viernes, 28 de febrero de 2014

Saxum!


Me aseguran que hay globeros que todavía no saben lo que es "Saxum". Cuesta creerlo, pero, por si acaso, os dejo este vídeo explicativo y una consideración: un proyecto tan ambicioso necesita muchos medios para salir adelante. Saxum será pronto una realidad y, como ya ha ocurrido con otras locuras de San Josemaría Escrivá, nacerá gracias a la oración y a las aportaciones económicas de muchos miles de personas de todo el mundo. También las nuestras.
De acuerdo: estamos en crisis. Precisamente por eso el Señor recompensará con creces el esfuerzo de todos. Y, ahora que lo pienso, ¿por qué no organizamos un viaje a Tierra Santa todos los que convivimos en este globo?
Me dicen desde Jerusalén que nos están esperando ya.

jueves, 27 de febrero de 2014

Un e-mail a Azorín


La lengua, espejo del alma 


¿Qué es de tu vida, mi querido Azorín? Hace mucho que no sé de ti. Apenas veo reediciones de tus libros, y ni siquiera te encuentro en los estantes más recónditos de las viejas librerías que tú frecuentabas en Madrid. Hace algún tiempo pregunté en el más grande de los grandes almacenes, y la amable vendedora puso cara de extrañeza antes de acudir al ordenador para comprobar si “quedaba algo”:
―¿Azorín? ¿Con hache o como suena?
Como no había mucha clientela, pude explicarle con calma que “Azorín” es un seudónimo, o sea un nick, de un tal José Martínez Ruiz, uno de los escritores más grandes del siglo XX.
―Pues no caigo ―se disculpó la chica―.
Tu nombre apareció, por fin, en un rincón olvidado del disco duro, pero no quedaba ni un solo ejemplar tuyo; solo ensayos, escritos por otros, que ponderaban tu talento.
Al salir de la tienda me vino a la cabeza un título: “Castilla”. ¿Se llamaba así aquel librito que leí a los 14 o 15 años por consejo de mi profe de lengua? Ya entonces me deslumbró tu lenguaje terso, simple y tan expresivo que era capaz de trasladar mi alborotada cabezota de adolescente a los sobrios paisajes que describías.
Años después conocí Castilla la Vieja y comprobé que no me habías engañado. Es más, sospeché que aquellos horizontes melancólicos, áridos y pobres, que tenía ante mis ojos eran solo copias. El original lo guardabas tú.
Por entonces te nombré mi preceptor para asuntos literarios. Y me diste un consejo que no he olvidado y que yo mismo repito ahora a los más jóvenes:
―Escribir es muy sencillo: basta con poner una cosa detrás de otra sin mirar a los lados.
Me enseñaste a quitar adjetivos, a desnudar mi prosa de barroquismos y pedanterías, a fijarme en lo pequeño ―“en los pormenores”, decías―, a acariciar con palabras cada objeto, cada horizonte, como el ojo de una cámara de cine que va recorriendo el paisaje lenta y delicadamente, sin alterarlo.
Querido Azorín, tú me hiciste amar el castellano. ¿Comprendes por qué te escribo hoy?
Estoy frente a la pantalla de un ordenador. El rectángulo luminoso que tengo delante sustituye al folio en blanco que tú utilizabas, pero además es una ventana abierta a un universo mágico lleno de imágenes y de palabras que vagan sin rumbo fijo por un espacio virtual. En este marco singular aparecen cada día cientos de millones de mensajes que vuelan perdidos por la red. Ahora mismo hay personas de todo el Planeta escribiendo frenéticamente en qué se yo cuántos idiomas. Es la era de la comunicación, querido maestro. Al menos eso es lo que dicen, aunque sospecho que nos escuchamos poco los unos a los otros.
Quizá pienses que esta apoteosis de la comunicación sólo puede traernos ventajas, pero me temo que la cosa no es tan sencilla. Resulta que el lenguaje se ha igualado por abajo. No son los iletrados los que buscan emular a los más cultos, sino al revés. Como hay que hacerse entender por todos, la lengua se ha vestido de proletaria y ya no hay forma de distinguir por el habla a un académico de analfabeto funcional.
“El castellano se ha democratizado”, pontificaba un político; pero lo cierto es que se ha empobrecido. Cada día utilizamos menos vocablos y más sucios.
Así es, maestro. Las palabras están contaminadas. Un lenguaje hediondo y obsceno, que habitaba en el fondo de las alcantarillas ha salido al exterior y ha ocupado las familias, las escuelas, los hospitales, las tribunas de los oradores, los Parlamentos y, por supuesto, la red. Hombres y mujeres comparten la misma basura, las mismas alusiones glandulares, el mismo gusto por los aromas más pestilentes.
No hablo de los “tacos”, esas imaginativas interjecciones que enriquecen el castellano cuando se utilizan a tiempo, sino de una epidemia mucho más grave. Mi amigo y poeta Enrique García-Máiquez se refería a ella con palabras del Conde de Maistre: 

