domingo, 31 de marzo de 2013

¿Como novios? ¡Oh no!

"Yo he visto de reojo a menudo a mi mujer darme unas generosas limosnas de cariño cuando menos las merecía, y uf, gracias a Dios." 


Se trata de otro artículo genial de Enrique García-Máiquez. Lo ha publicado en la revista Nuestro Tiempo, y lo recomiendo a todo el mundo, pero de una manera especial a esos matrimonios que atraviesan su primera, o segunda, o tercera crisis. Leedlo aquí.

sábado, 30 de marzo de 2013

Día alitúrgico sin tele

He llegado a Madrid por la mañana, y he tenido tantas cosas que hacer que, gracias a Dios, no me he visto en la tele.
--¿De verdad que no ha visto la entrevista?
--Es que no he tenido tiempo.
Supongo que, cuando una mentira es muy evidente, tiene menos trascendencia moral. Sobre todo si se atenúa con una sonrisita de conejo hipócrita.
A las ocho de la tarde, una niña de ocho o nueve años viene corriendo hacia mí y se frena avergonzada a dos metros. Sus padres observan la escena desde la puerta de la iglesia:
--Te hemos visto es la tele.
--¿Y estaba muy feo?
--No. Estabas guapo.
También ella sonríe un poquito como quien está aprendiendo a decir mentiras.

PD. No me reprochéis que haya evitado ver la entrevista. Ya la conocía y mi cara se me aparece cada mañana en el espejo. Sonsoles en cambio seguro que estaba guapísima. 

viernes, 29 de marzo de 2013

Una preciosa homilía


La Misa “crismal” es una celebración relacionada directamente con el Jueves Santo. En la mayor parte de las diócesis suele anticiparse por razones prácticas, para que puedan participar todos los sacerdotes diocesanos que lo deseen. En Roma, no es necesario: el Santo Padre la celebra el Jueves Santo por la mañana, acompañado del clero de Roma y de los Cardenales.
Es la misa de la renovación de las promesas sacerdotales y de la bendición de los oleos sagrados, que los párrocos recogen al término de la misa para llevarlos a sus respectivas parroquias. Los oleos bendecidos se emplean en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Unción de los enfermos.
La Misa Crismal es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y signo de la unión estrecha de los presbíteros con él.
Ayer por la mañana el Papa Francisco, Obispo de Roma, ha celebrado la misa crismal y ha pronunciado una gran homilía.



Queridos hermanos y hermanas,

Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Os saludo a todos con afecto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, que hoy recordáis, como yo, el día de la ordenación.

Las Lecturas, también el Salmo, nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo 133: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (v. 2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.

La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos.

De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos ahora a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.

Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendígame, padre», y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica del Pueblo de Dios. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos – futuros sacerdotes – todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.

Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.

El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» – esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note –; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.

Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios.

Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido.

Amén.

La entrevista de la tele


¿Alguien sabe explicarme cómo ha aparecido este libro en un pack de maquillaje?

Si Dios quiere, la entrevista que grabamos hace unos días en el jardín de Molinoviejo se emitirá mañana sábado a las 17,45 en Intereconomía tv.  Dura 26 minutos. Como ya os dije, yo terminé contento porque expliqué todo lo que quería; Sonsoles asegura que quedó "genial". Veremos.
Espero poder ponerla en el globo.

Viernes Santo.

De vez en cuando pone algún comentario en el globo un ilustre jurista y amigo que firma Como "Viator Iens". Hoy me envía este escrito para el Viernes Santo. No me he atrevido a tocar ni una coma.



 

FERIA VI IN PARASCEVE.

Passio secundum Ioannem. (Io 19, 14-15)

