lunes, 1 de diciembre de 2014

A Miss Marple (detective)

Delitos y delincuentes



Hace mucho que no te escribe nadie, ¿verdad, querida Miss Marple? Es natural; han pasado demasiados años desde que protagonizaste la última novela de Agatha Christie, y las películas que hicieron después para darte a conocer no valían gran cosa. Yo, sin embargo, no he podido olvidarte: entre todos los personajes que creó la célebre novelista británica tú fuiste siempre mi preferida.
¿Hércules Poirot, dices? No, por Dios. Es posible que haya sido más popular que tú, pero ¿quién puede simpatizar con un tipo grotesco como ése? Poirot fue un pedante cara de huevo con bigote, vanidoso hasta el ridículo. Presumía de cerebro, de lo que él llamaba sus "células grises", pero sus aventuras eran poco creíbles, demasiado artificiosas para ser reales.
Tú, en cambio, fuiste una detective genial. Te presentabas con humildad, como una anciana solterona de St. Mary Mead, encantadora e inofensiva, un poco cotilla desde luego, pero, sobre todo, buena escuchadora de los chismes que te contaban espontáneamente quienes se te acercaban.
Siempre decías que "la gente es igual en todas partes"; ésta era tu frase preferida. Y lo cierto es que te apoyabas en tu singular conocimiento de la naturaleza humana y en los recuerdos de los vecinos de tu pueblo, para resolver los crímenes más atroces. No había asesinato que no te trajera a la memoria el comportamiento de algún cuñado de una prima de una buena amiga…
Éste fue tu secreto: sabías que, detrás de cada asesinato hay siempre una persona de carne y hueso; un criminal, desde luego, pero, sobre todo, un ser humano equivocado capaz de lo mejor y de lo peor. Y tú eras capaz de entenderlo, incluso de ponerte en su lugar. Sólo entonces, llena de compasión y hasta de ternura, podías identificarlo y entregarlo a la policía.
Aquel viejo aforismo de Concepción Arenal —"odia el delito y compadece al delincuente"— se te podría atribuir a ti con toda justicia. Odiabas el delito, por supuesto, y el delincuente te daba pena no sólo porque al final tú misma lo delatabas, sino sobre todo porque debe ser muy duro llevar un asesinato en la conciencia.
—Podía haber sido un buen muchacho —te lamentabas refiriéndote a un joven asesino—: igual que Peter, el sobrino de Amanda Brown, que se encontró en una situación semejante y supo cambiar a tiempo.
¿A qué viene todo esto? Resulta que últimamente en España andamos muy sobrados de delitos y delincuentes. La palabra "corrupción" está de moda y la indignación popular ha alcanzado cotas nunca vistas. Hay malhechores como los de tus historias, de guante blanco y alto standing; ladrones excesivos que roban sin la menor moderación… Pero hay algo que aún me preocupa más.
Cuando oigo hablar a las gentes en la barra del bar, en la calle o a la hora del pitillo, llego a la inquietante conclusión de que buena parte de nuestros ciudadanos "aman el delito y odian al delincuente". O sea, justo lo contrario de lo que predicaba Concepción Arenal y tú practicabas.
Del corrupto dicen pestes; lo insultan, lo juzgan y condenan sin apelación posible. ¡Que se pudra en la cárcel! Sin embargo, cuando hablan del delito cometido, muchos confiesan, sin el menor recato, que ellos habrían hecho lo mismo, sólo que con más habilidad. Con otras palabras: que están listos para ser corrompidos si hay pasta suficiente.
Debo decirte, querida amiga, que no me lo creo. Quiero pensar que, en esta tierra nuestra, la mayor parte de los ciudadanos aún no estamos en venta ni en alquiler; pero me temo que tenemos el virus dentro. En el fondo, cuando sustraemos papel de la oficina para la impresora de casa o hurtamos unos euritos para el parquímetro o nos colamos en un espectáculo sin pagar, no somos tan distintos de los grandes estafadores. Sólo nos diferencia el tamaño.
Nos parecemos a esos paisanos tuyos de St. Mary Mead, que no eran malos del todo, pero te servían para comprender mejor a los asesinos, incluso para compadecerlos y tratarlos con afecto antes de ponerlos en manos de la policía.

 
 
 
 
 

2 comentarios:

Fernando M Díez Gallego dijo...

¡Muy interesante, Don Enrique!
Las obras de Agatha Christie han tenido siempre algo especial, diferente de por ejemplo El cura Brown de G. K. Chesterton. No digo que peor, eh.
Un abrazo
Fernando
Doctorando en filología inglesa.

Fernando Q. dijo...

la factura, con IVA o sin IVA...???

Y a ver quién responde qué...