“Toda degradación individual o nacional viene inmediatamente anunciada por una degradación rigurosamente proporcional en el lenguaje”.
O, por decirlo más brevemente, “la lengua ―y no la cara― es el espejo del alma”.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Una metáfora inesperada









Tenía que predicar sobre la muerte. No es la meditación más grata, pero es una saludable tradición en los cursos de retiro y conviene pensar en ella al menos una vez al año. Coloqué mi reloj sobre la mesa y me dispuse a elaborar un sencillo guión. Me vino a la cabeza entonces aquel viejo motete medieval que suele cantarse en Cuaresma y que comienza así:
Media vita in morte sumus. En medio de la vida estamos en la muerte.
Y también el conocido poema de Salvatore Quasimodo, que viene a decir más o menos lo mismo:
Ognuno sta solo sul cuor de la terra/ trafitto da un raggio di sole:/ ed è súbito sera. Cada uno está solo en el corazón de la tierra traspasado por un rayo de sol. Y, de pronto, es de noche.
Miré el reloj, un modesto Casio que carga sus baterías con energía solar. Necesita recibir de vez en cuando ese rayo de sol de Quasimodo, y yo quizá llevaba encerrado demasiado tiempo.
Un minuto antes de levantarme para ir al oratorio, las agujas del reloj se pusieron en movimiento y se colocaron en posición de las doce en punto. El aparatito dejó de funcionar ante mis propias narices. Ed è súbito sera, recordé: de pronto, la muerte.
Con la metáfora en la muñeca y un teléfono móvil en la mano para controlar la hora, comencé la meditación. Fuera había comenzado a nevar.  
A las diez en punto, bajo una lámpara de luz potente, resucitó el reloj y las agujas volvieron a su sitio.  

martes, 25 de febrero de 2014

La respuesta de Chuck Norris

Chuck respondió así al anuncio de ayer, lunes. Y, de paso, nos felicita el año nuevo. 

Para mi álbum


Ana, la dulce pastelera, María, la madre de Candela, Lucía, la británica y Juanjo, el pivot de la familia, posan sonrientes después del bautizo de Candela.

lunes, 24 de febrero de 2014

El pañuelo




Ha sido la primera gran sorpresa de mi nueva casa: me regalan un pañuelo con los autorretratos de los niños y niñas de educación infantil, de Aldeafuente, mi antiguo e inolvidable colegio, donde trabajé como capellán durante 18 años.
Como veis los niños son grandes artistas. No conozco a ninguno, pero probablemente algunas madres habrán sido alumnas mías.
¿Qué hago ahora con el pañuelo? ¿Lo enmarco, me lo pongo al cuello o lo utilizo para enjugarme las lágrimas de la añoranza?

El anuncio del lunes

Recuerdo haberlo visto hace ya algún tiempo. Espero no haberlo colgado del globo hasta hoy. Aunque así fuera, vale la pena verlo dos veces.  




Este otro sí que es nuevo. La idea es buena pero, en mi opinión, resulta un poco largo. Todos los países representados en el próximo campeonato mundial de fútbol tienen cabida en este anuncio. Al final da la impresión de que los brasileños se burlan de Uruguay,