Pilatus dicit Iudaeis: Ecce rex vester. Illi autem clamabant: “Tolle, tolle, crucifige eum.” Dixit eis Pilatus: “Regem vestrum crucifigam?" Responderunt Pontifices: “Non habemus regem nisi Caesarem.”
De entre todas las de los hermanos, la mía ―Dios me la quiso dar potente― fue la que resonó con más fuerza aquel día en las paredes del Gabbatha. Gritábamos para que el romano hiciese auténtica justicia. Clamábamos porque era preciso castigar la blasfemia del Nazareno y también -los maestros nos lo habían explicado con toda claridad- porque lo que predicaba era la ruina de Israel.
Sin embargo, yo no grité sólo por eso. Yo había oído hablar a aquel hombre una vez y había sentido miedo. Me habló a mí. A mí, que estaba medio oculto detrás del cercado. A mí, que no tenía nada que ver con Él ni con ninguno de los suyos. Me miró por encima de todos los demás y me pidió que me apartase de las cosas que hasta entonces me habían proporcionado algo de felicidad. Me explicó toda aquella locura suya de amor y de exigencias. Me propuso renuncias, donación, entrega a los demás. Y tuve miedo. Tanto que no pude soportarlo. Por eso aquella mañana bramé con la esperanza de que mi voz unida a la de los hermanos borrase para siempre su recuerdo. Yo quería que le taparan la boca de una vez y así poder olvidar tanta necedad, que todo volviera a ser como antes. Y a punto estuve de conseguirlo. Lo mataron. Lo maté.
Días después de todo aquello, para no contaminarme, evité con cuidado la sombra de una estatua de Augusto a la que estaban sacrificando los sacerdotes de los romanos, y mirando de soslayo sus libaciones recordé con extraña claridad lo que al final habían respondido los rabinos al gobernador aquella mañana en el Gabbatha. Comprendí que si no había reparado antes en aquello había sido porque aquella mañana algose me había trepado a la garganta como una serpiente. ¿Cómo habían podido proclamar los rabinos que no tenemos más Rey que el yerno de aquel ante cuya estatua de mármol, fría y muerta, se quemaba incienso y se decían oraciones impías?
En ese momento mi alma se conmovió tan de dentro que desde entonces albergo la idea loca de que el trono del Rey Eterno de Israel pudo ser un leño pelado y me descubro muchos días ansiando que el Nazareno vuelva a mirarme.


jueves, 28 de marzo de 2013

La despedida

Hoy, Jueves Santo, el Señor se despidió de su Madre en el Cenáculo. ¿Cómo fue ese momento? Nuestra amiga Cordelia no ha podido contenerse y me ha escrito este bellísimo pasaje




Después de la cena, la Madre recogía junto a las otras mujeres. Ella era la única que había entendido aquello de "esto es Mi Cuerpo, ésta es Mi Sangre...". Había recibido a Su Hijo con la misma entrega, sencilla pero total, de treinta y pico años atrás. Y ahora, mientras sus manos trabajaban de forma automática, ponderaba estas cosas en su corazón.
Oyó pasos tras ella. No necesitaba mirar para saber que era Él. Unas manos fuertes se apoyaron en sus hombros, y un beso aterrizó en su coronilla, igual que tantas veces Ella había besado la del Niño.
―Es hora ―dijo son moverse.
―Es hora, Madre ―confirmó la voz amada.
Sintió una espada atravesar su corazón de madre. Se volvió, manteniendo la angustia lejos de su rostro, aunque bien sabía que su Hijo veía en su interior. Dos miradas idénticas, de color miel, se encontraron y se hablaron sin palabras. Ella miró durante un largo instante el rostro de Jesús, como queriendo grabar en su memoria para siempre los rasgos serenos, amables, hermosos, antes de que fueran desfigurados en la tortura. Abrazó a Jesús, y parpadeó para desterrar unas lágrimas traidoras que amenazaban con desbordarse.
Después, con una sonrisa henchida de dolor, le besó en la frente y le dijo:
―Ve, pues, Hijo. Ve con Dios.
―Queda con Dios, Madre.
Se quedó mirando la espalda de su Hijo hasta que salió del Cenáculo. Y después se marchó a la cocina, para que nadie la viera llorar.

