viernes, 31 de octubre de 2008

El regreso de Rocío (y III)


—Quiero que bautices a mi hija.

Aún vacilabas entre el "tú" y el "usted". Igual que cuando tenías 15 años.

—Me dijiste que no creías en nada...

—Sí, pero me gustaría que ella crea en algo cuando sea mayor...

—¿En algo?

—En lo que tú crees.

—¿Y cómo la educarás?

En ese momento me revelaste el resto de tus planes.

—Se la dejaré a alguien para que la haga cristiana..., a mi madre no. Luego me marcharé otra vez... Yo ya no tengo arreglo.

Me hablaste de Brasil, de un amigo que tienes por aquellas tierras; también querías ir a Camboya no recuerdo con quién, y te vi tan insegura, tan desamparada que no me costó mucho convencerte de que, antes, deberíamos llamar a tu madre:

—Tiene más de 60 años, está sola y la operaron de un cáncer hace tiempo. ¿Lo sabías? Ahora está bien, pero ya no es la misma. Creo que necesita verte y conocer a su nieta. Tienes que regresar del todo, Rocío. Es verdad que tu madre también debe recomenzar, porque se alejó de ti mucho antes y aún no ha vuelto. Puedes darle una oportunidad de pedir perdón. Creo que Dios te ha traído de la mano...

—¡Dios no! —me interrumpiste—. He venido yo sola.

Hablamos por teléfono con tu madre. Yo aproveché para ir al baño mientras tú te desahogabas con ella.

La historia aún no ha terminado. Ahora vives de nuevo con tu madre y con esa morenaza de 4 años que me llama "dompique" y tiene las orejas en soplillo, igual que tú.

Ya sé. No debo inventarme "un final feliz". Soy consciente de que éste no es el final y todavía no es feliz.


El regreso de Rocío (II)


Casi te quedaste sin palabras al ver que había reconocido tu voz. A mí me ocurrió lo mismo al comprobar que, en efecto, eras tú con tu vocecita cantarina de los 15 años.

Lo cierto, Rocío, es que no me olvidé de ti durante este tiempo. A los pocos días de tu escapada hablé de nuevo con tu madre. Me dijo que volverías, que no me preocupara, que ya había anulado las tarjetas que le quitaste y que sin dinero no aguantarías mucho.

Aquella conversación me dejó un pésimo sabor de boca. Dos o tres años más tarde tu madre volvió a telefonearme. Estaba sola; su amigo se había ido para siempre. No quise indagar más.

Me contó entonces que vivías en Bélgica "o por ahí", que te habías casado con un italiano llamado Carlo; pero tampoco estaba muy segura de esto. Sólo me pedía que, si tenía noticias tuyas, te pidiese que regresaras a casa.

Han tenido que pasar 20 años y aún me resisto a creer que haya corrido tanto el tiempo.

—No he vuelto sola —me dijiste por teléfono—.

—¿...Carlo?

—¿Quién, ése? ¡No! Carlo no es nadie. He venido con mi hija, que tiene 4 años y quiere conocerte.

—¿Estás con tu madre?

—No. No volveré a esa casa. Mi madre no sabe que estoy en Madrid.

Quedamos en vernos en el Vips de Velázquez. Tú impusiste el lugar, la hora y la merienda. Allí me contaste tu historia frente a un café con leche. ¿De verdad quieres que la escriba? Cabe en cuatro palabras: alcohol, pastillas, cocaína, prostitución...

Mientras me hablabas yo te miraba a los ojos tratando de descubrir a la niña que conocí en 1988. De vez en cuando aún saltaba una chispita en tu mirada; pero no vislumbré el menor signo de arrepentimiento. Simplemente estabas harta.

No contaré más. Es todo muy triste y muy sucio. Sufriste e hiciste sufrir a demasiadas personas, y al fin, hace un par de meses, te escapaste de todo y llegaste a Madrid con diez mil euros en metálico de procedencia no muy clara. Ahora vives en casa de "unos amigos" y estás dispuesta a trabajar "en lo que sea".

—¿Por qué me has llamado? —te pregunté de pronto, interrumpiendo la narración de tus aventuras—.

Levantaste la vista. Se te humedecieron un poco los ojos y yo me acordé de aquella mirada asustada del hospital hace ya tantos años. Contestaste en voz muy baja:

—Quiero que bautice a mi hija.