domingo, 23 de febrero de 2014

En defensa de la vida humana

Un discurso espléndido. Vedlo y difundidlo

sábado, 22 de febrero de 2014

El Bautizo de Candela

 Candelaria
La recién bautizada es hermana Carlota, Pablo y María. Su madre, cada día más guapa, también se llama María, y su padre, Juanjo, es un gigante de dos metros y pico que jugó a baloncesto en el Estudiantes y lucha ―con bastante éxito― por conservar el peso.
María (la madre de Candela) y sus hermanas Ana y Lucía, fueron alumnas de Aldeafuente hace más años de los que me gustaría. Y yo, desde tiempo inmemorial, soy parte de esa familia.
He celebrado dos funerales, los de los padres de María ―Ana y Eusebio―, que fallecieron hace tres y cuatro años respectivamente y se ganaron el Cielo con su generosidad, su fortaleza y su señorío en medio de la enfermedad. También celebré, por supuesto, la boda de Juanjo y María y los cuatro bautizos que siguieron. Este verano tendremos otra boda, la de Lucía. Esperemos que la endulce Ana con las tartas que elabora en el establecimiento que está a punto de abrir en Madrid.
Ser cura es esto: tener un montón de familias como propias, poner el corazón en cada una de ellas y ofrecer al Señor el sacrificio, nada pequeño, de no poder verlas más que de Pascuas a Ramos.
¡Hala, familia, a ver cuándo me mandáis las fotos para que cuelgue una en el globo!



viernes, 21 de febrero de 2014

La mudanza




Según parece, durante la conquista del Oeste Americano, cuando una mujer se casaba solía recibir regalos de dos especies diferentes que se llamaban “software” y “hardware”. De ahí tomaron la terminología los informáticos.
Eran “software” los obsequios “blandos”: los vestidos, mantelerías, ropas de cama, etc. Por el contrario los regalos duros ―platos, vajillas, pucheros, etc.― se denominaban “hardware”.
Pues bien, en una mudanza como la que me ocupa en este momento, la distinción es capital. Ya he trasladado poco a poco a mi nuevo domicilio todo el software que no voy a utilizar en los próximos dos días. Ha sido una tarea fácil: el software casi no pesa. El hardware en cambio se resiste al cambio. Tengo frente a mí dos docenas de voluminosas y pesadísimas carpetas repletas de apuntes que yo mismo he escrito. No lo entiendo; juraría que toda mi ciencia cabe en un modesto bloc de anillas. Luego está la impresora, el escáner, los libros, documentos, cables de ordenador, discos…
Menos mal que estoy en Tajamar. Aquí puedo conseguir sin problemas un par de forzudos y una furgoneta.  

jueves, 20 de febrero de 2014

El punto





Me dice Gaby que con los curas prefiere no hablar “si no es imprescindible”.
Gaby tiene 16 años escasos y su alergia a los clérigos es solo una cuestión de imagen personal.
―Es que si me ven charlando con usted…
―…se cachondean.
―Bueno, sí. Un poco.
―Entonces ¿por qué vienes a verme?
Sonríe de medio lado:
―Es que usted tiene un punto… Ya me entiende.
Lo extraño es que, en efecto, Gaby supone que le entiendo. Tendré que investigar la naturaleza de ese punto y hacer examen de conciencia para ver dónde lo tengo.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Otro supervídeo

Me lo envía Marta desde Asturias y es estupendo.

Hasta siempre, Tajamar


Aquí lo cuento todo, y esto también: he vivido año y medio en la residencia de profesores de Tajamar, en pleno Vallecas, y me había hecho la ilusión de quedarme para siempre, pero debo irme.
Tajamar es mucho más que un colegio prestigioso, quizá el mejor de Madrid. Es un tesoro escondido que sorprende y cautiva desde el primer momento. ¡Quién pudiera volver al cole en un ambiente como éste! Tajamar es esfuerzo, compañerismo, fraternidad, libertad, deporte, alegría...  
Mi nuevo domicilio está a 12 kilómetros de distancia, al Norte de Madrid, Es una casa simpática muy cerca de la M30, que es la salida natural de esta Villa y Corte. Me gustará mucho llegar, pero ¡pesan tanto las maletas de la despedida!
Ahí os dejo un vídeo que dice algo del espíritu de Tajamar.


 

martes, 18 de febrero de 2014

"La Señora del dulce nombre"







Ya está en las librerías, en papel, el librito sobre la Novena de la Inmaculada que puse en la red al precio de 1 euro hace solo tres meses.
Ediciones Cobel le ha cambiado el título y a mí me parece muy bien. Ahora se llama La Señora del dulce nombre. Ved aquí el anuncio.

lunes, 17 de febrero de 2014

El (segundo) anuncio del lunes

Esto es mucho más que un anuncio. Gracias, Ramón, por enviármelo.



