jueves, 31 de mayo de 2012

Bankia por bulerías

Se me ocurren muchos comentarios, pero comprendo que no debo ponerlos aquí.
 

Conversaciones de fin de curso


Reconozco que disfruto charlando con él. Es un chico inteligente y brillante, de muchas y variadas lecturas para su edad. Sólo tiene dieciocho años, pero se expresa como un adulto, aunque un pelín redicho, para ser justo.
Hoy me cuenta que quiere pasar las vacaciones sin compañía en algún lugar perdido de este mundo; que le gusta la soledad y se refugia en ella porque no soporta vivir en un mundo tan “estúpido y superficial”.
―Al fin has hablado como lo que eres ―se me ha escapado―.
―¿Y qué soy?
―Un chaval con muchas ganas de impresionar a los viejos.
Después de una pausa interminable, ha añadido:
―¿A usted no le gusta la soledad?
―Depende de lo que busques en ella. Hay quien sólo la necesita para contemplarse a sí mismo.
―Eso es lo que yo quiero ―me interrumpe―.
―Si eso es lo que buscas, cómprate un espejo, que te saldrá más barato. En cambio, si buscas a Dios, la soledad puede ser un camino, pero un camino de ida y vuelta. ¿Me entiendes?
Ha puesto cara de entenderme, pero seguiremos charlando mañana.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Vanitas vanitatum


Dice Enrique G-M en su artículo de hoy que "la vanidad es boba y se repite". 
Tienes razón, amigo. Cuando lo comprendí, dejé de ser vanidoso al instante. Un tipo como yo no podía soportar que su vanidad fuese igual a la del vecino.
Desde aquel día soy uno de los seres más humildes que conozco.  Supongo que estaréis de acuerdo.
H.K

martes, 29 de mayo de 2012

Reñir al enfermo

Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres para que esté así?. Eso preguntaron al Señor los apóstoles cuando vieron a un ciego de nacimiento.
Responsabilizar al enfermo de sus propios males es una antigua costumbre.  Después de una leve infección respiratoria, he comprobado que reñir al que sufre es ya una especie de  obra de misericordia.
Las siguientes conversaciones tal vez las he soñado. O no.


 1.
―No puedo ir porque me he despertado con fiebre alta y…
―Claro; te pasas el día con el aire acondicionado...
―Debe ser eso, sí.

2.
―Resulta que he amanecido con una especie de gripe y no podré…
―Te tengo dicho que evites las corrientes, pero no me haces caso.
―Ya. Tienes razón.

3.
―Te lo agradezco mucho, Matilde, pero comprenderás que con 39 de fiebre…
―Seguro que es porque no ventilas la habitación. Hay que abrigarse, pero renovando el aire cada hora…
―...en punto. Lo tendré en cuenta.

4.
―¿Te han dicho ya que estoy enfermo?
―No te preocupes. Ya te supliremos. Pero a ver si el año que viene te vacunas contra la gripe.
―Estoy vacunado, pero ya que lo dices, procuraré hacerlo antes.

5.
―…¿Que estás malo? A que te vacunaste contra la gripe…
―Sí, claro...
―Muy mal. Yo llevo diez años sin vacunarme y no he cogido un mal catarro. En cambio mi sobrino Luis se vacunó hace dos meses, y ahí lo tienes, en el hospital.
―Pero fue por un accidente con la moto, ¿verdad?
―Claro. Estornudó con el casco puesto y,,,

6.
―Cuídate mucho. Un ponche por la noche y a sudar. Seguro que te destapas en la cama y luego pasa lo que pasa.
―Sí, mamá

7.
―¿Cuánta fiebre dices? ¿39? Eso no es nada. En los años 50 cogí yo una neumonía y la pasé en pie. Ahora sois todos unos señoritos… Olvídate de la cama. Un sillón, una mantita y gracias…
―De nada, Fermín.

8.
―Te lo advertí. Sales a la calle sin bufanda… y sin camiseta…
―Y sin salacot.
―¿Cómo dices?
―No, nada.

9.
―Eso es por fumar.
―Si no fumo...
―¿Desde cuando?
―Desde noviembre de 1983.
―Menos de treinta años. Lo dejaste demasiado tarde.

10. 
―Los hombres siempre os quejáis de todo. Las mujeres en cambio...
―Sí, hija sí; sois estupendas.

11.
―No te preocupes, colega. Es que hay un virus por ahí… ¿Quiéres un gin-tonic?
―Gracias, Kloster. Tú sí me comprendes, pero de momento pásame el termómetro, que con tanta charla seguro que me ha subido la fiebre.


lunes, 28 de mayo de 2012

Ignacio, el 26 de mayo

A pesar del resfriado que llevaba encima, así de contento se quedó Ignacio el pasado sábado después de hacer la primera Comunión.

Corea otra vez


Me está bien empleado. Le he reprochado tantas veces  a don Andrés  su falta de noticias de Corea, que ahora me envía cinco apretados folios que no soy capaz de resumir. Como además no todo es proclamable a los cuatro vientos, he decidido reproducir unos pocos párrafos, los del final, para que recéis por la labor en aquella tierra, donde, según parece, es necesario y urgente un nuevo Pentecostés, sobre todo por el “don de lenguas”.

Ésta es la única foto que he podido encontrar en la red del Museo de los mártires de Corea 
Estamos con las romerías del mes de mayo. Ya ha hecho todo el mundo más de una, con amigos, chicos, cooperadores… El domingo pasado estuvimos en Chol Tu San, un santuario de mártires de Corea con una imagen de la virgen muy bonita. Al acabar la romería entramos en el museo de los mártires. Ahora entiendo porqué la labor crece así, porque ha sido regada con sangre de muchos mártires.