La sombra de la cruz

Es Jueves Santo y estoy en mi tierra. Hoy no tengo que celebrar la Misa a la hora de costumbre, pero mi organismo no lo sabe y me ha despertado como siempre, a las 6 de la mañana. Aún no ha amanecido.
Comienza el triduo Pascual y yo abro el libro de la liturgia de las horas. En cada verso, en cada himno, en cada una de las lecturas, se proyecta ya la sombra de la Cruz.
Sin embargo hoy es un día de fiesta; es el jueves más alegre de la historia. Celebramos la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio de Cristo. Es también el día en el que Jesús nos amó hasta el extremo y nos invitó a tomar ese amor como modelo del nuestro. Hoy oímos hablar por primera vez del Padre y del Espíritu Santo que habitan en cada uno de nosotros. Hoy hicimos todos las Primera Comunión.
Es cierto que hoy también es el día de la traición y de la agonía; la noche de Judas; pero ¿no podríamos olvidarnos de eso por unas horas? ¿No sería lógico que la fiesta de hoy se llenara de aleluyas y dejáramos de lado la Cruz?
Me respondo que no: La Eucaristía nace de la Cruz. El Amor de Cristo revela toda su potencia salvadora en la cruz. El Sacerdocio nos identifica con es Cristo-Sacerdote que extiende los brazos en la Cruz para abarcar al mundo entero.
Vuelvo a abrir el libro. Veo que la versión española de la Liturgia de las horas convierte en himno litúrgico de Laudes aquel conocido soneto de Lope de Vega:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte

Tú me mueves, Señor, muéveme al verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.  

Son ya las 6,30 de la mañana

miércoles, 27 de marzo de 2013

Un premio para Dani

Este magnífico vídeo sobre el cernícalo, de nuestro amigo Dani, ha sido galardonado en el Festival International du Film Animalier  con el primer premio en categoría amateur.


Dani nos explica alguna cosa más en su blog . Allí encontraréis también el vídeo de la entrega de premios, en el que Dani se ve obligado a hablar en francés con éxito regular.

martes, 26 de marzo de 2013

Estampas universitarias (II)




La atracción de la ermita.

 
Tengo una cita con Pascalle en “el Faustino”, pero como aún dispongo de una hora, me animo a dar un paseo bajo el sol y a hacer una romería a la Virgen de la ermita.
Es Lunes Santo. Me dicen que el martes comienzan las vacaciones, pero da la impresión de que buena parte de los estudiantes ya se las han tomado por su cuenta. Me siento y saco el rosario frente a la imagen de la Virgen, una preciosa escultura de Sciancalepore que San Josemaría regaló a la Universidad de Navarra hace medio siglo.
El mármol blanco de la imagen resplandece ahora bajo un sol tímido que no se atreve a asomarse del todo. A mi derechaa, el camino que une la avenida de Pio XII con el campus universitario está menos concurrido que otras veces. La ermita es un breve rellano que invita a hacer una pausa.
Llegan tres chicas hablando a la vez. Miran a la imagen y saludan con una inclinación de cabeza tan enérgica y marcial que asusta. Callan un segundo y continúan la marcha como si tal cosa.
Un par de minutos después aparece una mujer joven con aire de profesora. Se agarra a la reja y se demora un poco más; tal vez un minuto.
A partir de ese momento empiezo a elaborar mi pequeña estadística, cuyos resultados os ofrezco con mucho gusto:  de cada diez transeúntes, seis se detienen ante la Madre del Amor Hermoso. Dos, permanecen a menos un minuto, y el resto saluda con el mismo cabezazo navarro de las primeras chavalas, que pone en peligro la integridad de sus cervicales.
―¿Y tu rosario?
―También forma parte de mi estudio estadístico. Me interrumpí unas veinte veces, y de cada 10 avemarías, 9…, en Babia. 

lunes, 25 de marzo de 2013

Estampas universitarias



 El chico del plátano
Visto de lejos, parecía sujetar una enorme flor entre las manos. Por eso me fije sólo en él: era una chaval de 18 ó 20 años, con una incipiente perilla mal recortada y una cazadora verde. En una segunda ojeada, constaté que, de sus enormes orejas, emergían un par de cables blancos. En la ceja izquierda lucía un piercing de gusto discutible, y lo que llevaba entre las manos no era una flor, sino un plátano recién abierto, con la piel dividida en cuatro partes a modo de pétalos dorados.
El chico salía del edificio central de la universidad de Navarra, y lloraba desconsoladamente sin el menor recato. Yo, que iba en dirección opuesta dudé unos instantes. ¿Qué podía hacer? ¿Qué se le pregunta a un tipo que llora con dos cables blancos insertado en los tímpanos y que está a punto de dar un mordisco a un plátano?
Siempre decís que me meto en todos los jardines, que soy especialista en provocar anécdotas. Esta vez me limite a sonreír cuando nos cruzamos.
Luego, sentado en “el Faustino” imaginé mil historias tiernas para explicar el llanto del chico de plátano. Ya había concebido un par de melodramas para la ocasión cuando saqué el IPad y empecé a escribir estas líneas.
Kloster, a mi lado, me bajó a la realidad:
―No te pongas romántico, colega. Lo más probable es que se le haya infectado el piercing. Eso duele una barbaridad.