Hasta mañana.

jueves, 30 de octubre de 2008

El regreso de Rocío (I)




No sólo me autorizas a contar tu historia: me pides que lo haga, cambiando, por supuesto, nombres y lugares. La verdad es que me sorprende que te haga ilusión ver, por escrito, lo que has vivido y sufrido desde 1988 hasta hoy. Con lo que ahora sé de ti podría escribir una novela; pero no se trata de eso.

Dices que no me invente un final feliz. No voy a hacerlo: eres tú quien debe dar el salto hacia adelante y agarrar la mano que Dios te está tendiendo.


En fin, comencemos poco a poco. Iré recordando si tú me ayudas.

Hace veinte años tenías quince, y eras una niña rebelde, vaga, inquieta, rica y adicta a casi todo lo que estaba a tu alcance. Nada de drogas todavía, al menos eso creo, pero ya te gustaba jugar con el alcohol y también con la comida. Yo nunca había oído hablar de la "bulimia" hasta que te conocí y fui a visitarte al hospital.

Por lo demás eras una chiquilla con cara aún más niña y unos ojos tristes enormes, que se te agrandaban cuando dejabas de comer.

Tu madre (ya sé que no te importa que hable de ella) vino un día a verme. Estaba elegantísima y muy guapa, como siempre. Llevaba puestas las gafas de sol, las gafas de llorar, pensé yo entonces.

—Por favor, que no se parezca en nada a mí —me pidió entre sollozos ante mi sorpresa—.

Y a quién te ibas a parecer.

Por entonces tu familia ya estaba deshecha. Tu madre vivía con un amigo más joven, no tan rico como ella, y tu padre andaba por América. Tu relación con el amigo de tu madre será mejor olvidarla. En el fondo era previsible que ocurriera lo que, en efecto, ocurrió.

Al salir del hospital, regresaste a casa hecha una furia. No sé cuánto dinero le quitaste a tu madre: lo suficiente para irte a Holanda con un chico, cuyo nombre ya no recuerdo: un tipo de 18 años que te comió el coco en un tiempo récord.

Me llamaste por teléfono desde París. Fue todo un detalle.

—No voy a volver nunca —dijiste—. Rece por mí si quiere, pero yo ya no puedo creer en nada.

No volví a oír tu voz hasta el mes pasado. Me llamaste por teléfono al móvil y dijiste.

—¡A que no sabe quién soy...!

—¿Rocío...?

Habían pasado 20 años. A veces yo mismo me sorprendo de mi capacidad de recordar las voces. Soy un pésimo fisonomista, pero, gracias al confesonario, casi nunca olvido un timbre de voz ni la cadencia de unos pasos.

Mañana seguiremos...



miércoles, 29 de octubre de 2008

Los pingüinos voladores

Hoy no tengo tiempo de escribir. A ver si mañana comienzo a contar una historia triste que puede y debe terminar bien. De momento, aquí tenéis otro vídeo de animación en 3D.

A los pinguinos se les suele llamar también "pájaros bobos". Éstos no lo parecen.




martes, 28 de octubre de 2008

El vestido azul

Esta no es antigua alumna
Una antigua alumna que vive muy lejos de aquí me envía un mail inesperado con cinco o seis fotografías de sí misma. Se está probando un par de vestidos y, por lo visto, no lo tiene claro. Así que saca el móvil, apunta al espejo y le envía el resultado a alguien: a una amiga, a su madre..., no lo sé. El caso es que los duendes de la red me han hecho llegar a mí el pase de modelos.

Un minuto después recibo otro mail que dice: "acabo de mandarle un mensaje por error. Bórrelo, por favor".

Lo siento. Es demasiado tarde. Ya lo he visto. Y si quieres mi opinión, te favorece más el vestido azul.



domingo, 26 de octubre de 2008

Los lunes, publicidad

Fumar es mu malo




Yo también quiero tener poderes



Además, el coche encuentra sitio para aparcar el solito


La tertulia

Otra tertulia mucho más limpia
Los contertulios estaban contentos. Ella, la directora del programa, parecía sobreexcitada y juguetona. Yo, que la oía por la radio del coche, me la imaginaba con las mejillas encendidas por el éxito del debate. Los otros tres —una ilustre escritora, un “artista” no recuerdo de qué, y un político retirado a la fuerza— charlaban de mil asuntos variados que ya no puedo recordar.