Otra sorpresa es la cantidad de peticiones de Camino en coreano para otros países. Mandamos unos pocos ejemplares a Canarias, y ahora haremos llegar otros tantos para Kazajstán, donde hay una comunidad coreana bastante grande. En el centro de la Obra en Almaty tienen coreanos que van al centro con frecuencia. Espero que lo que les mandamos les sirva.

Aquí buscamos dinero como locos para el nuevo centro, que cada día es más necesario. Parece que se da un paso adelante y otro atrás, pero al final saldrá adelante. Además, por si fuera poco, nos han ofrecido lo que puede llegar a ser una casa de convivencias.  Va a ser divertido, pero hay que encomendar las dos casas.

Sigo yendo a Daejon con frecuencia. Allí, además de comer con Alex, el universitario, he seguido en contacto con mi amigo Kim Dae Hun, el acupuntor protestante. Hace un par de fines de semana nos fuimos a pasear al campo con su familia. Comimos en un restaurante coreano, por supuesto sentados en el suelo y con palillos, y a continuación subimos a un montecillo donde hay una buena vista de Corea. Esta vez sí tuve oportunidad de explicarle la Obra despacio, y de paso, más cosas de la Iglesia Católica. Vamos dando pasos.

Otra cosa es que en dos o tres semanas espero comenzar a celebrar misa de domingo en la parroquia de un sacerdote cooperador. Es todo un reto. La homilía la escribo en castellano y me la traducen, pero va a ser divertido, al menos la primera vez.

En los cursos de coreano, seguimos a buen ritmo, aunque cada vez se pone más cuesta arriba el idioma. Ya comienzo a acercarme al idioma normal. En este último nivel que he estudiado, ya desde el principio tenía que hablar todo en coreano, porque no había nadie que hablara inglés. La verdad es que esto te hace espabilar en el idioma. Además, esta vez me tocó una profesora que habla rapidísimo, y para sobrevivir había que poner mucha atención. Estoy desarrollando la capacidad de intuir qué me están diciendo sin saber exactamente qué es.

En mi clase había una mayoría de japoneses, tres chinos, uno de Tailandia y dos de USA, aunque llevan ya tiempo en Corea, y se esforzaban por no decir una palabra en inglés. Esta vez hice bastantes migas con Ryan, un chico que ha tenido una vida dura, pero es muy buena persona. Estuvo en Corea hace diez años para estudiar. Cuando estaba aquí, con su novia y dos más tuvieron un accidente en coche: todos fallecieron menos él, que tardó casi cinco años en recuperarse de las lesiones. Su novia, mientras viajaban iba leyendo la biblia. Se la hicieron llegar a él, que la guarda desde entonces. Después se marchó a estudiar a Canadá, y tras varios palos en el trabajo, decidió volverse a Corea. A ver qué pasa. Estos días está haciendo entrevistas para dar clase de inglés en las mejores universidades del país. A la vuelta me enteraré de cómo le ha ido. Con Ryan ha sido muy divertido, porque como este trimestre hemos tenido que quedarnos a comer en la Universidad muchos días, cada vez me llevaba a un restaurante -tipo “pensión de obrero”- diferente. La comida era barata y muy buena, y además se entraba de lleno en la cultura coreana. Un día pidió unos pulpitos, y resulta que cuando los sirvieron todavía se movían. En el caldo hirviendo terminaron de morirse. Al principio se me hizo un poco raro, pero la verdad es que estaban buenos.

Con mis amigos americanos, aunque ya les veo menos, sobre todo a Chirac, seguimos quedando alguna vez. Bryan me invitó a una barbacoa en su casa, dentro de la base americana en Seoul. Era como entrar de repente en los Estados Unidos. Había que pasar un control de los marines, y a la entrada de la base había toda una batería de Hummer, como los de las películas de guerra. En su casa, por supuesto, hamburguesas super-size y música country. Me hizo gracia. A lo largo de la comida salieron varias conversaciones interesantes sobre el matrimonio, la fe cristiana, etc. Ya me ha dicho que repetiremos. 

El anuncio del lunes

¿No recuerdas este anuncio? Entonces es que eres demasiado joven. El 1960 arrasó. Y ahora vuelve

domingo, 27 de mayo de 2012

Condenado por matar mal

El prof, Ortigosa me envía esta sensata reflexión sobre una noticia de actualidad. Él la titula "abortos raros"


Me refiero al médico condenado en Palma, del que solo se facilitan sexo e iniciales, porque el niño que él y su paciente creían haber abortado terminó naciendo. El juez lo castigó a proveer la crianza del niño hasta los veinticinco años.
Si lo escribimos de otra manera, resulta que condenan a un médico porque el niño que debería haber matado vive, y deberá pagar además 150.000 euros a la mujer de 24 años, porque el nacimiento del hijo «altera para siempre» su vida. También se podría decir que condenan al médico por haber salvado sin querer la vida de un niño que su madre quería muerto. Un perfecto mundo al revés.
A quien objete que el feto no era un bebé, sino sólo «un ser vivo» como dijo aquella ministra, le agradeceré que me aclare a qué especie pertenece. La sentencia pone de manifiesto en todo caso el tenebroso mundo inframédico de las clínicas abortistas, donde nunca parece haber médicas. Y que quizá nos estamos volviendo locos de tanto disfrazar de derecho la monstruosa evidencia.

PD. Me rectifica Ortigosa: la reflexión es original de Paco Sánchez, que la publicó aquí 

sábado, 26 de mayo de 2012

Córdoba, vida y genio.