¿El anuncio del lunes?


Hoy, Lunes santo, no vendemos nada. Hablemos de cosas serias, por  ejemplo de Bilbao. Este vídeo va repasando la historia de la Urbe a través de su arquitectura. 

domingo, 24 de marzo de 2013

Rumbo norte

 El alimoche, como yo, vuela hacia el norte estos días
Me pregunto por qué tengo que anotar aquí todos mis movimientos. Tal vez el globo sea una copia de seguridad, un back-up de mi propia memoria, que ya empieza a flaquear.
--¿Que dónde estuve el viernes? Un momento, colega; me meto en Internet y te lo cuento con pelos y señales.
¿O será sólo para justificar mi silencio de algunos días? Hoy, por ejemplo, no creo que escriba nada: voy camino del Norte, despacio, sin prisas, como las aves migratorias que pasaron el invierno en África y quieren llenar de música nuestra primavera. A lo mejor surge una historia en la carretera, pero no es probable. Tengo el depósito lleno y sólo me detendré para estirar las piernas un par de veces. Mi cochecito aguanta mil kilómetros sin repostar.
Cuando salga este post, habré celebrado la Misa del domingo en la Pasión del Señor y tal vez esté rezando el rosario en el coche.
Ha empezado la Semana Santa. No es un tiempo triste; puede ser gozoso, glorioso o doloroso, según como se mire. Y los cristianos contemplamos la Pasión y muerte del Señor desde la victoria final, desde la alegría de la Resurrección.

sábado, 23 de marzo de 2013

2ª Edición

De regreso a casa, me espera una montaña de papeles: una multa por pasarme de listo; tres cartas convencionales y dos más de publicidad; dos facturas, un acuse recibo, un librito elaborado por Milla con lo que hemos ido publicando sobre el año de la fe en el blog; dos ejemplares de Mundo Cristiano; tres boletines de Peñacorada, el cole de León; un periódico de Gaztelueta, mi cole de Bilbao...
Debajo de todo un paquete de libros que me corresponden por contrato. Es la segunda edición de los "Relatos a la sombra de la Cruz". No es que me vayan a hacer millonario, pero al menos podré pagar la multa de tráfico.
Kloster, crítico como siempre, me aconseja que no me ponga vanidoso:
--La segunda estaba en el bote --me dice--. Ya veremos si llegas a la tercera.


viernes, 22 de marzo de 2013

Despedida en la ermita



La primavera ha llegado.
Trae un viento huracanado. 
Eso, por la mañana. Poco a poco va amainando el temporal y por unos instantes vemos el cielo azul y un sol frío y redondo que hace bajar aún más la temperatura.
Por la tarde voy a la ermita y me quedo un rato junto a la Virgen. Estoy solo y me entran ganas de hablar con mi Madre en voz alta. Tengo algunos encargos que hacerle, y los he ido dejando para el último día.
En éstas estoy cuando oigo pasos al otro lado de la puerta. Entra uno de los asistentes al retiro que predica Luis en la residencia. Ha debido oír algo porque me pregunta:
―¿Está solo?
―Ya ves…
Dice que viene a rezar una salve, pero que no se acuerda “de la letra”.
―¿Y de la música?
Sonríe el buen hombre.
―Me la sé en latín, que es como la cantamos en el pueblo; pero en español no me sale.
―Pues ya tienes un buen propósito para estos días: aprenderte la salve en castellano.
Sentado frente a la imagen de la Señora, me cuenta algunas cosas más personales que no debo reproducir.
Al terminar, y antes de marcharse, nos ponemos los dos en pie. Él recita la Salve en un latín macarrónico y yo hago la traducción simultánea al castellano.
―Para que la Virgen me entienda ―apostilla en broma―.
Empieza a anochecer y hace un frío pelón. 
La primavera ha venido
¿Dónde diablos se ha metido?



jueves, 21 de marzo de 2013

Los “relatos” en la tele



 Aquí, sentados en unas sillas blancas de jardín, me han hecho la entrevista
Al fin no será posible emitir en directo el programa de televisión que os anuncié hace algunos días. A cambio, Sonsoles se ha presentado esta mañana de Molinoviejo con un cámara y me ha hecho una entrevista de 26 minutos para hablar de mi último libro.
Ella ha quedado muy contenta y yo también. Con tanto tiempo por delante y una presentadora tan maja, he dicho todo lo que quería decir. La grabación ha tenido lugar en el jardín aprovechando el respiro que nos ha dado la primavera esta mañana. El marco, por tanto, ha sido espléndido.
Aún no sé cuándo se emitirá la entrevista en Intereconomía tv. Estad atentos a la pantalla, quiero decir al globo, y os enteraréis. A lo mejor incluso cuelgo el vídeo entero en esta página. 