El anuncio del lunes

Prefiero estos anuncios sencillos, elaborados a con un buen guión y una puesta en escena de verdad, a los que publican las grandes marcas multinacionales, llenos de trucos de ordenador y de efectos especiales.
Bien por el Somontano, sus paisajes, sus vinos, su avifauna de montaña -¡los quebrantahuesos!-. Y Torreciudad, por supuesto.

sábado, 15 de febrero de 2014

La instantánea


Aquel viejo ex futbolista observó la foto atentamente. Era una imagen terrible: aparecía él mismo con gesto enfurecido lesionando adrede a un contrario en el terreno de juego.
Con rostro apesadumbrado devolvió la imagen al periodista y añadió:
―No me juzgue por una instantánea. Yo no soy así ni quiero serlo.
Tienes razón, amigo: en un instante todos somos capaces de lo peor…, o de lo mejor. Si hubieses podido retroceder en el tiempo sólo un segundo, la foto habría sido muy diferente. 
El problema es que nos gusta ser jueces y fotógrafos: a los justicieros nos basta una instantánea para descalificar a nuestra presa.
Dios no actúa de esta forma. No se esconde en cada esquina para fotografiarnos en la peor postura.

viernes, 14 de febrero de 2014

La libertad se llama dignidad

Fernando García de Cortázar ha escrito hoy en la tercera página de ABC un artículo que merece la pena leer y conservar. Creo que cualquier comentario mío sólo serviría para estropearlo. 





