domingo, 31 de enero de 2016

A Obelix*


La Cuaresma y los jabalíes

Queridísimo Obelix: tú y tu amigo Asterix habéis sido los héroes de mi segunda adolescencia; la que padecí a partir de los cuarenta años. Vosotros me hicisteis regresar a los tebeos (me niego a llamarlos comics) en plena edad otoñal, y aún hoy, cuando la gripe me derriba y no estoy para libros de gran calado, os busco en mi estantería secreta y repaso las inolvidables aventuras que vivisteis conmigo en la Galia, en Britania, en Hispania o en Egipto.
Por si todavía hay alguien que no os conoce, me apresuro a precisar que tú eres el gordito, el que cayó de pequeño en una marmita de poción mágica cocinada por el druida Panoramix, y, desde entonces, sus efectos son permanentes en ti; te convertiste en un forzudo inexpugnable.
Tal vez algo tenga que ver ese extraño episodio de tu niñez con el voraz apetito del que siempre hiciste gala. Nadie te ganaba a la hora de lanzar por los aires a los sufridos soldados romanos que se empeñaban en atacar tu aldea, pero aún era más admirable tu capacidad de cazar y devorar jabalíes. Te los comías de dos en dos sin aderezos ni guarnición. Cualquier pretexto era bueno para hincar el diente a esos nobles mamíferos asados. Se conoce que entonces como ahora los suidos eran una plaga en los bosques de la Galia.
No te estoy reprochando nada, querido Obelix. Lo tuyo no era gula, sino buen apetito y metabolismo insaciable. Al fin y al cabo debías alimentar esa masa muscular que te hizo famoso en todo el Imperio.
Tampoco es gula la capacidad que poseen algunos adolescentes de engullir como merienda un bocadillo de chorizo de metro y medio sin acabar en la UCI. En cambio, cuando doña Gertrudis lanza un gritito de protesta porque los huevos escalfados no están en su punto o porque "ya nadie sabe hacer una-tostada-como-Dios-manda, ni muy hecha, ni poco", sí nos encontramos ante un caso evidente de gula-exquisita, un pecado capital que se estimula y jalea desde los medios en libros, revistas y programas de televisión o de radio.
No me malinterpretes, amigo: estoy a favor de la gastronomía como ciencia y como arte; tengo parientes bien cercanos que cocinan como auténticos maestros y no querría que se sintieran aludidos por este correo; pero cuando veo a determinados personajes pagar una fortuna por deglutir una almeja mareada con nitrógeno líquido y poner los ojos en blanco como si la experiencia les hubiese transportado místicamente al Edén, pienso que su cursilería posmoderna se parece mucho a la de aquellos antiguos romanos que convertían sus comilonas en espectáculos coram populo para envidia de la plebe.
Supongo, querido Obelix, que no has oído hablar de la Cuaresma, porque en tus tiempos aún no había nacido Jesús de Nazaret. Pero te informo que, desde hace siglos, la Iglesia Católica nos invita a ayunar durante cuarenta días siguiendo el ejemplo del mismo Cristo en  el desierto. No te alarmes; se trata sólo de que nos moderemos en la comida y en la bebida siguiendo unas normas concretas, y no por razones de salud sino por amor a Dios y para ayudar a los más necesitados.
Dar de comer al hambriento es la primera obra de misericordia. Digo "al hambriento" no al adicto ni al tragón patológico. Y el caso es, mi querido Obelix que los años no pasan en balde y tú sigues engordando. Ya pesas como un hipopótamo adulto y dicen que has perdido facultades. ¿Aún eres capaz de perforar las defensas de una legión romana entrando a saco tú solo y haciendo volar por los aires escudos, armaduras, cascos y soldados? Mucho me temo que no; me cuentan que últimamente te han visto bebiendo un chupito de poción mágica como refuerzo.
¿Te animas a bajar unos kilos? No te pido que te hagas vegetariano —no soy tan cruel—, pero podrías reducir la dieta de jabalíes, y los viernes de Cuaresma comprar algún pez al bueno de Ordenalfabetix, que es el pescadero de tu aldea.
No pongas esa cara, amigo, que no es para tanto