Gracias, José Ignacio, por enviarme esta delicia. ¡Qué descanso! 

viernes, 25 de mayo de 2012

El rompeolas

"Madrid, rompeolas de todas las Españas". Eso dijo Machado y se ha repetido tanto que ya me suena a cursilería. El otro día un político se lo atribuyó a Neruda. Algunos políticos necesitan citar a Neruda un par de veces a la semana.
El caso es que estos días las olas vienen recias, y los que remansamos hace años en este pueblo manchego quisiéramos un poco de paz. Por favor, amigos, no salpiquen, que también nosotros vinimos de fuera. Los madrileños de toda la vida somos vascos, andaluces, gallegos..., sólo que con doble nacionalidad.
-Venimos de Algorta, ¿conoces?, me ha dicho una chavala pintada de rojiblanco.
-¿Eso está por el Norte?
Me dice que sí y a continuación me explica con todo detalle dónde está mi pueblo.

La niña, su madre y el diablo


La niña y su jovencísima madre estaban en la terraza de un bar. La pequeña, de seis o siete años, vestía una camiseta azulgrana (pobre criatura) que le llegaba hasta las rodillas. La madre daba cuenta no sé si de un desayuno tardío o de un aperitivo prematuro. Eran las doce menos cuarto del mediodía.
Cuando llegué a su altura, la mamá estaba amonestando a la cría con una vieja técnica ya en desuso:
―¡A las niñas mentirosas se las lleva el demonio! Pregúntaselo al padre, ya verás.
El padre, según todos los síntomas, era yo, y no me sentía con ánimos para entablar un debate teológico bajo el sol de justicia que empezaba a recalentarme la sesera.
―¿Verdad, padre?
Traté de eludir la espinosa cuestión explicando a la mamá que no es buena táctica meter al diablo en cuestiones domésticas de carácter secundario; pero la pequeña ya se había puesto en medio y me miraba con una mezcla de curiosidad y temor.
―¿Eres del Barça? ―le pregunté―.
La niña se encogió de hombros.
―No sé.
―¿Y esa camiseta…?
Es de mi hermano.
―...que es del Barça.
―No. Es del Madrid.
Llegábamos a un callejón sin salida. Yo dije sólo “ah”, pero la pequeña no había olvidado la cuestión central.
―¿Y a dónde te lleva el diablo?
―A ti a ningún sitio, no te preocupes.
Le guiñé un ojo, mientras la madre, con la boca medio ocupada por un bocadillo, me increpó:
―Eso, y encima dele la razón.
Huí sin decir ni pío.

jueves, 24 de mayo de 2012

Y mañana...


Y si no es mañana, será el año que viene.



miércoles, 23 de mayo de 2012

Parahawking

Los vídeos de aves son cada día mejores y más espectaculares. Éste es el primero de una larga serie. Vale la pena disfrutarlo a toda pantalla.
No sé cómo se ha colado aquí un anuncio...


 

Otro corto de Carlos Cotelo

Carlos lo presenta con estas palabras:  
Pero... ¿Qué hago con MI vida? ¿Quién soy? ¿Cuál es mi historia? ¿Tiene sentido la pregunta? ¿Me dejo llevar por el oleaje... hasta el fin de la misma? Agradezco tus comentarios, reflexiones o insultos inteligentes.

martes, 22 de mayo de 2012

Chat

Del ABC

Taquito (y IV)



Aquella noche, por primera vez en muchos años, Taquito durmió de un tirón y al despertar, se encontró tan contento y descansado como si hubiese estado en la cama mes y medio.
―Qué sueños más raros he tenido últimamente, pensó. Me parece que el espejo mágico me ha gastado una broma.
Después de desayunar, con cierto temor, llamó al jefe de los esclavos:
―Dile a Ana que venga inmediatamente.
―¿Ana, señor? No tenemos a nadie con ese nombre… Si quiere, le envío a Lucía, que…
Zaqueo negó con la cabeza en silencio y decidió retirarse a su habitación secreta, a pesar de que, sin la presencia de la niña, no era lo mismo y empezaba a estar harto del espejito.
Estaba a punto de abrir la puerta de los siete cerrojos, cuando oyó el griterío de la gente.
―¡El Mesías! ¡Ha llegado Jesús, el Hijo de David!
Todos los habitantes de la ciudad habían salido a la calle, y Zaqueo, que algo había oído decir de Jesús de Nazaret, no quiso ser menos. Echó a correr por los pasillos y se encontró rodeado de sus propios esclavos, que corrían en la misma dirección sin cederle el paso.
Ya en la calle por poco le da un ataque: las gentes formaban una muralla que le impedía ver al Señor. Zaqueo entonces trató de hacer lo de siempre. Dando un empujón al que tenía más cerca, le gritó:
―¡Eh, tú, quítate de ahí o digo a mis criados que te echen a latigazos!
Pero el tipo aquel pareció no enterarse.
Entonces Taquito vio a Ana. Estaba allí mismo, a pocos metros, y le hacía señas para que le siguiese. Taquito fue corriendo tras ella y, como los dos eran tan pequeños, se colaron entre las piernas de la gente hasta llegar a una especie de plazoleta presidida por un árbol muy alto. Era una higuera.
―Ahí tienes la solución ―le dijo entonces Ana―; te subes a la higuera y verás a Jesús la mar de bien. Como pesas poco, seguro que eres capaz de subir hasta arriba.
Taquito se enfadó:
―¡Estás loca! Se reirían todos de mí. Soy un personaje importante en esta ciudad. ¿Te imaginas que el alcalde se tuviera que subir a una farola para ver lo que pasa en su pueblo?
―¡Anda, Taquito, no te des tanta importancia! Demuestra que, por una vez, eres capaz de ser el más alto.
Entonces Taquito se quitó la túnica nueva que se había puesto para la ocasión y trepó por el tronco de la higuera como una ardilla.
―¡Qué gozada! No sabía que esto era tan fácil.
Ya en lo alto llamó a Ana para que le acompañara, pero la misteriosa esclava acababa de desaparecer por segunda vez.
De pronto, alguien gritó a sus pies:
―¡Fijaos, Zaqueo se ha subido a un árbol!
Las gentes empezaron a reír y a tomarle el pelo: que si parecía un gorrión de los que picotean los higos; que si lo iba a llevar el viento…; pero a Taquito lo único que le importaba ya era localizar a Jesús, que se aproximaba a lo lejos rodeado por sus apóstoles y un montón de amigos.
De pronto, el Señor se detuvo, levantó la cabeza, miró hacia lo más alto del árbol y gritó:
―Zaqueo, baja enseguida, que hoy me alojaré en tu casa.
Por poco se cae del susto el pobre Taquito.
―¿En mi casa? ―preguntó al fin temblando―.
―¿Es que no me invitas? ―dijo Jesús―.
―¡Claro, Señor!, pero yo no soy digno de que entres en mi casa…
―Eso ya lo veremos. Tú ve a prepararlo todo…