La libertad se llama dignidad



EN el prin­ci­pio fue el mie­do. En el prin­ci­pio fue el te­mor a que las pro­pias con­vic­cio­nes no dis­pu­sie­ran de la po­pu­la­ri­dad que se­ña­lan los son­deos. En el prin­ci­pio fue el pá­ni­co a ir con­tra la co­rrien­te, el ho­rror al de­te­rio­ro de la pro­pia ima­gen, el es­pan­to de quien se que­da a so­las con sus ideas. Por­que el li­de­raz­go po­lí­ti­co de nues­tros días no se ba­sa en la ejem­pla­ri­dad de la con­duc­ta, sino en la adap­ta­ción a las cir­cuns­tan­cias. Lo más des­di­cha­do de es­te tiem­po no es so­lo que nues­tra so­cie­dad ha­ya per­di­do aque­llos va­lo­res esen­cia­les que ex­pli­can el sis­te­ma ner­vio­so de una cul­tu­ra y el an­da­mia­je éti­co de una ci­vi­li­za­ción. Es más la­men­ta­ble, en fin, ha­ber ba­ja­do a un ni­vel en que el es­pe­sor del com­pro­mi­so con la ver­dad se con­si­de­re me­nos apre­cia­ble que la del­ga­dez del re­la­ti­vis­mo. Es de­sola­dor que, tras ha­ber des­trui­do uno a uno los edi­fi­cios en los que se ins­pi­ra­ba nues­tra ar­qui­tec­tu­ra cul­tu­ral, ha­ya quien quie­ra con­ver­tir lo que no es más que in­tem­pe­rie éti­ca en el re­fu­gio ilu­so­rio de una irres­pon­sa­ble li­ber­tad.
Los his­to­ria­do­res he­mos per­ci­bi­do siem­pre la cri­sis de una ci­vi­li­za­ción en la pér­di­da de una con­cien­cia, en la ero­sión de una se­rie de cer­te­zas fun­da­cio­na­les en las que co­bra sig­ni­fi­ca­do el sen­tir­se par­te de una in­men­sa tra­di­ción y de un gran pro­yec­to de vi­da en co­mún. La au­sen­cia de esa pers­pec­ti­va, mu­cho más que las pe­na­li­da­des ma­te­ria­les, es lo que ha con­du­ci­do a la des­truc­ción de so­cie­da­des que de­ja­ron de creer en ellas mis­mas por­que em­pe­za­ron por per­der su fe en los prin­ci­pios so­bre los que se ha­bían cons­ti­tui­do. La quie­bra de los va­lo­res en los que se fun­da una co­mu­ni­dad afec­ta a la im­pres­cin­di­ble in­te­gri­dad de una cul­tu­ra, a la va­li­dez de una ma­ne­ra de en­ten­der el mun­do, a la fir­me­za de un mo­do de or­de­nar una exis­ten­cia co­lec­ti­va.
Si una na­ción es la cau­sa que de­fien­de, si una so­cie­dad es el es­pí­ri­tu que la ins­pi­ra, si una ci­vi­li­za­ción es la con­cien­cia de su con­ti­nui­dad his­tó­ri­ca, la gra­ve­dad de la cri­sis de Es­pa­ña no se en­cuen­tra en los cu­ra­bles des­equi­li­brios de nues­tra eco­no­mía, sino en el atroz va­cia­do de los prin­ci­pios que nos hi­cie­ron par­te de un gran es­pa­cio al que lla­ma­mos Oc­ci­den­te. No po­drá con­so­lar­nos de es­ta pér­di­da que tam­bién se su­fra en otros paí­ses eu­ro­peos, aun­que en el nues­tro la co­sa em­peo­re por la fal­ta de re­sis­ten­cia ideo­ló­gi­ca, por el com­ple­jo de in­fe­rio­ri­dad, por la inau­di­ta ca­ren­cia de co­ra­je cí­vi­co con el que se acep­ta la de­rro­ta sin ha­ber da­do la ba­ta­lla. Y mu­cho más por­que Es­pa­ña es el úni­co país oc­ci­den­tal en el que se ad­mi­ten re­pro­ches po­lí­ti­cos y des­plan­tes doc­tri­na­les de quie­nes, en los úl­ti­mos cien años, han he­cho pa­sar a Eu­ro­pa por las eta­pas más ver­gon­zo­sas de las que guar­da me­mo­ria la mo­der­ni­dad.
La nor­ma que de­be re­gu­lar la in­te­rrup­ción del em­ba­ra­zo vuel­ve a pre­sen­tar­se co­mo ese te­rri­to­rio de abun­dan­tes vi­cios pri­va­dos y es­ca­sas vir­tu­des pú­bli­cas don­de to­ma for­ma nues­tra vi­da so­cial. Los con­flic­tos desata­dos por el pro­yec­to son el es­ce­na­rio en el que se re­pre­sen­ta la tris­te en­ver­ga­du­ra de nues­tras con­vic­cio­nes. En es­tas úl­ti­mas jor­na­das, el lla­ma­do «tren de la li­ber­tad» ha rea­li­za­do un cor­to via­je sen­ti­men­tal, un vo­ci­fe­ran­te trans­por­te de mer­can­cías ideo­ló­gi­cas, cu­yo evi­den­te es­ta­do de ca­du­ci­dad no les im­pi­de pre­sen­tar­se co­mo ali­men­to del pro­gre­so y to­ni­fi­can­te de la de­mo­cra­cia. De nue­vo, las ex­hor­ta­cio­nes de es­te sec­tor guar­dan los atri­bu­tos esen­cia­les de un ac­to de pro­pa­gan­da y des­car­tan cual­quier in­di­cio de los re­cur­sos de una ar­gu­men­ta­ción. Lo que cuen­ta es, co­mo siem­pre en el mun­do es­té­ti­co de nues­tra iz­quier­da, la pues­ta en es­ce­na: ex­hi­bir dos ca­mi­nos que con­du­cen al mis­mo co­ra­zón de las ti­nie­blas.