Cada vez que oigo una de esas tertulias que proliferan en las ondas me acuerdo de San Pablo y su encuentro con los intelectuales del areópago, en Atenas. Aquello era también una especie tertulia de filósofos decadentes, en busca, no de verdades, sino de “novedades”, como expresamente se dice en los Hechos de los Apóstoles.

No sé quién fue el primero en lanzar una frasecita picante; quizá la escritora. A partir de ahí comenzó una especie de competición: cualquier palabra parecía susceptible de convertirse en una obscenidad más o menos explícita. ¡Como disfrutaban los contertulios lanzado ingeniosas procacidades los unos a las otras o viceversa!

Luego llegaron las rimas. Bastaba que uno cambiara de conversación y soltara una frase banal sobre otro asunto, para que alguien le inventase un pareado estúpido digno de un adolescente iletrado obsesionado con el sexo.

Y reían, reían... ¡Qué graciosos se ponen algnunos "intelectuales" de las ondas cuando hablan de lo único que al parecer les importa!

San Pablo, en su epístola a Tito, acuñó una especie de aforismo que, en latín, suena así: Omnia munda mundis. Todo es limpio para los limpios. Kloster, que me acompañaba en el coche, dijo algo parecido: omnia sordida sordidis. Todo es sucio para los sucios.

La cuestión es cómo evitar que nos manchen a todos.

sábado, 25 de octubre de 2008

pájaritos, pajarracos


¿Conocíais este vídeo?




No sé por qué, cada vez que lo veo me acuerdo de los chavales de bachillerato.

¿Está preparada Cristina?

No es Cristina; pero esa mirada es clavadita
Tiene 7 años, pero se expresa como una persona mayor. Su vocabulario es bastante más rico de lo que corresponde a su edad, y utiliza expresiones de adulto, que parecen aprendidas en casa. No me extraña: su padre es profesor en la Universidad y dice cosas parecidas.

Se llama Cristina, y es una niña encantadora. Viene a charlar conmigo de la mano de su madre, porque va a hacer su primera Confesión y quiere que yo le ayude a prepararse.

Me dice que su hemana mayor le ha leído un libro mío sobre el nacimiento de Jesús y que le ha gustado mucho; que es muy bonito lo que dice sobre Zabulón, el pastorcillo tonto; que ella no es tonta, pero le gustaría parecerse a él.

Está tan contenta, y tan nerviosa, que casi da saltos de alegría. Como además es una charlatana, me cuenta mil historias que no acabo de entender del todo: me habla de su perro, que se llama "Guau" (un nombre perfecto para un perro), de su cole y de las profes, de sus amigas... También me dice quiere mucho a Jesús y charla con él todas las noches antes de dormirse.

Si no os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos (Mat 18,1-4).

Cristina no puede "hacerse" niña, porque ya lo es. En eso, y sólo en eso, le llevo ventaja. Yo aún puedo intentarlo, a pesar los pesares.

—¿Usted cree que está preparada?

Su madre parece un tanto inquieta: "¡la veo tan pequeña!", me dice.

—¿Preparada? Ojalá lográsemos tú y yo estar tan bien preparados como Cristina.

De regreso a casa se me ocurre una idea: cuando sea muy viejo y no esté en condiciones de hacer casi nada, pediré un Confesonario al que sólo vengan niños y niñas. Será como un anticipo del Cielo.



viernes, 24 de octubre de 2008

Anécdotas urbanas


Había olvidado la anécdota, y la he recordado de pronto esta mañana cuando el conductor de un "Polo" igualito que el mío ha abierto la ventanilla y me ha gritado en un semáforo de La Castellana:

—¡Buen coche, Padre. Usted sí que sabe!

No he tenido tiempo de agradecer su discutible afirmación; pero me han venido a la memoria algunos sucesos similares. El más pintoresco, aquel de Valencia... ¿Qué año sería?

Estaba yo recién ordenado sacerdote, e iba la mar de limpito y planchado por la acera del que entonces se llamaba "Paseo Valencia al Mar",cuando se detuvo a mi lado un automóvil. El conductor —un chaval joven, que iba acompañado por otros de su edad—, me llamó con un gesto. Yo me acerqué a la ventanilla.