  *        *       *
Aquella tarde Jesús entró en la gran mansión de Zaqueo. Cuando se abrieron las puertas, un par de esclavos se echaron a sus pies para lavárselos con agua caliente y calzarlo con unas zapatillas de terciopelo azul. Zaqueo, vestido de gala, le dio el abrazo de bienvenida y ungió al Señor en la frente como mandaban las normas de la buena educación. Un coro de esclavos africanos entonó el canto de bienvenida, y terminada la ceremonia inicial, los criados distribuyeron a los apóstoles por las habitaciones que ya tenían dispuestas para pasar la noche.
―¿Y tu estancia secreta? ―preguntó Jesús a Taquito con una sonrisa de guasa―.
Zaqueo abrió la puerta de los siete cerrojos, entró con Jesús y se quedaron a solas un buen rato. No me preguntéis lo que ocurrió allí, porque no conozco esa parte de la historia. Lo único que se sabe es que al día siguiente Taquito regaló el espejo a unos payasos de la ciudad para que hicieran reír a los niños en las fiestas.
Aquella noche, al terminar la cena, Taquito parecía feliz, pero un poco avergonzado. Al fin se puso en pie sobre un taburete y dijo:
―Hace muchos años yo decidí ser malo y lo cumplí hasta hoy. He sido un egoísta, gruñón, mentiroso y avaricioso. Por eso estaba tan triste. No se puede ser malo y feliz al mismo tiempo. Pero se acabó. A partir de este momento doy la mitad de mis bienes a los pobres y a todos los que he engañado les compensaré pagándoles cuatro veces más.
―Oye, Taquito ―intervino Ana, que estaba sentada a su lado―, ¿y dónde vivirás? Tendrás que abandonar esta casa.
―Cerca de aquí, junto al río, tengo una casita pequeña. No necesito nada más. Allí recibiré a Jesús sin avergonzarme cada vez que venga a Jericó. A ti en cambio no podré mantenerte como esclava…
―¡Mira que eres torpe, Taquito! ¡Tantos años viviendo contigo y aún no me conoces!: soy tu Ángel de la guarda. Así que no podrás prescindir de mí. De ahora en adelante, cuando te mires al espejo por la mañana, piensa que yo estoy al otro lado del cristal sacándote la lengua para que no seas tan presumido.
Zaqueo miró a la niña, pero sólo vio un polvo plateado que se disolvía en el aire con un sonido muy dulce de campanillas de plata.



lunes, 21 de mayo de 2012

Taquito (III)