El pri­me­ro, que la de­fen­sa de la vi­da es una pa­té­ti­ca exa­ge­ra­ción del len­gua­je, una inexac­ti­tud gran­di­lo­cuen­te de reac­cio­na­rios, que con­fun­den una sim­ple acu­mu­la­ción de ma­te­ria or­gá­ni­ca con un ser hu­mano. El se­gun­do, que sea cual sea la con­di­ción de lo que una mu­jer em­ba­ra­za­da lle­va en su seno, a ella so­la­men­te co­rres­pon­de to­mar la de­ci­sión de per­mi­tir que la ges­ta­ción con­ti­núe o se in­te­rrum­pa. Siem­pre fiel a ese me­lo­dra­má­ti­co es­tu­por lai­cis­ta que pa­ra­li­za los ór­ga­nos sen­so­ria­les de nues­tra iz­quier­da, quie­nes se ma­ni­fies­tan in­di­can que la Igle­sia tra­ta una vez más de in­cul­car sus dog­mas a los no cre­yen­tes, co­mo si el abor­to fue­ra un asun­to que na­ce y mue­re en el cau­ce mo­ral del ca­to­li­cis­mo. Co­mo si la de­fen­sa de ese pro­yec­to exis­ten­cial que es una vi­da ya con­ce­bi­da no tu­vie­ra más mo­ti­va­ción que las con­vic­cio­nes re­li­gio­sas.
No creo que ha­ya es­pec­tácu­lo más do­lo­ro­so que el de una so­cie­dad que se plan­tea la can­ce­la­ción de una vi­da co­mo un ac­to de li­ber­tad. De­je­mos aho­ra la ya pe­no­sa ar­gu­men­ta­ción acer­ca de la ca­li­dad hu­ma­na de lo que una ma­dre lle­va en su vien­tre. Con­si­de­re­mos que el úni­co mo­ti­vo que con­du­ce a pro­po­ner­se el abor­to es, pre­ci­sa­men­te, que lo que na­ce­rá se­rá una per­so­na, cu­ya exis­ten­cia ge­ne­ra­do­ra de con­flic­tos o in­co­mo­di­da­des, cu­ya exis­ten­cia inopor­tu­na, cu­ya exis­ten­cia sin va­lor quie­re des­truir­se. Por­que, de no es­tar pre­vis­ta la lle­ga­da al mun­do de una per­so­na, ¿en qué con­sis­ti­ría la preo­cu­pa­ción de esa ma­dre que de­fi­ne co­mo de­re­cho la pro­pie­dad ab­so­lu­ta so­bre su cuer­po y una abe­rran­te so­be­ra­nía so­bre una vi­da que aún ha de exis­tir? Si na­cer es al­go más que cum­plir un trá­mi­te hos­pi­ta­la­rio, si vi­vir cons­cien­te­men­te es al­go más que un he­cho bio­ló­gi­co, no po­de­mos pen­sar que la con­cep­ción es un sim­ple asun­to de efi­cien­cia re­pro­duc­ti­va, sino el preám­bu­lo fas­ci­nan­te y abru­ma­dor de la ca­pa­ci­dad de crear una exis­ten­cia hu­ma­na.
La li­ber­tad es aque­llo que nos rea­li­za, es aque­llo que nos da nues­tra con­di­ción úni­ca en­tre to­das las es­pe­cies que vi­ven en la Tie­rra. Pro­cla­mar que la in­te­rrup­ción de una vi­da no es un me­ro ac­to de vo­lun­tad, sino el acon­te­ci­mien­to en el que la li­ber­tad co­bra to­da su ple­ni­tud, so­lo pue­de ema­nar de ese tra­yec­to fe­rro­via­rio, de ese via­je al fon­do de la no­che que se ha em­pren­di­do en nom­bre de una fal­sa eman­ci­pa­ción. Por­que aquí no se tra­ta ya de que una mu­jer ex­pre­se las con­di­cio­nes dra­má­ti­cas en que tan­tas ve­ces pue­de dar­se un em­ba­ra­zo no desea­do. Es­ta­mos an­te la ani­qui­la­ción mo­ral de una so­cie­dad, que con­si­de­ra que las cues­tio­nes lla­ma­das «de con­cien­cia» y que se re­fie­ren a va­lo­res fun­da­men­ta­les pue­den pri­va­ti­zar­se has­ta el pun­to de ex­cluir cual­quier aten­ción del po­der pú­bli­co, cual­quier vi­gi­lan­cia su­je­ta al bien co­mún, cual­quier de­fen­sa de los de­re­chos de to­dos. ¿Que­da­rá la po­lí­ti­ca pa­ra cues­tio­nes me­no­res, pa­ra asun­tos ad­mi­nis­tra­ti­vos, pa­ra te­mas de ter­tu­lia, mien­tras los as­pec­tos esen­cia­les que han de­fi­ni­do la ca­li­dad su­pe­rior de nues­tra cul­tu­ra son aban­do­na­dos en el re­duc­to au­tis­ta de la con­cien­cia in­di­vi­dual?