—Oiga, ¿sabe dónde está el cementerio?

No tuve tiempo de contestar. Mi interlocutor dijo un par de ordinarieces entre risotadas e, intercalando alusiones glandulares de carácter obsceno, nombró a mis parientes más próximos. Luego pisó el acelerador del vehículo con viril energía.

Lamentablemente el acelerón no le sentó bien al Seat. El coche galopó unos metros sobre el asfalto como un camello enfurecido y se quedó más muerto que una piedra en medio de la calzada.

Como digo, por entonces yo era muy joven. Debería haberme limitado a sonreír o incluso a ofrecerles mis servicios espirituales con espíritu de mansedumbre; pero me temo que no fui capaz. Tened en cuenta, además, que acababa de llegar de Italia, una tierra rica en todo tipo de imprecaciones gestuales.

Pasé junto al coche accidentado, y me porté mal. No me arrepiento, pero hoy habría sido distinto.


jueves, 23 de octubre de 2008

El juego de conocerse


Cuando
viene a verme por primera vez un chico o una chica de bachillerato, es corriente que no sepa de qué hablar ni por dónde empezar. Lamentablemente hay muchos que nunca han hecho un sincero examen de conciencia. Cualquiera diría que jamás se han preguntado qué es lo que está bien o mal en su vida ordinaria.

Por supuesto, el sismógrafo de la conciencia moral sigue funcionando; pero con frecuencia no saben cómo explicar lo que les ocurre. En estos casos, a veces les propongo una especie de juego para romper el hielo y, de paso, para ayudarles a conocerse a sí mismos un poco mejor:

—Yo te digo una virtud o un defecto y tú pones nota de 0 a 10. ¿Vale?

—Vale

—Ten en cuenta que, si digo un defecto, cuanto más alta sea la nota, peor te ves. Y si digo una virtud, será al contrario. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Comienzo por lo más sencillo:

—Generosidad

—Un 9.

No falla. Todos se dan sobresaliente en generosidad aunque nadie se atreva a llegar al 10. Sin embargo, a la hora de concretar, casi nunca saben en qué son especialmente generosos.

—Envidia.

—Un 3.

Nadie es envidioso. Los envidiosos son siempre los demás.

—Pereza.

—Bueno, depende...

—Sinceridad.

—Un 8

En estos casos, hago una pausa. Miro a mi interlocutor con asombro y acabamos por reírnos los dos:

—¿Lo dejamos en un 5?

—Bueno, un 5.

—Soberbia.

—No sé. ¿Qué es la soberbia?

Me lo preguntó alguien hace unos días, y yo se lo expliqué a mi manera. El chaval escuchó con atención y declaró convencido:

—Entonces, un 10. Soy muy soberbio, porque en el fondo soy superhumilde.

A saber lo que quería decir todo eso. Una quinceañera ya había respondido casi lo mismo:

—Oye ¿se puede ser presumida y humilde? Pues yo soy eso.

Al final del juego, siempre les pregunto lo mismo:

—¿Cuál crees que es tu mayor virtud y tu mayor defecto?

—Lo bueno es que soy guay con mis amigos —me dijo ayer una chiquilla—. Lo malo, que me fío de todos y no se lo merecen.

—Y tu... ¿eres de fiar?

—¡Claro...!

—Me alegro, porque yo también lo soy.

Como veis, los chicos son encantadores, pero hoy, igual que muchos días, regreso a casa un tanto abrumado. ¡Tenemos tanto que hacer! ¡Hay tanto camino por delante! Y el cura no puede limitarse a señalar la dirección con el dedo; debe ser un caminante más, aunque tenga que pasar cada año la edad del pavo.


miércoles, 22 de octubre de 2008

¿Verdad o photoshop?

Me llega este video. Alguien me dice que tiene que estar trucado. Ojalá; pero, si es así, ¿de qué se ríen las ministras?


martes, 21 de octubre de 2008

Mi dedo índice


La culpa no fue mía, sino del dedo índice de mi mano derecha, que pulsó aquella tecla contra toda lógica. ¿Quién le ordenó hacerlo? Yo, desde luego, no. Hasta ese instante los dedos siempre me habían sido fieles, pero ya no podré confiar en uno.