—¡Vale, vale! —contestó la niña—. Te lo diré; pero no te pongas así. Es que, como eres tan pequeño, pensé que a lo mejor te habías colado por alguna rendija.
Zaqueo ya no sabía de qué color ponerse, pero la chica continuó impasible:
—Me llamo Ana, y no he entrado por el espejo. Era una broma. Tampoco hago magia. Soy una de tus esclavas y me dedico a la limpieza. No me extraña que no me conozcas. Compras a tus esclavos por lotes, y así no hay forma de entablar contigo una relación normal. El caso es que, como nadie me daba trabajo (menudo follón que tienes en el servicio: allí no manda nadie), pues me he organizado por mi cuenta. He encontrado un manojo de llaves, y ya ves, he logrado abrir tu famosa puerta. Ahora, si te parece mal, lo dejo, que no es que una trabaje por gusto.
—No. No me parece mal —respondió Zaqueo ya más tranquilo—. Pero no vuelvas a entrar aquí nunca más. ¿De acuerdo?
Ana se sentó delante del espejo y dijo:
—No, no estoy de acuerdo. Ahora que conozco tu secreto, ¿qué más te da que venga o deje de venir? ¿No te gustaría que te haga compañía por las tardes, cuando te pones a hablar solo como un tonto o te miras al espejo como una vieja enana y presumida?
Seguro que pensáis que Zaqueo se enfadó muchísimo con semejantes impertinencias. Pues no. Se conoce que, como nadie se había atrevido antes a hablarle así, le hizo gracia y le dio un ataque de risa. El caso es que a partir de ese día se encariñó con Ana y empezó a tratarla como si fuera su propia hija.
Al principio no sabía comportarse con la niña.  Como no había tenido hijos ni amigos ni nada, se encontraba desconcertado, y se limitaba a escucharla con gesto ceñudo. Pero Ana resultó ser una charlatana imparable, y todas las tardes le contaba montones de historias.
Así, poco a poco, Zaqueo empezó a cambiar. No es que se hiciera bueno de golpe, pero los criados se dieron cuenta de que ya no se enfurecía con ellos por cualquier tontería, les daba vacaciones uno o dos días a la semana e incluso les hacía algún regalo en sus cumpleaños. Algunos llegaron a afirmar que le habían visto sonreír.
—Dicen que ahora hasta silba por los pasillos —comentaba el jardinero—.
—Algo grande está pasando —le contestó el mayordomo—.
Sin embargo, en las conversaciones de Ana con su amo, había un tema prohibido: la estatura de las gentes en general y la de Zaqueo en particular. Así, cuando la niña le contaba cosas de su familia o de sus amigos, no podía describir a las personas diciendo, por ejemplo, mi primo Luis es un chico más bien alto… Si se le escapaba una frase parecida, Zaqueo se ponía de pie y daba por terminada la charla.
Una tarde, sin embargo, la pequeña Ana ―que, por cierto, era aún más chica que su dueño― decidió afrontar el problema sin miedo.
—Oye —le dijo—, ¿se puede saber por qué te preocupa tanto ser medio enano?
—¡Yo no soy enano! —gritó Zaqueo—. Y si vuelves a llamarme así, te venderé en la próxima subasta.
—No he dicho que seas enano, sino que tú estás convencido de que lo eres. Por eso te gusta tanto gritar, dar órdenes, engañar a los demás y poner cara de ogro. Ya que no eres capaz de asustar a nadie con tu aspecto, necesitas meter miedo a base de hacer el tonto. Te encantaría ser bueno, pero como has perdido la costumbre de portarte bien, estás triste y confuso. Vas a necesitar un milagro, Taquito.
Zaqueo se quedó tan impresionado con el discurso de la niña que, por una vez, no respondió. Sólo dijo en voz muy baja:
―¿Quién eres tú? ¿Y por qué sabes lo que pienso?
Ana no respondió. Levantó la mano derecha como diciendo adiós, hizo una reverencia, fue hacia el espejo y se metió dentro como por arte de magia.  Una vez dentro dijo sólo cuatro palabras:
―Mañana lo sabrás. Mañana.
Y desapareció.

Continuará 

El anuncio del lunes

Tráenos tu viejo coche y...

domingo, 20 de mayo de 2012

A unos adultos listillos

El cuento de Taquito es para Ignacio y para otros chicos de su edad que van a hacer la primera Comunión. Pero   ahora resulta que hay adultos la mar de perspicaces que ya han adivinado el final del cuento y pretenden colocar sus comentarios para que yo les aplauda.
Pues no, chicos. Quedáis censurados los seis. Esperemos al final: Ignacio, que de tonto no tiene un pelo, también ha empezado a sospechar cómo termina la historia.
Mañana, capítulo III. Pasado, el IV.

Taquito (II)


...Y pasaron los años.
A Taquito ya nadie le llamaba Taquito, sino Don Zaqueo, que como os he dicho, era su verdadero nombre.
Zaqueo, a base de ser malo, se había ganado el odio de casi todo el mundo; pero también se hizo muy rico. Para colmo, era amigo del Gobernador, y le dieron un cargo importante en la ciudad, con el que siguió aumentar sus riquezas año tras año.
Se compró una casa enorme. Cincuenta esclavos necesitaba para mantenerla limpia y en orden. Allí todo era gigantesco: la cama, los salones, las butacas, las mesas… Los criados se preguntaban para qué querría un pequeñajo como Zaqueo habitaciones y muebles tan grandes; pero nadie se atrevía a hacer comentarios ya que le tenían miedo a su amo, pues seguía siendo el de siempre, es decir, un egoísta, mentiroso, tramposo, avaro y cruel.
¡Pobre Zaqueo!: aborrecido por medio mundo y temido por el otro medio, vivía solo, con la única compañía de un perro de lanas llamado Blas. Y, aunque muchos envidiaban sus riquezas, lo cierto es que, por las noches, cuando los esclavos se retiraban a la zona del servicio y él se levantaba de la cena, le entraban unas ganas tremendas de llorar y una especie de arrepentimiento por haber decidido ser malo tantos años antes.
Por las mañanas Zaqueo solía refugiarse durante media hora en su habitación secreta. Nadie sabía lo que escondía allí, al otro lado de una enorme puerta cerrada con siete llaves. Ni siquiera los criados tenían permiso para entrar; pero si lo hubiesen hecho, se habrían llevado una gran desilusión: en aquel cuarto oscuro y sin ventanas sólo había un pequeño sillón y, enfrente un inmenso espejo de esos que hay en las ferias de los pueblos, donde uno puede ver su propia figura deformada de mil formas grotescas.
Zaqueo lo había comprado a unos comerciantes de Arabia quienes le aseguraron que se trataba de un espejo mágico. Y, aunque de mágico no tenía nada, a él se lo parecía, porque allí se veía alto, esbelto y lleno de majestad, como a él le habría gustado ser.

