viernes, 13 de febrero de 2015

Fuego


Son las 11 de la noche. Acabo de predicar la primera meditación de un nuevo curso de retiro, y sé que tardaré en dormirme.
Estamos en La Acebeda, una casa de convivencias a 40 kilómetros de Madrid. Ha subido la temperatura, pero aún quedan restos de nieve en el jardín. El silencio es total.
Pido al Señor por los treinta hermanos míos  que hacen el curso de retiro. Muchos estuvieron aquí también hace un año y quizá vuelvan el año que viene. El temario será el mismo, pero la oración se renueva cada día, cada minuto.
Hago el examen de conciencia y pido al Señor que sea así; que mi oración no sea ceniza, sino fuego; que sirva para que cada uno de los que la escuchan se enciendan y canten un cántico nuevo a solas con Dios.



 

3 comentarios:

Fernando M. Díez Gallego dijo...

Hacer un curso de retiro de vez en cuando me parece sencillamente genial.

Anónimo dijo...

Y cuando lo hagas de verdad, bien hecho, te parecerá sencillamente imprescindible.

Marita

Cordelia dijo...

Y ya verás como a veces, la oración del sacerdote es fuego, pero otras es manantial de agua fresca, nueva y sorprendente. Y luz. Y lágrimas. Y gracia.
Imprescindible.