Escribo con dolor y casi con sudor. Dejadme que explique la historia.

Mi hermana pequeña me había pedido un pequeño favor. Total, nada: que echara una ojeada al capítulo tercero de un excelente trabajo histórico-filosófico que está escribiendo y le hiciera una somera revisión de estilo.

—Como tú tienes facilidad, no te cuesta gran cosa...

Cada vez que alguien apela a mi presunta "facilidad de pluma", sonrío agradecido y trato de contenerme para no estrangular a mi interlocutor.

Inmediatamente me llegó por correo electrónico un archivo de word equivalente a 39 folios exactos. Empecé a leerlos y me parecieron magníficos, tanto que me dispuse a colaborar con escrupuloso entusiasmo en la tarea encomendada. Decidí emplearme a fondo para que la prosa brillara como merecía. Además, tenía libre el domingo y me sentía generoso.

Trabajé durante tres largas horas (y eso que tengo facilidad): pulí, limpié, maticé, quité cada mota de polvo que encontré a mi paso; puse en rojo las correcciones, indiqué claramente el porqué de cada sugerencia estilística..., y cuando sólo me faltaban tres folios para terminar, decidí aplazar el final de la faena hasta el lunes por la mañana siguiendo la vieja máxima de que "12 horas de descanso embellecen el cutis y la prosa" (Heinz Kloster).

Fui a cerrar el ordenador, e inmediatamente apareció el letrerito: "¿desea guardar los cambios efectuados en el documento...?"

El verbo "efectuar" tiene la virtud de ponerme nervioso. Es una palabra amanerada y estúpida que sólo utilizan los cronistas deportivos (para explicar que alguien va a "efectuar" el saque de esquina) y el señor windows. Quizá tuvo la culpa ese verbo, no lo sé, pero mi dedo índice apretó la tecla equivocada: dijo que no, que no quería guardar nada..., y todo el trabajo quedó eliminado en una décima de segundo.

He llamado a mi hermana. Me dice que no importa, que vuelva a empezar, porque yo tengo mucha facilidad para estas cosas.

Mañana debo predicar un Retiro. La primera meditación lleva precisamente este título: "Comenzar y recomenzar". Veremos qué digo.


lunes, 20 de octubre de 2008

Los lunes, publicidad

Es importante saber idiomas



Ahora una cerveza con ingenio




Éste tampoco está mal






La semana que viene, más. O no. Ya veremos.


domingo, 19 de octubre de 2008

Dios, el César..., y Kloster

Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

Kloster me despierta a las 6 de la mañana para leerme estas palabras que aparecen en el Evangelio de hoy. Yo sólo le pido que no trate de comentarlas a estas horas.

—No te preocupes, colega —me dice—, pero coincidirás conmigo en que el César no puede quejarse. Le damos mucho más de lo que le pertenece, y si no se lo damos, nos expropia hasta la camisa. Lleva veinte siglos engordando a nuestra costa y ahora cree que todo es suyo: la familia, la vida de los no nacidos, la muerte de los ancianos, la conciencia de los niños, la memoria histórica, la amnesia conveniente, la ética social, los embriones humanos...

—Kloster, por favor —le respondo—. No insistas. No son horas de armar gresca...

—De acuerdo; pero, cuando prediques esta mañana no te olvides de poner el acento donde Jesús lo puso: hay que dar a Dios lo que es de Dios. Y Dios es Señor de todo, también del César. Alguien debería recordárselo.

sábado, 18 de octubre de 2008

Adolescentes



Son huracanes de fuerza y dirección variable. Vienen eufóricos, melancólicos, agresivos, tristes, alborotados, huraños, silenciosos... A veces parecen místicos; pero no hay que confiarse: el viento cambia de dirección cada mañana y el aire cálido se vuelve gélido en un minuto.

La única forma de estar siempre a su lado es quererlos tanto que no necesitemos entenderlos. Ellos tampoco se comprenden a sí mismos, por eso buscan ayuda (o la rechazan según los días).

¡Quién fuera un buen meteorólogo para ver venir cada huracán y encauzarlo en la mejor dirección sin tratar de detenerlo!