Zaqueo estaba convencido de que el espejo reflejaba su auténtica grandeza, la que nadie podía ver. Por eso, cuando salía de la habitación, su aspecto parecía distinto, sonriente, altivo, y caminaba estirado y orgulloso como una avestruz.
Una mañana, después de desayunar, se dirigió a su habitación secreta, abrió los siete cerrojos y vio con asombro que las lámparas de aceite estaban encendidas y que una niña de diez o doce años limpiaba el espejo con una bayeta mientras canturreaba por lo bajo.
—¿Se puede saber lo que haces?, vociferó Zaqueo.
—Ya ves —respondió la niña sin alterarse—; estoy limpiando el espejo. Por cierto lo tenías bastante guarro.
—¿Cómo te atreves…? —comenzó a decir Zaqueo; pero se interrumpió al ver que la niña continuaba frotando y cantando como si tal cosa—. ¡Oye, rica, que hablo contigo!
—Ya lo supongo… ¿Qué te parece cómo queda? Ahora, cuando vuelvas a mirarte en el espejo, además de verte alto, guapo y apuesto, te verás limpio.
Zaqueo, rojo de ira, pero también de vergüenza al verse descubierto, sólo se atrevió a decir:
—¿Cómo has entrado?
—¿Dónde?
—¿Dónde va a ser?: ¡en mi habitación secreta!
—Ah, por el espejo, creo. No me acuerdo muy bien. ¿Y tú?
—¡Yo he entrado por la puerta! —gritó Zaqueo— Yo no hago numeritos de magia. ¿Se puede saber quién eres?

Continuará 

sábado, 19 de mayo de 2012

Taquito (I)


Un cuento demasiado largo dedicado a Ignacio, que no se parece nada a Taquito y está a punto de hacer su Primera Comunión. 
Tómatelo con calma, que durará unos pocos días.


El día en que cumplió ocho años, nada más despertarse, Taquito miró por la ventana, vio que estaba lloviendo, se frotó los ojos con los puños y pensó: “ya estoy harto. De ahora en adelante me voy a portar mal". A continuación, como para que se enterara el resto del mundo, gritó con todas sus fuerzas:
—¡¡¡Voy a ser maloooooooo!!!
Su madre, que se llamaba Sara y estaba preparando el desayuno, se pegó un susto de muerte y entró corriendo en la habitación de su hijo.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—Que he decidido a ser malo hasta que me haga viejo como el abuelo.
Sara contestó que le parecía muy bien, pero que se levantase cuanto antes de la cama, porque se estaba haciendo tarde y tenía que ir a la escuela.
No sabía ella que el chico hablaba en serio. Era una decisión muy meditada y, por cierto, bastante difícil de llevar a cabo, ya que Taquito tenía poca práctica en hacer maldades. Como todos los niños de su edad, a veces se portaba bien y a veces regular, según le daba; pero por regla general solía ser cariñoso con sus padres y buen amigo de sus compañeros; rezaba cada noche antes de acostarse, y, aunque tenía mal genio, nadie podría decir que era malo. Malo, lo que se dice malo, era Elías, con el que nadie quería jugar, porque hacía trampas, se burlaba de todo el mundo, y pegaba a los más pequeños.
Precisamente había sido Elías la causa del enfado de Taquito.
Resulta que Taquito era bastante pequeño de estatura. No tanto como para llamar la atención, pero lo suficiente para crearle un complejo terrible, sobre todo desde que sus compañeros de clase le pusieron ese nombre precisamente por su tamaño.
—¡No me llamo Taquito, me llamo Zaqueo! —protestaba las primeras veces—.
Pero el mote tuvo éxito, y con él se quedó.
Desde entonces Elías la tomó con él y ya no le dejaba en paz.
Elías era un chico larguirucho, con cara de zanahoria, abusón y más bien presumido, que todo lo resolvía a base de bofetadas o de palabrotas. Taquito, más o menos, procuraba ignorarlo; pero la víspera de su cumpleaños, ya no pudo más.
—Oye, enano —le había dicho Elías—, me he comido tu merienda. Total, para lo que te cunde…
—¡Enano será tu padre!, contestó Taquito.
Y se armó la gorda.
En la ensalada de tortas, el más pequeño las recibió casi todas, y volvió a casa hecho una furia.
Aquella noche se fue a la cama sin cenar, y por la mañana, como ya os he dicho, decidió ser malo para vengarse de Elías y de todos los que hasta ese momento se habían burlado de él.
Durante los días siguientes, sus padres notaron que el chico había cambiado: estaba más serio, apenas jugaba con los amigos, decía mentiras de todas las clases y desobedecía por sistema. Joaquín —que así se llamaba su padre— llegó a sospechar que el niño estaba enfermo, pero Sara le tranquilizaba.
—Son cosas de la edad… Cuando pegue el estirón se le pasará.
Ésta era también la esperanza de Taquito: el famoso estirón del que todo el mundo hablaba. “Cuando dé el estirón, se decía, a lo mejor me decido a ser bueno otra vez”
—Mamá ¿cuánto me falta para el estirón?
—No tengas prisa, hijo —respondía Sara—: vendrá pronto: cuando cambies la voz.
—¿Y qué es cambiar la voz?
—Es hablar como los mayores… Mira, cuando tu voz se parezca a la de tu tío Samuel, darás el estirón —respondió solemnemente su madre—.
Taquito entonces empezó a hacer ejercicios de garganta para ser barítono, igual que su tío, que cantaba en las fiestas con un vozarrón hondo y poderoso como el rugido de un león.
Alguien le dijo que hiciera gargarismos con agua salada y zumo de ortiga; pero, por desgracia, el remedio no tuvo éxito: sólo consiguió una fuerte quemadura en la campanilla y un berrinche considerable.
A pesar de todo, el estirón llegó a su tiempo…, para los demás.
Tenía Taquito 14 años cuando empezó a comprobar que sus compañeros eran cada vez más altos. Elías parecía un gigante, pero un gigante bondadoso y sencillo, ya que, quizá por culpa del estirón, se había vuelto bueno, y no pegaba a los más chicos como antes.
Taquito también creció, pero muy poco. No sólo seguía siendo el más pequeño de la pandilla, sino que, además, las diferencias de estatura se hicieron tan enormes como sus propios complejos. Hasta las niñas eran más altas que él.
Se comprende que, a los quince años, su decisión de ser malo se convirtiese en firme e irrevocable. Todos pudieron comprobarlo.
Continuará 
 