* Astérix el Galo y Obelix, su amigo inseparable, protagonizan una serie de historietas cómicas creada por René Goscinny (guion) y Albert Uderzo (dibujo). Traducida a multitud de idiomas (incluyendo latín y griego antiguo), está disponible en muchos países. Es probablemente en la historieta francófona más popular del mundo, junto a la belga Tintín.

jueves, 21 de enero de 2016

Homero y los burros


Al fin he terminado la jornada de estudio y, quién sabe por qué, me siendo obligado a escribir algo en el globo.
Frente a mí, el tablero de la mesa de trabajo parece un campo de batalla. Hay un pequeño ordenador, un monitor de 17 pulgadas conectado con un cable, un altavoz, dos libros pequeños de Teología y uno más gordo de Derecho Romano, la funda de las gafas, la cruz de madera negra que me regaló San Josemaría hace más de medio siglo, una imagen de la Virgen Blanca, un atril, algunos folios y una caja de paracetamol. No me atrevo a fotografiarlo todo y dirijo la cámara sólo a la esquina derecha. Allí están sobre la base de la lámpara del escritorio, el búho Homero —todos mis búhos se llaman así— y Moreno, el borrico más pequeño con su madre, Canela, que llevan conmigo dos o tres años. En primer plano hay un burro nuevo que me trajeron los reyes. Es un trabajo primoroso fabricado artesanalmente en madera de álamo por un artista muy querido. Aún no tiene nombre el jumento, pero cualquier día se me ocurrirá uno, le llamaré y si contesta, lo tendré por bautizado.
En la pequeña jarra de cerámica, que ya no recuerdo quién me regaló, veo a otros tres homeros dibujados sobre fondo azul. Ya veis, burros y búhos. Los búhos me hablan del asombro que, como bien decían los clásicos, está siempre al comienzo de la sabiduría. Sólo quien sepa admirarse de todo lo admirable, aunque sea muy corriente, querrá conocer más y más; será como un niño preguntón, que no descansa hasta atrapar la verdad. El gesto pasmado de los búhos me recuerda que debo hacerme pequeño y dejarme deslumbrar por la belleza.
El borrico me trae recuerdos de palabras oídas mi veces a San Josemaría: las orejas puntiagudas como antenas para oír la voz del Amo, el trabajo escondido y silencioso de hacer girar la noria sin ver el fruto. Y la perseverancia humilde de un animal modesto. Mi burro no se parece nada a aquel Platero de Juan Ramón, que, según el poeta, era pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Mis borricos no son mascotas de peluche, sino fibrosos animales de campo, duros por fuera, fuertes para el trabajo y dóciles siempre.
Mañana, por fin, vuelvo al trabajo de campo. Iré a Molinoviejo. Los burros y los búhos se quedan aquí.


martes, 19 de enero de 2016

Días de estudio y de reflexión



Dicen "los expertos" wikipédicos que el lunes pasado, o sea ayer, ha sido el día más negro y deprimente del año. Afirman, con su proverbial perspicacia, que  ya se acabaron los excesos navideños, que todos hemos ganado un par de kilos, que las cuentas corrientes son cada vez más corrientes, que casi nadie ha cumplido los saludables propósitos del año nuevo y que enero viene cuesta arriba. Por tanto, el primer lunes no festivo del año 2016, toca llorar a moco tendido.
Yo, en cambio, quizá por no tener título de experto, me lo paso en grande estudiando y preparando clases para febrero. Hace mucho tiempo que no me permitía el lujo de sentarme ante una buena mesa, un flexo, un cuaderno cuadriculado como de los de antes, la pluma waterman, tres o cuatro libros estratégicamente dispuestos  y un par de horas vacías sin que nadie requiera mis servicios. De vez en cuando suena en el móvil la campanita que anuncia la llegada de un whatchap, pero ya me he acostumbrado a abrirlos sólo al final del día para no intoxicarme.
A las dos de la tarde termino de elaborar unos apuntes de Teología Pastoral. A las cuatro y media me lanzo al estudio del Derecho Canónico. A las seis, Escatología. Luego, media hora de oración y otra media de reflexión personal  —imprescindible— sobre lo leído. A estas alturas de la vida soy consciente de que el disco duro de mi sesera está abarrotado, pero siempre es posible mandar a la papelera de reciclaje unos pocos conceptos caducados y grabar encima lo que sea necesario, atornillándolo bien en la memoria.
Por un momento me hago la ilusión de que no he perdido el hábito de estudio y que no aprendo más lentamente con la edad. Al contrario, creo que asimilo con más rapidez que nunca, y lo hago constar aquí para convencerme a mí mismo.
—Amigo —interviene Kloster—, ¿también presumes de eso? Eres sólo un viejo vanidoso con buena memoria y escaso talento que sabe dar el pego a los alumnos con cuatro o cinco trucos de veterano.
—De acuerdo, colega pero tollant nobis saltata. O sea, que nos quiten lo bailao.
 