Pido perdón a los lectores: ya sé que que esta entrada no se entiende muy bien. Hablo de esos seres encantadores que llamamos adolescentes.

Estoy pensando en una niña que hace tres días me hablaba de la Virgen con pasión y lágrimas, y esta mañana, cuando le he propuesto asistir a un retiro, sólo me ha dicho seis palabras:

—Es que..., creo que soy atea.

Sólo lo cree; así que la cosa puede tener remedio. Quizá la culpa sea de los exámenes que acaban de empezar. El lunes veremos.

viernes, 17 de octubre de 2008

Oxígeno, nitrógeno y argón

No sé cuántos años han pasado desde que escribí esto; pero la clase que describo podría ser de hoy mismo


La canción es de Mecano y tiene más de treinta años, pero aún la cantan los chavales de 16. Al menos Natalia, que me escribió la letra sin un solo error cuando yo trataba de reconstruirla.

Se trata de una especie de parábola disparatada. Aire —grita el estribillo—. Soñé por un momento que era aire: oxígeno, nitrógeno y argón, sin forma definida ni color. Fui aire, aire volador.

El protagonista es un chaval que una noche de resaca se despierta en plena metamorfosis eólica. Ha empezado a desinflarse por el ombligo y se está diluyendo en la atmósfera: fui pasando —qué curioso— al estado gaseoso.

Consecuente con su nueva situación, trata de ser respirado por la que duerme a su lado, pero el experimento le deja insatisfecho, y decide transformarse en huracán. ¡Este cuarto es muy pequeño para las cosas que sueño! —aúlla— Y lo siento por mi novia y el cristal que me cargué: me escapé por la ventana y en picado me lancé.

La aventura tiene un final triste: pero tuve mala suerte y, cuando iba a remontar, me volví otra vez humano… No faltéis al funeral.

Conté esta historia en clase a un grupo de chicos y chicas. Como digo, casi todos conocían la música y la letra, pero llevábamos ya media hora hablando sobre la libertad, y era urgente rematar la faena.

La mayoría de mis alumnos parecía sostener que, en el fondo, nunca somos libres del todo, porque para serlo, habría que huir de cualquier atadura que nos condicione. Según ellos sería preciso marcharse de casa, independizarse de sus padres, no tener que estudiar ni que trabajar; no depender de nada…

—¡Lo primero es liberarse!, pontificó uno que parecía bien dotado para la demagogia.

No sé quién empezó a enumerar las barreras que sería necesario derribar para ser libres, pero terminaron por intervenir todos en un debate libertario difícil de encauzar.

Empezamos a anotar en la pizarra: el trabajo, las enfermedades, la falta de dinero, la moral “burguesa e hipócrita”…

De pronto una chica sugirió, ante la aprobación casi general, que había que liberarse también “de las limitaciones y condicionamientos biológicos”. No empleó exactamente estas palabras, y como tampoco estaba seguro de haberla entendido bien, le pedí que se explicara.

—Sí, verás… Las mujeres, por ejemplo, no podemos realizarnos como seres humanos, si estamos atadas por la biología…, ya sabes: el sexo, la maternidad… Tenemos mogollón de limitaciones…

—Así que tú crees que eso que llamamos “naturaleza humana” puede ser un obstáculo para la libertad.

—Bueno, sí… Deberíamos ser dueños de la sexualidad, de nosotros mismos, poder tener o no tener hijos, o ser hombres en lugar de mujeres…

—Y no envejecer nunca, ¿verdad? —le contesté—. Y poder volar. ¿No seríamos así más libres? ¿Y si lográsemos suprimir el espacio, y viajar por el tiempo… Y, ¿por qué no?, librarnos del cuerpo al amanecer para recuperarlo por la noche si nos apetece…

Fue entonces cuando recordamos la canción de Mecano, y la historia del chico que quiso ser aire.

David dijo que le parecía una idiotez, y María le respondió que “de eso, nada, tío, porque es una canción muy importante y ha vendido millones de copias y se han forrado, para que te enteres”.

Entonces intervino Javier:

—Yo creo que la canción dice que uno nunca puede ser libre del todo, que estamos co-mo encerrados en una habitación sin salida… Pero supongo que, para ser libres, tampoco hay que dejar de ser personas.