Por creer lo con­tra­rio, quie­nes pen­sa­mos que en nues­tra con­duc­ta de­ben ser pre­ser­va­dos los de­re­chos y no los pri­vi­le­gios, que nues­tra le­ga­li­dad no pue­de dar por bueno lo que re­pug­na a nues­tra mo­ral, he­mos si­do aga­sa­ja­dos con la mu­ni­ción ha­bi­tual de nues­tra iz­quier­da. Por si nos sir­ve de con­sue­lo en es­te tran­ce di­fí­cil, en el que de­be­mos opo­ner la en­ver­ga­du­ra de las con­vic­cio­nes a los ín­di­ces de po­pu­la­ri­dad, no es­ta­rá de más re­cor­dar lo que un siem­pre lú­ci­do y ya vie­jo Ches­ter­ton di­jo a quie­nes le tra­ta­ban de reac­cio­na­rio: «Apren­dí lo que era la li­ber­tad cuan­do pu­de dar­le el nom­bre de dig­ni­dad».

Hoy también es San Valentín

Puerto, que espera coincidir conmigo algún día "en una gasolinera" me dice que publique este vídeo el día de San Valentín. Bueno, ahí lo tenéis.




jueves, 13 de febrero de 2014

Compañeros de autopista (y II)

―Sí… 
―¿Jorge?
―Sí, ¿quién es?
―Soy el cura de la autopista.
―¿El del C3?
―El mismo.
Se hace un silencio. Jorge ha tapado con la mano el teléfono y susurra algo que no entiendo. Al fin, responde:
―Jajaja… ¿Cómo ha dado conmigo? Ah, claro; la tarjeta. Oiga, me alegro mucho. Tenemos que vernos, pero ahora estoy en Córdoba. Regreso a Madrid el domingo, pero le prometo que necesito verlo lo antes posible, porque ha ocurrido una cosa…
Jorge habla y habla durante tres o cuatro minutos sin dejarme meter baza. Al fin, quedamos en que quedaremos cuando podamos quedar. Así que…
―Además no te olvides de que me debes un café.
―Pero el coche no me lo cambia, ¿verdad?
―Ni lo sueñes.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Compañeros de autopista




En la estación de servicio del desfiladero sopla un viento helado que congela hasta los pensamientos. Un letrero invita a usar guantes para llenar el depósito; pero son unos guantes de papel transparente que están más tiesos que mis orejas.
De pronto aparece un Mercedes 500 color vino Burdeos y se coloca al lado de mi pequeño Citroën negro. Hay que ver lo bien que suenan los coches caros. No solo es el motor; también las puertas, el tapón de la gasolina…, todo.
El conductor tiene menos de 40 años y se abriga con un una bufanda roja de cachemir que da calor a distancia.
Mientras llenamos nuestros respectivos depósitos, observa con gran atención mi coche:
―¿Consume mucho?
―Poquísimo… Pero no se haga ilusiones: no se lo cambio.
Se ríe mientras contesta:
―Si llego a casa con su coche y le digo a mi madre que lo he cambiado, me mata.
―Así que el coche no es tuyo ―de pronto hemos pasado al tuteo―…
―Bueno, como si lo fuera; es de la familia.
Ya en la caja, sigue hablando mientras saca las tarjetas de crédito.
―Mis padres están separados…
Le propongo tomar un café y acepta de inmediato. No hay nadie más en la gasolinera, y podemos detenernos unos minutos sin mover nuestros respectivos vehículos.
Me dice que se llama Jorge y me entrega su tarjeta. Está preocupado y triste porque le ha dejado su novia ―es la segunda―, y no sabe si, “con los tiempos que corren” tiene sentido el matrimonio. Me pregunta sobre las prácticas religiosas, el aborto, la obligación de ayudar a los demás, el Infierno… Todo, en apenas cinco minutos.
―Deberíamos hablar más despacio.
―Vale…
En ese momento nos interrumpe el sonido de un claxon. Jorge tiene que salir corriendo para retirar su coche. Me saluda con la mano y se aleja camino de Madrid.
A mí me toca pagar el café.
 