miércoles, 13 de enero de 2016

Crepúsculo


Crepúsculo es la claridad que precede a la salida del sol y la que perdura desde que el sol se pone hasta que es de noche.
Esta mañana he salido al jardín de La Acebeda tres cuartos de hora antes de la primera meditación. Aún no había amanecido, pero el horizonte ya ardía con fuerza inusitada. Quedaban en el cielo apenas dos o tres jirones de nubes negras y la estela rosácea de un avión que cruzaba el firmamento de norte a sur.
En el curso de retiro que estoy predicando había llegado la hora de meditar sobre el misterio de la muerte, y pensé que debía prepararme un poco mejor para que mis palabras se clavasen en corazón de todos —también en el mío— y diesen fruto. Debería esforzarme por transmitir paz, no por sembrar angustia ni temores. La muerte al fin y al cabo es sólo una puerta que se abre y se cierra en un instante, y no tendría sentido dejar clavada la vista en ella. Hay que traspasarla, mirar al otro lado, a la vida eterna, para llenarse de Esperanza. Dios abrirá esa puerta cuando estemos preparados para cruzarla.
Pensaba en estas cosas cuando la luz del crepúsculo empezaba a enseñorearse del cielo. Regresé a mi despacho. La aurora había penetrado por el amplio ventanal y bañaba en rosa el contorno de los muebles. Me acordé entonces de Mariano  del Castillo. Hace poco más de treinta días charlé con él en esta misma habitación durante otro curso de retiro. Mariano aparecía pletórico de fuerza, lleno de amor de Dios y de deseos de entrega. 
Hoy Mariano está ya en el Cielo. Dios le abrió la puerta inesperadamente durante un paseo por la Sierra de Madrid.
Me encomendé a él antes de empezar la primera meditación del día. Hablé del crepúsculo y expliqué que la muerte no es un ocaso sino un amanecer. Lo que importa es que estemos preparados y no tengamos miedo a mirar de frente a ese Sol, que ya se perfila en el horizonte. 


lunes, 11 de enero de 2016

Manual de instrucciones




Los Reyes me han traído este año un pequeño altavoz que mejora sustancialmente la calidad del sonido de mi pequeño ordenador y me servirá para oír música sin que se mis tímpanos se depriman. El aparatito puede conectarse por cable o por bluetooth, y la configuración está al alcance de gentes tan poco expertas como yo mismo.
¿Qué necesidad tengo de leer el "manual de instrucciones"? Ninguna, por supuesto; pero ya que está redactado en inglés, alemán, japonés, francés y castellano, decido echarle una ojeada.
Como soy hombre metódico y curioso, comienzo por la primera página en español: 
Abrir-Pulsa la tecla de función cerca de tres segundos.Re-pareja cuando conecta al teléfono pulsa a la vez el botón -+ unos tres segundes.Conectividad Bluetooth.Por favor, sostiene la distancia de altavoz y teléfono (dispositivo e conectión) dentro 10 m.
Y así sucesivamente. Ni que decir tiene que en japonés se entiende mucho mejor.

