sábado, 19 de mayo de 2012

Taquito (I)


Un cuento demasiado largo dedicado a Ignacio, que no se parece nada a Taquito y está a punto de hacer su Primera Comunión. 
Tómatelo con calma, que durará unos pocos días.


El día en que cumplió ocho años, nada más despertarse, Taquito miró por la ventana, vio que estaba lloviendo, se frotó los ojos con los puños y pensó: “ya estoy harto. De ahora en adelante me voy a portar mal". A continuación, como para que se enterara el resto del mundo, gritó con todas sus fuerzas:
—¡¡¡Voy a ser maloooooooo!!!
Su madre, que se llamaba Sara y estaba preparando el desayuno, se pegó un susto de muerte y entró corriendo en la habitación de su hijo.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—Que he decidido a ser malo hasta que me haga viejo como el abuelo.
Sara contestó que le parecía muy bien, pero que se levantase cuanto antes de la cama, porque se estaba haciendo tarde y tenía que ir a la escuela.
No sabía ella que el chico hablaba en serio. Era una decisión muy meditada y, por cierto, bastante difícil de llevar a cabo, ya que Taquito tenía poca práctica en hacer maldades. Como todos los niños de su edad, a veces se portaba bien y a veces regular, según le daba; pero por regla general solía ser cariñoso con sus padres y buen amigo de sus compañeros; rezaba cada noche antes de acostarse, y, aunque tenía mal genio, nadie podría decir que era malo. Malo, lo que se dice malo, era Elías, con el que nadie quería jugar, porque hacía trampas, se burlaba de todo el mundo, y pegaba a los más pequeños.
Precisamente había sido Elías la causa del enfado de Taquito.
Resulta que Taquito era bastante pequeño de estatura. No tanto como para llamar la atención, pero lo suficiente para crearle un complejo terrible, sobre todo desde que sus compañeros de clase le pusieron ese nombre precisamente por su tamaño.
—¡No me llamo Taquito, me llamo Zaqueo! —protestaba las primeras veces—.
Pero el mote tuvo éxito, y con él se quedó.
Desde entonces Elías la tomó con él y ya no le dejaba en paz.
Elías era un chico larguirucho, con cara de zanahoria, abusón y más bien presumido, que todo lo resolvía a base de bofetadas o de palabrotas. Taquito, más o menos, procuraba ignorarlo; pero la víspera de su cumpleaños, ya no pudo más.
—Oye, enano —le había dicho Elías—, me he comido tu merienda. Total, para lo que te cunde…
—¡Enano será tu padre!, contestó Taquito.
Y se armó la gorda.
En la ensalada de tortas, el más pequeño las recibió casi todas, y volvió a casa hecho una furia.
Aquella noche se fue a la cama sin cenar, y por la mañana, como ya os he dicho, decidió ser malo para vengarse de Elías y de todos los que hasta ese momento se habían burlado de él.
Durante los días siguientes, sus padres notaron que el chico había cambiado: estaba más serio, apenas jugaba con los amigos, decía mentiras de todas las clases y desobedecía por sistema. Joaquín —que así se llamaba su padre— llegó a sospechar que el niño estaba enfermo, pero Sara le tranquilizaba.
—Son cosas de la edad… Cuando pegue el estirón se le pasará.
Ésta era también la esperanza de Taquito: el famoso estirón del que todo el mundo hablaba. “Cuando dé el estirón, se decía, a lo mejor me decido a ser bueno otra vez”
—Mamá ¿cuánto me falta para el estirón?
—No tengas prisa, hijo —respondía Sara—: vendrá pronto: cuando cambies la voz.
—¿Y qué es cambiar la voz?
—Es hablar como los mayores… Mira, cuando tu voz se parezca a la de tu tío Samuel, darás el estirón —respondió solemnemente su madre—.
Taquito entonces empezó a hacer ejercicios de garganta para ser barítono, igual que su tío, que cantaba en las fiestas con un vozarrón hondo y poderoso como el rugido de un león.
Alguien le dijo que hiciera gargarismos con agua salada y zumo de ortiga; pero, por desgracia, el remedio no tuvo éxito: sólo consiguió una fuerte quemadura en la campanilla y un berrinche considerable.
A pesar de todo, el estirón llegó a su tiempo…, para los demás.
Tenía Taquito 14 años cuando empezó a comprobar que sus compañeros eran cada vez más altos. Elías parecía un gigante, pero un gigante bondadoso y sencillo, ya que, quizá por culpa del estirón, se había vuelto bueno, y no pegaba a los más chicos como antes.
Taquito también creció, pero muy poco. No sólo seguía siendo el más pequeño de la pandilla, sino que, además, las diferencias de estatura se hicieron tan enormes como sus propios complejos. Hasta las niñas eran más altas que él.
Se comprende que, a los quince años, su decisión de ser malo se convirtiese en firme e irrevocable. Todos pudieron comprobarlo.
Continuará 
 

3 comentarios:

Almudena dijo...

Me encantaaaaaa

Cordelia dijo...

Ya estamos con las torturas. No puede dejarnos así. No sea malo, porfa...
Y me da una pena el pobre chico...

Vila dijo...

Esto promete y muuuucho!!

Acabamos de volver de la Primera Comunión del mejor amigo de Ignacio en el cole y mañana tenemos la de otro primo y será de día completo.

Pero encontraremos el momento de empezar a leer y disfrutar de este cuento tan especial.

Gracias mil.