Un Stradivarius para recordar a Sinatra

Según parece este vídeo ha superado ya los 6 millones de visitas. Se trata de un homenaje a Frank Sinatra en Nueva York, a cargo de Andre Rieu y su famoso violín.
My Way
  

miércoles, 20 de marzo de 2013

Primavera


 Nunca se fueron del todo; pero ya están aquí
Llegó la primavera también a Molinoviejo. Comprendo que no es noticia, pero tenía muchas ganas de escribirlo.
A las 11 de la mañana la casa antigua se llena de sacerdotes de toda la diócesis que vienen a hacer su retiro mensual. Jesús, que es el predicador, me pide que asista a la tertulia después del almuerzo y aproveche para “presentar” mi último libro.
Los curas castellanos son sobrios de gestos. Manifiestan su adhesión a todo lo que digo manteniendo los ojos muy abiertos y asintiendo levemente con la cabeza.
Vendo cuatro ejemplares, y ya me parece mucho. ¡Si supierais lo que gana al mes un cura de pueblo! Un párroco de la Sierra, que pastorea un pueblo con mucho turismo de fin de semana, me dice:
―Yo compraría tres o cuatro ejemplares para ponerlos a la venta en la iglesia. Pero ya sabes cómo es la gente; se los llevan sin pagar.
―Eso es porque tus feligreses son ricos ―le contesto―, y pasan el finde en el pueblo. Los pobres nunca hacen eso.
Me ha quedado un poco demagógico, pero me temo que tengo razón.

Lista de precios



No me resulta nuevo este cartel. A lo mejor lo he puesto ya en el blog y lo he olvidado. Si es así, no me lo echéis en cara: un respeto a los ancianos.

martes, 19 de marzo de 2013

La Homilía


SANTA MISA 
IMPOSICIÓN DEL PALIO 
Y ENTREGA DEL ANILLO DEL PESCADOR 
EN EL SOLEMNE INICIO DEL MINISTERIO PETRINO 
DEL OBISPO DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Plaza de San Pedro
Martes 19 de marzo de 2013
Solemnidad de San José

Momento de la imposición del anillo

Queridos hermanos y hermanas


Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.
Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.
Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).
¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús
¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio;  y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.
Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.
Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.
En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.
Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.
Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amén.



San José y el picapinos




Estoy solo otra vez en Molinoviejo. Dentro de unos minutos en Valencia comenzará la nit de foc y la noche se llenará de luz y de olor a pólvora. Aquí, en este rincón de Castilla la Vieja, me conformaría con una de esas puestas de sol escalofriantes que encienden el horizonte cuando el cielo está limpio y tiritan , limpias de bruma, las estrellas.
Hoy no ha habido nada de eso. Las nubes, que parecieron disiparse esta mañana, han vuelto con aire amenazador. No hay pájaros en el jardín. Sólo se oye el rítmico martilleo del pico picapinos, que trabaja la madera con gran entusiasmo.
Me pregunto si será un homenaje a San José, patrono de todos los carpinteros, hombres y pájaros. Por si acaso, procuro escucharlo en silencio sin interrumpir su tarea, y lo bautizo con el nombre de Pepe: Pepe-Picapinos.
De pronto, como un eco, otro de la misma especie se une al concierto a lo lejos.
Mientras paseo por el jardín, preparo la meditación de mañana. En el gran oratorio de la residencia se reunirán 60 o 70 personas. ¡Tengo tantas cosas que decir! ¿Cómo resumiré todo lo que San José representa en este juego divino de la Redención?
Regreso a mi habitación y escribo estas cosas. Hablaré del trabajo, del picapinos, de fidelidad, de la Virgen María. Y también del silencio, que es el mensaje más elocuente del Santo Patriarca.