martes, 11 de febrero de 2014

La conspiración de los huracanes

A las 8,35 de la mañana hay un silencio inquietante en el aire, como el que precede al ataque de los indios navajos en las praderas del Oeste americano.
―Este silencio no me gusta nada ―habría declarado John Wayne―.
Yo en cambio no digo nada. Contengo el aliento y espero lo inevitable.
Cinco minutos más tarde, a las 8,35 se agita tenuemente una de las palmeras del jardín de Gaztelueta. Es como el primer movimiento de batuta de un director de orquesta antes del ataque repentino y brioso de la orquesta.
El huracán llega así, por sorpresa.
―Ya está aquí ―declara Kloster―. Después de Ruth y Stephanie, tenía que venir el tercero.
―Hay una conspiración contra este globo ―le respondo―. Tratan de que no vuele libremente y han organizado una cadena de huracanes para que no podamos levantarnos del suelo.
―Coincido contigo, colega. La prueba es que todos tienen nombre de mujer, Como vienen por orden alfabético, no descartes que el último se llame Vila.
―No me asustes, porfa…

domingo, 9 de febrero de 2014

La ciclogénesis




Salgo de Molinoviejo rumbo a la City a las 10 de la mañana. La radio habla de nieve, vientos huracanados y alertas de todos los colores precisamente en las cuatro provincias que debo atravesar antes de llegar a mi destino.
En efecto, nada más salir de Ortigosa del Monte empiezan a caer sobre el parabrisas de mi coche unos copos finos mezclados con agua fresca. Es sólo un espejismo: en Segovia casi luce el sol y en la Nacional I el panorama se despeja definitivamente.
Un café obligado en Boceguillas:
―¿Qué ocurre con los vientos huracanados? ―le pregunto a la gobernanta―.
―No se preocupe, don Enrique; si no vienen esta tarde soplaré yo misma.
No hay tráfico en la primera autovía de España. Se conoce que “la ciclogénesis explosiva” ha desanimado a los domingueros.
―Se quieren curar en salud ―opina doña Carmen―. Con tanta alarma roja nos dejan sin clientela. Usted sí que es valiente.
Acelero algo más de lo habitual procurando eludir los radares. En Lerma hay un accidente aparatoso aunque nada importante: un camión ha perdido la carga en plena autovía. El conductor y dos o tres parejas de la guardia civil tratan de salvar lo que se pueda.
Justo en el kilómetro 200, a mitad de camino, el cielo se oscurece por completo y empieza a llover con entusiasmo. Enciendo los faros y pienso en Dante: nel mezzo del cammin di nostra vita mi ritrovai per una selva oscura… Con estas palabras comencé el curso de retiro que acabo de predicar en Molinoviejo.
La selva oscura dura poco esta vez. Llego a Bilbao en la segunda parte del Rosario.

sábado, 8 de febrero de 2014

Caer nos hace más fuertes


Goyo me sugiere que ponga este anuncio. ¿Por qué esperar al lunes? Ya están en marcha los Juegos Olímpicos de invierno, y  el vídeo vale la pena.

viernes, 7 de febrero de 2014

Molino-viento. Contar los días






En Molinoviejo ―no sé si llamarlo Molinoviento por los huracanes― siempre cuento los días que faltan.
Faltan dos para que termine este curso de retiro. Aún me faltan diez meditaciones, y como casi nunca consigo desarrollar todo lo que tengo en los guiones que yo mismo escribí hace unos días, trato de reflejar en un nuevo guión lo que acabo de decir para elaborar uno nuevo y repetirme mañana.
Sólo faltan 7 días para el próximo curso de retiro. Iré a La Acebeda, una casa sencilla y elegante junto a Miraflores de la Sierra. Esta vez asistirán personas de la Obra, sacerdotes y laicos, y yo me pregunto cómo ordenar los guiones. ¿Estreno los que escribí para estos días pasados y que han quedado inéditos en el disco duro del ordenador o empleo los que acabo de recauchutar hace una hora?
Faltan dos días para que ponga rumbo a la City. En Bilbao conoceré a Nora, que ya tiene lo menos un mes de vida y es la primogénita de Alfonso y Susana. Se casaron en mi presencia hace poco más de 3 años y lo conté escuetamente aquí. Espero dar una crónica más completa el día del bautizo.
Según parece faltan pocas horas para que se vaya Ruth. Nos consolaremos de su ausencia con la aparición de Stephanie. Estas dos ilustres damas son, en realidad, dos recias tormentas de lluvia y viento que tratan de amargarnos el invierno.
Entre tanto, Molinoviejo se ha llenado de aves extrañas al lugar. ¿Qué hacen aquí dos parejas de arrendajos gritando como posesos? ¿Y a quién pertenece un lamento repetido con un volumen muy alto? ¿Y a dónde va esa bandada alocada de estorninos?