viernes, 8 de enero de 2016

Con viento de popa




Desde Solavieya a la City hay dos hora y media por la recién completada autovía del Cantábrico. Hoy sin embargo decido tomármelo con calma porque sopla un viento fuerte y racheado que invita a la cautela más extrema.
Me pongo en marcha a las diez en punto. Como el coche va bien cargado, el riesgo de salir volando es pequeño, prácticamente nulo. Sí es posible en cambio que el aguacero me sumerja en algún charco oceánico que aparezca de improviso en la carretera o que las ruedas patinen sobre una balsa inesperada. Hasta las indomables gaviotas están recluidas en sus cuevas.
El viento sopla del suroeste. Como yo voy hacia el este, noto el empujón del huracán por la popa. Casi no tengo que pisar el acelerador. Me pregunto qué pasaría si izara un velamen marinero en el techo del Citroën.
Enciendo la radio. La locutora hace una bromita sobre el viaje de regreso de los Reyes Magos, que, como yo, cabalgarán hacia oriente.
—Hoy —asegura— los Magos tendrán  que hacer magia de la suya, porque en Cabo Peñas soplan rachas de viento de hasta 150 kilómetros por hora. Cambio la radio por la música y pongo a Vivaldi: "Las cuatro estaciones" comenzando con la Primavera. Tal vez con la música se calme la fiera eólica.
El GPS me advierte de la presencia de un radar a 500 metros. "Velocidad máxima, 100 kilómetros por hora".
—De acuerdo —le contesto—, pero tendrá que multar al viento, que es quien conduce hoy mi automóvil.
De pronto, al salir de un túnel, ya no hay viento ni lluvia. Si hay, en cambio, una estación de servicio, un oasis de Repsol con tienda y cafetería incluidas.
El encargado de la gasolinera es gallego y ejerce como tal. Le pregunto sobre el clima y no logro saber si ha llovido poco o mucho, si hizo viento o no, si ha mejorado o ha empeorado el tiempo.
Me tomo un café bien cargado. A partir de Laredo ya me es posible rezar el Rosario a mi aire, sin temor a otros aires huracanados. El Serantes me recibe con una bufanda de nubes negras sobre sus hombros.

domingo, 3 de enero de 2016

Al fin, sirimiri


Gracias a Dios ha cambiado el tiempo en Asturias. El sol ha desaparecido tras las nubes y una llovizna apenas perceptible empapa lentamente el paisaje.
La tentación es demasiado fuerte. Debo salir al jardín de Solavieya y rezar el penúltimo Rosario del día entre árboles, arbustos y setos, camino de la ermita.
—Te estás mojando —me advierte José Manuel—.
—Sí…
—¿Y no te importa?
—Al contrario.
El sirimiri, orvallo o como quiera que lo llamen en esta tierra, me trae recuerdos de mis orígenes anfibios. La piel se hidrata, los pulmones se me llenan de aire limpio y empiezo a respirar el bálsamo familiar de la España húmeda: los efluvios del ilustre estiércol vacuno, el tenue perfume de la hierba y, como venido de lejos, un recuerdo del mar, aromas de pesca y de sirenas.
Mientras camino, hago el propósito de dedicar este año que comienza a aprenderme los nombres y características de todos los árboles de España; quizá también de Europa. Ahora que apenas quedan en la Península aves que me sorprendan, me apetece plantearme nuevas aventuras y colgar los prismáticos.
Pronto volveré a Madrid y de un salto me plantaré en La Acebeda; luego, en Molinoviejo, en la Gran Canaria, en Riaza…, sin olvidar al Serantes. Hace años me encantaba viajar; ahora me gusta más llegar y dar paseos por antiguos caminos ya recorridos siguiendo mis propias huellas. Es como releer un viejo libro  y redescubrir aquel pasaje que nos emocionó en otro tiempo y ahora aún conmueve más, al recordarlo.
He rezado el Rosario, y se me ha ido el santo al Cielo varias veces, un cielo encapotado, que quiere llover acariciando, poco a poco.