viernes, 18 de abril de 2008

Amor y ortografía (y II)



Por una vez tienes razón, querido colega —me interrumpe Kloster—. Y conviene añadir además que el mismo amor es también pura cuestión de ortografía.

—¿De ortografía?

—Por supuesto. En el amor, desde luego, lo esencial es la entrega, la fidelidad…, esas grandes virtudes que lo sustentan. Pero hay un conjunto de pequeñeces que alimentan el afecto, lo hacen crecer y lo mantienen vivo: es la ortografía del amor. Cuando un amor muere, generalmente ha sido asesinado a base de pequeñas faltas de ortografía.

A mi querido Kloster se le ha puesto cara de consejero sentimental.

—Explícate, sapientísimo amigo.

—Hay tres importantes reglas ortográficas en el amor: la educación, la memoria y la paciencia.

Las faltas de educación a veces se disfrazan de confianza, pero son tan imperdonables como las haches fuera de sitio.

Los “me olvidé”, los fallos de memoria y las impuntualidades de cada día, pueden parecer intranscendentes, pero son como las ges y las jotas.

¿Y la paciencia? Son las bes, las uves y las haches intercaladas.

—¿Y los acentos?

En el amor, los acentos son los detalles inesperados, las mil delicadezas que uno inventa.

—¿Y la sintaxis?

—Vale ya, colega; piénsalo tú mismo, y aprenderás a dar buenos consejos a quienes te los pidan. Porque, en el amor, hay incluso signos de puntuación.

Tenía razón mi amigo, y si hablamos de amor a Dios, que es el amor de los amores, podríamos decir que la ortografía de ese amor es una virtud que siempre se ha llamado piedad.

¿Qué trascendencia tiene, por ejemplo, una genuflexión omitida o mal hecha? Ninguna: es apenas una errata, una coma fuera de sitio.

¿Qué más da una postura que otra en la Iglesia? Da poco: es sólo un defecto de estilo, un chirrido en la prosa.

¿Y a Dios qué le importa si voy a comulgar mejor o peor vestido, si los manteles del altar están limpios o sucios, si hablo, callo, río o bostezo? A Dios, en efecto, le da lo mismo. Pero a ti no.

Y es que ya lo dijo San Josemaría: Es misión muy nuestra transformar la prosa de esta vida en endecasílabos, en poesía heroica.

Dicho en prosa, lo importante es amar con buena ortografía.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Este artículo es fantástico, Don Enrique.El paralelismo es precioso. Yo me he dedicado muchos años a enseñar a escribir bien.Lo que más les cuesta a los alumnos son los acentos. Ellos creen que son una nimiedad.Y, sin embargo, cambian por completo el sentido de las palabras: sólo o solo, dé o de, té o te... Una genuflexión bien hecha que significa Dios mío, te quiero...o mal hecha que significa -como mucho- pasaba por aquí...
Gracias.

Adaldrida dijo...

¡¡¡Vrabo!!!

Anónimo dijo...

Si, si, paciencia... como no tiene familia política...

Anónimo dijo...

Precioso