miércoles, 13 de agosto de 2008

Un refrito de verano: el marujeo.




Me piden unas líneas "refrescantes" para el mes de agosto, y yo me pregunto si también los artículos deben estar condicionados por el clima.

-¿Sobre qué lo quieres?

-Sobre los peligros del verano.

Mi médico de cabecera asegura que los peligros específicamente estivales son las quemaduras del sol, las medusas, los hongos y los desarreglos digestivos. Sin embargo hay otros males que, aun siendo de todo el año, brotan en verano con inusitada virulencia.

Por ejemplo, el marujeo.

La Real Academia aún no ha incluido este vocablo en el diccionario; pero debería hacerlo cuanto antes, ya que se trata de una palabra precisa, rica y de gran porvenir.

Desde luego no equivale a chismorreo o a cotilleo. Estos términos se aplican al intercambio de chismes, es decir de noticias o bulos pregonados para hacer daño a terceras personas. El marujeo es deporte de más amplio espectro. Marujear es platicar sobre intimidades ajenas sin otro fin que pasar el rato. Las marujas (o los marujos) no pretenden molestar ni difamar, aunque a veces lo consigan. No van por ahí propalando calumnias, ¡Dios nos libre!, ni bordeando escabrosidades de mal tono. Son compasivos censores de los tropiezos del prójimo, amables conversadores de trivialidades. Sólo eso.

Hay infinitas formas de marujear. El marujeo epistolar, ya en declive, dio paso al telefónico, y, en los últimos años, al móvil y al marujeo en la red. Hay marujeos de playa, de piscina y de caja de hipermercado; marujeo de madrugada, en chándal fucsia, y de terraza al caer la tarde entre burbujas de cubata y crujidos de patatas fritas.

Hay un marujeo político, a cargo de expertos de voz almidonada, y un marujeo de escalera y tendedero; sin olvidar el fugaz de ascensor, el de atasco o el de semáforo.

Hace ya tiempo que los medios convirtieron el marujeo en sección fija. En la radio o en la tele, para sacar adelante un programa/maruja, basta con dos o tres señoras y un cotilla ambiguo con voz de gaviota y cerebro de chorlito. En la prensa escrita, hay reputados columnistas/maruja de lustrosa sintaxis, y meritorios/maruja para reportajes a pie de calle.

Luego están las revistas "del corazón" u otras vísceras. Las llamadas “serias” entran en los mejores salones rutilando en cuché; pero son sólo muestrarios de fotografías socialmente correctas, levemente indiscretas y generosamente pagadas, para alimentar decorosos marujeos de té con pastas y pinacle al anochecer. De las otras revistas no puedo hablar, ya que no he ojeado ninguna.

El atractivo del marujeo es evidente. En el fondo todos somos marujos en potencia. ¿Quién no ha sentido alguna vez la tentación de curiosear el diario de una adolescente, la agenda olvidada sobre una mesa, o el cajón entreabierto de una mesilla de noche? Rastrear en el desván del corazón ajeno es una aventura emocionante, porque significa acceder a un ámbito prohibido. De ahí que, cuanto más grande sea el personaje y más artificiosa la máscara con que aparece, mayor curiosidad sintamos por conocer sus secretos, sus pequeñas manías, sus auténticos deseos inconfesables.

Conviene hacer, sin embargo, tres consideraciones.

Primera: la intimidad es una riqueza del alma: existe porque somos espíritu. Por eso siempre es falso decir que uno no tiene nada que ocultar. ¡Naturalmente que ocultamos cosas! Tenemos derecho a encubrir nuestras miserias y nuestra grandeza: los amores, deseos, sueños, pasiones, añoranzas, debilidades... A ese mundo íntimo sólo se accede por amor y en libertad.

Segunda: no se aprecia mejor un cuadro pegando la nariz al lienzo, sino alejándose unos metros. Lo mismo ocurre con los hombres: para entenderlos y amarlos, hay que situarse a la distancia justa. Husmear en la ropa interior de un premio Nobel o averiguar si ronca por las noches no nos servirá para conocerlo mejor. Si acaso, para todo lo contrario.

Tercera: conseguir que lo íntimo siga siendo íntimo, es un deber además de un derecho. Uno de los síntomas más estridentes de la descomposición moral de Occidente es precisamente el descrédito del pudor.

Quienes, para consumo de mirones o de marujas, desnudan su su alma en un plató de televisión, tienen, sin duda, un pobre concepto de sí mismos.
En el fondo no se diferencian nada de esas profesionales que, al decir de Jesucristo, precederán a los fariseos en el Reino de los Cielos.

Mejor no figurar en su lista de clientes.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Quién a dicho que del derecho que hacen algunos de exhibir -sin pudor- su intimidad, tengamos los demás el derecho a hacerla "como" nuestra y juzgar e interpretar, difundir y manosearla... etc ?. Los primeros no saben lo que valen y los segundos tampoco y además propician que se siga dando.
Hace tiempo que con la reflexión de un buen amigo, -¡Gracias buen amigo!-llegué a la conclusión de que no está bien. Nunca más he comprado intimidades ajenas, -me ha costado lo mío-alguna vez las he ojeado y siempre llego a la misma conclusión... Tonto!!! has caído. Dedicate a lo tuyo, que con eso tienes bastante!!!

La Dama Zahorí dijo...

Si me da su permiso, le paso esta entrada a mis alumnas de comentario de textos para que practiquen un poco. Es un tema interesante y está muy bien estructurado.

Gracias por la entrada. Ha tratado el tema con mucha exhaustividad sin descuidar ni el lado serio, ni el (no voy a decir jocoso, mejor) relajado de la cuestión. Gracias.

Enrique Monasterio dijo...

Hola,Laurita. Espero que estés de vacaciones

Anónimo dijo...

Marujeo, marujeo....así es la vida. Una amiga de mi madre decía: ya sé, ya sé, criticar es muy feo, pero hay que ver lo que une!
Y entre amigas....tambien hay secretos

Anónimo dijo...

que mal rollo, ¿no? con lo que me gustan las revistas de marujeo...

La Dama Zahorí dijo...

Jeje...usted sabe que las damas zahoríes no nos tomamos vacaciones.

rsanzcarrera dijo...

Muy buena entrada don Enrique, veo que está en plena forma.
Saludos

Atiza dijo...

Guau! menuda entrada para marujear...Gracias; me la apropio.