lunes, 2 de junio de 2008

Juan

Querido Juan:

Veinte minutos antes de hacer la mayor tontería de tu vida, me explicaste muy bien tus razones:

—Llega un momento en que tienes que prescindir de lo que los demás quieren de ti. No puedes someterte a la voluntad de nadie: ni de tus padres, ni de tus hermanos, ni de tus amigos, ni de tu novia, ni de Dios.

Yo te pregunté que por qué me contabas todo eso a mí y si me escucharías un consejo.

Respondiste que no. Yo tenía que oírte sin abrir la boca.

Han pasado muchos años. ¿Cuántos tenías entonces? ¿veinticinco? Te fugaste a Francia solo (La pobre Belén estaba desconsolada) y viviste casi todas las etapas de la parábola del hijo pródigo: conociste la cárcel y envidiaste las algarrobas que comían los cerdos. Luego empezaste a sentir —reconócelo— una cierta añoranza de Dios. Ahora vives en Madrid. Tu mujer te abandonó y tienes tres hijas a las que apenas conoces.

Nos hemos encontrado tres veces en la calle y nunca pasas de largo. Así hemos ido reconstruyendo tu historia, aunque siempre te escapas cuando llegamos a mi terreno. Te hablé de este blog y, desde entonces, pones algún comentario anónimo o te enmascaras tras una falsa identidad.

Hace quince días, en la calle Cartagena me autorizaste a contar tu historia y yo te respondí que hay cosas que el cura debe olvidar.

—Cuéntala tú si quieres. Y, sobre todo, explica lo que me dijiste la última vez: que huir de Dios es un suicidio; que no hay soledad más terrible; que no puedes creer en Él, pero ya sabes lo que es el infierno, porque lo has sufrido: un fuego helado que congela el alma y te impide amar.

Yo te escuché en silencio como entonces; pero seguiremos hablando. No te me escapas vivo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Ese infierno de hielo no es invención mía. El evangelio creo que habla de "llanto y rechinar de dientes". Es decir, de frío.
Yo lo he sufrido, pero ya terminó.

La Dama Zahorí dijo...

Esta clase de historias siempre me provocan una enorme conmoción.

A menudo acostumbro a preguntarle a Dios por qué somos desgraciados. Reconozco que es una pregunta infantil e inmadura, digna de que el Maestro ponga los brazos en jarra, niegue con la cabeza y cuente mentalmente los días que faltan para su jubilación.

No puedo dejar de preguntar lo mismo, una y otra vez. Supongo que, cuando el Maestro responde, yo estoy mirando por la ventana, o embelesada en el comportamiento del compañero de al lado.

Creo que ya sé por qué somos desgraciados.

Quizás porque, mientras el Maestro nos muestra las claves, nosotros estamos mirando para otro lado.

Voy a apuntarlo para tenerlo bien en cuenta y no olvidarlo de nuevo:

NO MIRAR PARA OTRO LADO

Anónimo dijo...

D. Enrique, le achamos de menos ayer en el bautizo. Qué pena que no llegara a tiempo! No deje de encomendar con todas sus fuerzas a la criatura y a su familia.
Un saludo

Historias del Metro dijo...

Qué bonito tu comentario, Laurita. Me gusta, yo también me lo apunto: "No mirar para otro lado". Jolín qué pena ser tan rápida con la mirada, y tan lenta con el corazón.

Anónimo dijo...

Anónimo... Ese Infierno de hielo... lo conozco yo también, efectivamente no lo inventas... pero discrepo en la relación con el Evangelio... el del "llanto y rechinar de dientes" será eterno.
El mío también terminó... cuando dejé de empeñarme en "mis razones" -porque razón no hay, sólo mi voluntad, mi empeño- para dejar de amar... fue de la mano de un buen y gran amigo, que me recomendó que mirara a Cristo en la cruz.
Me ha costado y me cuesta cada día... no es fácil cuando se es cabezota y soberbio... ahora mi voluntad y empeño van por otro lado... y te puedo decir que así he probado un trocito de cielo... soy feliz en este empeño.

Kike dijo...

De ese infierno diferente de la cosa caliente que imaginamos habla también Lewis en Cartas del diablo a su sobrino: "Es Fausto, y no Mefistófeles, quien de verdad exhibe la implacable, insomne y crispada concentración en sí mismo que es la marca del Infierno".

Yo también he experimentado ese infierno de hielo. Nadie tiene que decirme cómo es. Gracias al Cielo sé que se puede y se debe salir, y todos los días es la alegría de comprobar que se me quiere más arriba que abajo.

Lo que sí, es que ahora he adquirido el compromiso de decirles a los demás cómo es, no sea que terminen luego congelados.

A propósito de la idea del infierno caliente, un cura amigo mío decía: "Mira que la gente hoy en día se preocupa más del calentamiento global que por amarse a sí misma y a los demás. Cuando se vayan todos al infierno, ¡ese será verdaderamente el calentamiento global!", ¡ja, ja, ja!

Kike dijo...

De ese infierno diferente de la cosa caliente que imaginamos habla también Lewis en Cartas del diablo a su sobrino: "Es Fausto, y no Mefistófeles, quien de verdad exhibe la implacable, insomne y crispada concentración en sí mismo que es la marca del Infierno".

Yo también he experimentado ese infierno de hielo. Nadie tiene que decirme cómo es. Gracias al Cielo sé que se puede y se debe salir, y todos los días es la alegría de comprobar que se me quiere más arriba que abajo.

Lo que sí, es que ahora he adquirido el compromiso de decirles a los demás cómo es, no sea que terminen luego congelados.

A propósito de la idea del infierno caliente, un cura amigo mío decía: "Mira que la gente hoy en día se preocupa más del calentamiento global que por amarse a sí misma y a los demás. Cuando se vayan todos al infierno, ¡ese será verdaderamente el calentamiento global!", ¡ja, ja, ja!

Andrés Cárdenas M. dijo...

Excelente comentario del calentamiento global! jajaja...la clave está en darnos cuenta que somos HIJOS DE DIOS...debe ser algo increíble, tanto como para admirar a San Josemaría. Siempre intento considerarlo, aunque es muy difícil. Que buenas historias tiene Don Enrique. A propósito, hoy estuve leyendo su libro, muchos pájaros en la creación! jajja