Tempus fugit


Me dice Kloster que debo recuperar el tiempo perdido después de una semana de fiebres y sudores.
No tiene razón mi colega. El tiempo no se pierde cuando se detiene sino cuando se malgasta. En estos últimos días he descubierto hasta qué punto tenían razón los clásicos cuando pensaban que el tiempo de ocio puede ser más fecundo que el del negocio. No he podido leer casi nada por culpa de mis ojos resecos, pero he descubierto una fantástica emisora que emite desde suiza piezas de música clásica 24 horas al día. No he predicado, para descanso de mis sufridos oyentes, pero ya casi he terminado el cuento de “Takito”, que publicaré en dos o tres partes, antes de la Primera Comunión de Ignacio. He dormido demasiado, supongo, pero he tenido sueños realistas, emocionantes y hasta divertidos, que no contaré, por si Freud asomara la oreja.
No iré en busca del tiempo perdido. Ya se encargó de eso el bueno de Proust y le salió un novelón demasiado gordo. Prefiero recordar lo que escribió Muñoz Rojas, maestro de poetas:  
Es otra de las cosas que decimos
sin saber muy bien lo que decimos,
eso de perder el tiempo. No es tan sencillo.
Por lo pronto habría que hallar la alacena
donde guardarlo y cerciorarnos
que sigue. No está claro eso
de que el tiempo se pierde, ni dónde
va si se pierde el tiempo. Se pierde
el aire o la noche? Dónde se pierde
el tiempo que dicen que se pierde?
Llevo tanto tiempo perdiendo el tiempo,
sin saber cómo lo pierdo, ni dónde
como no sea en tu regazo. Me gustaría
guardarlo para necesidades urgentes,
como ésta de tu regazo donde
dejar para siempre y nunca el tiempo,
que dicen que se pierde.

En este mes de mayo, que ya vuela hacia el verano, encontraré el tiempo perdido en el regazo de María

jueves, 17 de mayo de 2012

El avión y el buitre.

Así quedó el morro del aparato de Iberia. No fue un halcón, como informó al día siguiente en diario "El Mundo". Hay en Barajas, en efecto, halcones peregrinos para ahuyentar a las demás aves que pueden poner en peligro el despegue o aterrizaje de los aviones, pero el halcón es demasiado pequeño para producir un boquete semejante. El buitre es otra cosa.


Me envía la foto uno de los pasajeros: el doctor Monasterio que regresaba a Puerto Rico sin más incidentes.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Vídeos imprescindibles (y VII)

Éste es el último. Yo espero que estos chavales sigan elaborando otros vídeos que nos sirvan a todo; especialmente a esos viejitos gruñones que piensan que ser joven es una enfermedad con mal pronóstico.  

martes, 15 de mayo de 2012

Vídeos imprescindibles (VI)



Labrador


Como es bien sabido, los santos que aparecen en el calendario litúrgico suelen venir acompañados de un título: "mártir, pastor, Papa, religioso, confesor", etc. De esta forma queda se clasifican por su vocación eclesial y se establecen las Misas "Comunes": de mártires, de Papas, etc.
San Isidro es, que yo sepa, el único santo del santoral que no tiene más título que su oficio: labrador. Tal vez, con los siglos haya misas comunes de labradores o de inspectores de hacienda. Sería estupendo.


No me tengáis en cuenta mi torpe prosa de hoy. Estos en la cama con un trancazo digno de mejor causa, pero no he querido faltar a mi cita diaria: nulla dies sin linea. 





lunes, 14 de mayo de 2012

Un artículo sobre Roberto Martínez

Cuando di noticia de su fallecimiento en Gaztelueta, dije que apenas lo conocía, que era un hombre discreto y callado. Después de leer este testimonio y otros semejante empiezo a darme cuenta de lo que me he perdido.

El anuncio del lunes

Un gran anuncio que merece la pena compartir. Resulta increíble que alguien sea capaz de hacer esto. El mérito que tiene llenar cada copa con la cantidad de agua justa para afinarlo para que reproduzca la nota adecuada. 


domingo, 13 de mayo de 2012

Atentado contra un pobre buitre

 Así debió de quedar avión después del impacto.
Me cuentan que esta misma tarde uno de los aviones que salía de Barajas con destino a Nueva York ha tenido que vérselas con un buitre leonado. La rapaz ha chocado con el morro del aparato y le ha abierto un agujero tan grande que el piloto no ha tenido más remedio que dar la vuelta y tomar tierra de nuevo en Madrid. 
Unas horas más tarde otro avión ha sustituido al averiado y se ha llevado a todo el pasaje. 
Si es que van como locos. ¡A quién se le ocurre poner en peligro la vida de los pobres buitres sin respetar el ceda el paso! Supongo que esto, más que una anécdota, es una parábola. Lo que pasa es que todavía no acierto a descubrir la moraleja.
Espero que el eminente doctor que viajaba en ese vuelo y suele leer este globo nos dé más detalles del incidente cuando, al fin, llegue a su destino.

Vídeos imprescindibles (V)

Hoy, domingo VI de Pascua y Fiesta de Nuestra Señora de Fátima, haré mi retiro mensual. Por tanto, silencio. 
Por cierto, si alguien no recuerda dónde estaba el 13 de mayo de 1981 a las 12 del mediodía, es que aún no había nacido. Los demás tenemos grabada a fuego en la memoria esa fecha.  Hoy es un día para dar gracias a Dios.

sábado, 12 de mayo de 2012

¿Sufrir?


