar los pecados ajenos es sencillo. Lo escribí ya una vez y lo repito: los pecados siempre son tristes y monótonos. Por eso no cuesta lo más mínimo guardar el sigilo sacramental. Pero ¿cómo olvidar las virtudes, las buenas noticias, las alegrías que recibimos diariamente los curas en el trato con tantas personas?

Hace casi un año escribí aquí mismo que María Santísima fue a ver a Santa Isabel porque necesitaba desahogarse y romper a cantar de alegría, como así lo hizo. Dios no podía permitir que su Madre estuviese callada tanto tiempo.

El cura debe ser discreto, pero hoy he llegado muy contento a casa por varias razones… Contaré sólo dos.

La primera “razón” tiene 18 años y unas manos fuertes y expresivas. Sonríe con toda la cara y su mirada es tan franca, tan serena y sincera que desarma. La llamaré Adela.

Sus padres están separados. No daré detalles, pero a Adela le resulta imposible vivir con ellos. Tampoco tiene hermanos, y se vio obligada a esconderse en casa de una amiga hasta cumplir la mayoría de edad. Cambió de país, de colegio, de amigos… no una vez ni dos: más…

Durante veinte minutos, con una serenidad increíble, me va contando la historia terrible de su vida. No hace reproches, no se lamenta; ni siquiera busca compasión. Es verdad que se le ha negado buena parte de la infancia y toda la adolescencia, pero lo asombroso es que tanto sufrimiento no la ha convertido en una cínica, ni en una mujer amargada.

—He aprendido que ser libre no es fácil —me dice—; pero creo que me he hecho fuerte. Dura no…

—¿Y con qué sueñas para el futuro? —le pregunto—.

—Antes no era capaz de pensar en el futuro. Ahora quiero conocer a Dios y tener una familia normal con muchos niños.

Por la tarde he llevado la comunión a Carmen, que está embarazada y el médico le ha recomendado reposo absoluto.

Llamo a la puerta y me reciben Diego y Álvaro, que tienen algo así como 7 y 9 años. Dejó el santísimo sobre una mesita, donde han puesto un pequeño crucifijo y han encendido una vela. La madre de la pareja está sentada en un sofá.

Los dos se acercan a pocos centímetros de la mesita y miran fijamente la bolsa de seda donde se guarda la teca con la Sagrada forma. Yo les miro a ellos:

—¿Sabéis lo que he traído?

—Sí —responde el mayor como quien revela un secreto—: es Dios.


6 comentarios:

Nuevepornueve dijo...

Entiendo que quiera contar este tipo de cosas, D. Enrique. Las cosas buenas, de alguna manera son mejores cuando se comparten. Aparte de que en este caso, experiencias de este tipo siguen generando bondades o alegrías "a terceros".
Hablando en plata: que ayudan mucho. Muchas gracias!
Y olé por "Adela", sí señor!

Luis y Mª Jesús dijo...

yo estoy de acuerdo con lo que dice ochentayuno. .. tenemos que aptrender a ver solo esas cosas buenas

Antonia Macaya Fonts dijo...

Hacerse fuerte...no duro. Pensaré en ello D. Enrique porque me gustaría saber explicar eso a mis amigas y amigos. A mis hijos ya se lo expliqué en su momento. Espero que, al menos ellos lo hayan entendido. Saludos

Anónimo dijo...

Y las dos fotos continuan siendo fantasticas. Gracias D. Enrique, por todo, los textos y las imágenes.

Kike dijo...

Alégrese también, don Enrique, conmigo: conozco a una persona que podría relatar, seguramente, una historia idéntica a la que contó primero, con el mismo final feliz de tomar las cosas lo mejor que se pueda y sobrenaturalmente (cristianamente, para ser específicos). Es más, pensé que estaba contando la historia de esta amistad mía. De no ser porque vivo del otro lado del charco, hubiera pensado que se trata de la misma persona. Pero que alegría saber que van siendo legión... una legión buena.

Enrique Monasterio dijo...

¿Lara craft? Menudo seudónimo has encontrado. Menos mal que soy adivino. A mí me gustaría publicar tus dibujos, con aquella firma ratonil que te gastabas en otro tiempo.