martes, 2 de marzo de 2010

El pulpo melancólico

Se me acerca muy despacio por detrás. Él cree que no le he visto y trata de jugar conmigo tocándome en el hombro derecho mientras se desplaza hacia el lado izquierdo para que no sepa quién ha sido. Esta vez ni siquiera me giro. Estamos en la calle Don Ramón de la Cruz, frente a las apetitosas ventanas-escaparate de la cafetería Mallorca.

—Julio, no juegues… ¿Qué quieres?

—Me debes un euro…

Julio (¿o se llama Julián?) es un mendigo alcohólico mucho más joven de lo que parece, del que ya hablé aquí hace algún tiempo. Suele situarse en las inmediaciones del supermercado y entra de vez en cuando tratando de disimular su inmenso corpachón para hacerse con una cerveza o un pedazo de queso. Las cajeras, que lo conocen bien, hacen la vista gorda y procuran que no se pase.

—¿Para qué quieres un euro?

—Uno, no. Dos. A ti no te engaño. Necesito un vasito de vino.

—¿Y de tapa?

—Un poco de pulpo…

La palabra “pulpo” le ha salido del alma con salsa de melancolía.

—Así que eres gallego.

—¿Cómo lo supiste?

Hoy no he podido acompañarle, pero hemos entrado juntos en O'Caldiño, que es un buen local. Lo he dejado en la barra, y me ha prometido que cenará algo.

5 comentarios:

Juana la Loca dijo...

Es que un buen pulpo revive a cualquiera!

Enrique Monasterio dijo...

He rechazado dos comentarios cobistas, pero he admitido cuatro. Lo curioso es que sólo sale el de Juana la Loca. No sé qué está ocurriendo em las entrañas del globo. Sorry

Almudena dijo...

La última vez que nos habló de él se llamaba Julián. Es duro oír hablar de comida en cuaresma. Yo, que no soy gallega y mucho menos espiritual, también me pongo meláncolica oyendo hablar de pulpo. De haberme encontrado en su lugar, creo que le hubiera acompañado y me temo que no por caridad.
¡Qué dura se hace en ocasiones la verdad!...

Papathoma dijo...

Eso es cosa de Kloster, seguro, D. Henry...

Isa dijo...

Lo siento don Enrique, no seré tan cobista.
Pues eso, que la próxima vez se tome usted el pulpo con él y tengan una buena charleta, que lo necesitará el pobrte hombre.