Prometí el otro día seguir profundizando en el penoso asunto de las lágrimas futboleras. He aquí el artículo que acabo de escribir para que salga en papel



Los cronistas deportivos, que son los nuevos juglares de las gestas heroicas que más interesan al personal, han aportado a nuestra cultura unos cuantos vocablos horrorosos, como “el esférico” o “el trencilla”, y un sinfín de expresiones que a lo mejor un día de estos me animo a analizar: “la cepa del poste”, “el palo largo”, “perder la verticalidad”, “desprenderse de la parte superior del chándal”, “saltar al terreno de juego”, atacar “por mediación” de Pepe, etc.
Como bien saben los diez o doce lectores que aún me quedan, me gustan las batallas lingüísticas, sobre todo si son batallas perdidas. Por eso arranco mi artículo de hoy con una palabra que se ha puesto de moda en boca de los bardos de las hondas: me refiero al verbo “sufrir”.
“Sufre Nadal para doblegar a Murray”; “el Barça debe aprender a sufrir en el campo”; “para ganar la Eurocopa tendremos que sufrir”. Son titulares reales sacados, en este caso, de la prensa escrita.
No puedo estar de acuerdo: Nadal no sufre; lucha; ataca y se defiende, se agota y disfruta. Es de­cir, compite. Es evidente también que la Eurocopa no se gana “sin bajarse del autobús” (otra ex­presión tópica), sino peleando con alegría en el campo. Y tal vez el Barça deba aprender a vencer con esfuerzo, ya que habitualmente no lo necesita. Pero ¿sufrir? Amigos cantores del gol, ¿dónde hay que firmar para que me dejen sufrir como Ronaldo, Messi o Llorente?
Y claro, tanto hablar de sufrimientos deportivos, hemos acabado por convencer a los atletas de que lo suyo es una tragedia, y se nos han vuelto gemebundos como adolescentes acomodados.
¡Qué espectáculo más deplorable nos ofreció el Athletic, especialmente a los que somos sus hin­chas, al caer derrotados frente a los rojiblancos de Madrid! ¡Qué forma de llorar! ¡Qué sonoros sollozos! Zarra y Gorostiza se agitaron en sus tumbas al oír los gimoteos de sus nietos deportivos.
Entre los antiguos, el hombre sabio, el héroe, el soldado o el atleta debían ser impasibles, duros como rocas. Es cierto que a veces se pasaban de la raya: el propio San Agustín pedía disculpas por haber llorado ante su madre muerta; pero, excesos aparte, la virtud de la fortaleza se manifestaba también a la hora de tragarse las lágrimas, sonreír y seguir peleando.
Ahora las cosas han cambiado. Llorar está de moda y mola cantidad. Desde que el romanticismo hipertrofió los sentimientos del personal, una lágrima a tiempo sirve incluso para ligar, como me confiaba Nico el año pasado. Y es que nos encanta ver llorar a los grandes; a reyes y a tenientes coroneles de caballería. La vieja expresión “niño, los hombres no lloran” ha sido sustituida de hecho por “llora, llora mi niño; babea a gusto tus penas, que tu mami llorará contigo”.
Soy consciente de que tres o cuatro lectores ―o sea, la mitad de los que me quedan― me están poniendo verde en estos momento. Pues ustedes perdonen. Sólo trato de poner en valor dos vie­jas virtudes que andan de capa caída: la fortaleza y la deportividad.
 “Vivir ―predicaba San Josemaría― es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, sereni­dad. Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que entiende que debe hacer, según su con­ciencia; el que no mide el valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que presta a los demás. El fuerte, a veces, sufre, pero resiste; llora quizá, pero se bebe sus lágrimas”
―Y a qué virtud te refieres cuando hablas de “deportividad”
―Elemental, mi querido Kloster: La deportividad es ese aspecto de la fortaleza que nos enseña a saber ganar, a saber perder, a ser humilde en la victoria, a sonreír en la derrota, a volver a empezar siem­pre, a reconocer los errores, a alabar al rival, a felicitar al que triunfa y a estar siempre preparados para la última batalla de la vida.
―Hablas de fútbol, por supuesto.
―No, colega. Yo de eso no sé nada.

  

viernes, 11 de mayo de 2012

Vídeos imprescindibles (IV)

Hay demasiada gente triste, demasiados "indignados" con razón o sin ella, demasiados personajes sombríos. Eso es lo que toca.
Entonces, ¿por qué los chavales de la JMJ parecían felices? ¿Es que no se enteraban de que el mundo no está para sonrisitas?

Calor de exámenes

El curso ya rueda cuesta abajo. Los chavales entran en trepidación y el capellán aguanta quejas, lamentos y euforias:
─¿Qué tal los exámenes?
─Genial, genial que te mueres.
A la chica le desborda la sonrisa.
─¿Y tú?
─Me ha quedado historia.
Comienzan a funcionar los inhibidores de frecuencia que dejan los móviles secos como momias.  Se trata de evitar que los exámenes se conviertan en una plataforma de transmisión de datos.  La verdad es que no lo entiendo. A un alumno que fuese capaz de copiar algo sustancial con el móvil yo le subiría la nota.
─Entonces, ¿no es pecado copiar?
─No, María. Es legítima defensa frente a la férrea vigilancia de los profes. Bastantes pecados tiene la vida como para inventarnos otros nuevos.
En vista de que no está el horno para bollos ni para largas conversaciones con los chicos, redacto un prólogo y una larga dedicatoria para el próximo libro, que ya está en la rampa de salida de la editorial. En la dedicatoria cito a medio mundo, desde Antuán hasta Yomisma.
─ Hace un calor “que te mueres”, asegura Marta, mientras se abanica con los apuntes.