Al fin la clase se enderezaba. Es cierto: se diría que el hecho de ser humanos limita nuestra libertad, pero también la hace posible. Por eso, atentar contra lo que somos por naturaleza es ir contra la libertad misma, es decir, suicidarse.

Dedujimos que para aprender a ser libres es preciso aprobar primero otra asignatura, la de ser hombres ó mujeres. Es ésta una materia que sólo se asimila con esfuerzo, moldeándose día a día la musculatura del alma. es decir, la reciedumbre, la sinceridad, la templanza, el dominio de uno mismo, la hombría de bien…

Sin eso y sin unas convicciones sólidas que permitan resistir la presión del ambiente, tal vez alguien pensara que es libre; pero sería libre como el aire, nada más.

En frente de mi casa hay un pequeño jardín público. Todos los viernes, al anochecer se reúnen un centenar de adolescentes. No hacen nada, sólo beben., pero con prisa, frenéticamente. Huyen de sí mismos.

Yo debo cruzar por el medio, y los encomiendo al Señor: pobres chicos gaseosos, oxígeno, nitrógeno y argón, sin forma definida.

jueves, 16 de octubre de 2008

Avisos parroquiales

Los anuncios parroquiales son un auténtico género literario. Don Fernando Acaso me envía desde Vitoria una nueva selección de joyas sintácticas. Que no se enfaden los clérigos: los que han recopilado estos avisos al menos es seguro que van a la iglesia.

Este anuncio no es parroquial


Por favor, pongan sus limosnas en el sobre junto con los difntos que deseen recordemos.

El párroco encenderá su vela en la del altar. El diácono encenderá la suya en la del párroco y luego encenderá uno por uno a todos los fieles de la primera fila.

El próximo martes por la noche habrá cena a base de alubias en el salón parroquial. A continuación seguirá el concierto.

Recuerden que el jueves empieza la catequesis para niños y niñas de ambos sexos.

Para cuantos entre ustedes tienen hijos y no lo saben tenemos en la parroquia una zona arreglada para niños.

El próximo Jueves, a las cinco de la tarde, se reunirá el grupo de las mamás. Aquellas señoras que deseen entrar a formar parte de las mamás, por favor, se dirijan al párroco en su despacho.

El grupo de recuperación de la confianza en sí mismos se reúne el jueves por la tarde, a la ocho. Por favor, entren por la puerta de detrás.

El viernes a las siete los niños del Oratorio representarán la obra "Hamlet" de Shakespeare en el salón de la iglesia. Se invita a toda la comunidad a tomar parte en esta tragedia.

Estimadas señoras, ¡no se olviden de la venta de beneficencia! Es una buena ocasión para liberarse de aquellas cosas inútiles que estorban en casa. Traigan a sus maridos.

Tema de la catequesis de hoy: "JESÚS CAMINA SOBRE LAS AGUAS". Catequesis de mañana: "EN BÚSCA DE JESÚS".

El coro de los mayores de sesenta años se suspenderá durante todo el verano, con agradecimiento por parte de la parroquia.

Recuerden en su oración a todos aquellos que están cansados y desesperados de nuestra parroquia.

El torneo de basket de las parroquias continúa con partido del próximo miércoles por la tarde. ¡Vengan a aplaudirnos! Trataremos de derrotar a Cristo Rey.

El precio para participar en el cursillo sobre “Oración y ayuno” incluye también las comidas.

miércoles, 15 de octubre de 2008

El pensamiento previsible


Le digo a Kloster que me produce cierto malestar saber siempre por anticipado lo que van a declarar tales o cuales políticos, el dictamen que van a emitir determinados jueces o la opinión que expresarán unos u otros periodistas. ¿Por qué son siempre tan obedientes a la etiqueta que llevan?

Es el pensamiento más previsible, le digo. Sería estupendo que, de vez en cuando, un juez, un diputado o un informador se saltara el guión y tratara de pensar por libre. ¿Tan dificil es rebelarse y obedecer sólo a la propia inteligencia?

Kloster me mira con ternura:

No hay medalla sin cadena me contesta. Y cuanto más luce el cargo y más brilla el galardón, más gruesa es también la cadena que lo sujeta. Necesitas un descanso, amigo mío. ¿Hace cuánto que no visitas al psiquiatra?