lunes, 29 de febrero de 2016

A Zacarías


"Escuchatanes"

Querido Zacarías. Quizá debería haber escrito "San" delante de tu nombre, ya que fuiste santo, igual que tu esposa Isabel; pero es que en los e-mails electrónicos los títulos protocolarios parecen fuera de lugar.
Fuiste el padre del "más grande nacido de mujer"; así definió Jesús a tu hijo, Juan el Bautista. Y San Lucas te llama "justo" porque que cumplías de forma irreprochable la ley de Dios. Sin embargo entraste con mal pie en la historia. Resulta que se te apareció el mismísimo Arcángel San Gabriel en medio del Templo con toda la pompa que siempre acompaña a las criaturas celestiales; te dijo que Dios había oído tu oración y que tu esposa te daría al fin el hijo que tanto deseabas, pero tú, en vez de saltar de alegría, le miraste de reojo y soltaste una simpleza:
—¿Cómo sé que lo que me dices es verdad? Porque yo soy viejo y mi esposa también.
Pero bueno…, ¿en qué estabas pensando? ¿No te bastaba la presencia de un arcángel? ¿Necesitabas además un notario?
Total, que te quedaste mudo. Fue una broma de Yahvé más que un castigo. El Señor quiso que perdieras la voz durante nueve meses y la recuperaras sólo cuando naciera Juan. Tan absoluto fue tu mutismo que algunos pensaron que también estabas sordo, y antes de la circuncisión de tu hijo te preguntaron "por señas" cómo querías que se llamara. No eran necesarias las señas. Tú oías la mar de bien y contestaste por escrito que Juan. Entonces se te desató la traba de la lengua y comenzaste a alabar a Dios y a charlar por los codos para recuperar el tiempo perdido.
De toda esta historia lo que más me interesa destacar es precisamente tu silencio de nueve meses en presencia de tu esposa Isabel. Ella apenas salía porque le daba vergüenza exhibir su embarazo a una edad tan avanzada, y en casa, ¿con quién iba a hablar?
Hasta que un día llegó la Virgen María. La reconociste enseguida: había crecido mucho, pero aquellos ojos llenos de gracia eran inconfundibles. Al oír su voz, corristeis a recibirla en la entrada. Tú le diste un abrazo de bienvenida; tu hijo Juan bailó en el vientre de su madre, y tu esposa, llena del Espíritu Santo, vio en aquella chiquilla a la Reina y Señora del universo.
Entonces comprendiste el porqué de aquella visita inesperada. Es cierto que María Santísima venía servir a su prima, a hacerle compañía hasta que naciera Juan; pero, sobre todo, necesitaba desahogarse con una amiga. Y cantar y bailar el Magníficat para dar gracias a Dios con toda el alma.
La Virgen llevaba ya unos días sin poderse contener. Cuando el Ángel Gabriel le anunció que iba a ser la Madre del Mesías, entendió que debía ser discreta, pero el Señor no pudo pedirle que guardara silencio durante nueve meses. Las mujeres necesitan hablar, comunicar sus penas y sus alegrías, compartir lágrimas y gritos de júbilo. Y San Gabriel le sugirió el mejor camino: "ahí tienes a tu prima Isabel…"
María e Isabel se pasaron tres meses charlando. Se lo contaron todo y disfrutaron como dos adolescentes santas que comparten un secreto; el secreto más grande y alegre de la historia.
Quizá el Señor te dejó mudo para que estuvieses bien atento a aquel diálogo inefable y no se te ocurriera meter baza. Y es que a los hombres también nos cuesta estar callados y no nos viene mal de vez en cuando que alguien nos enseñe a prestar atención. El mundo está lleno de charlatanes, pero apenas hay "escuchatanes". Nos oímos, sí, pero como quien oye llover. Y cuando los locutores de radio dicen "han escuchado ustedes…", es sin duda un juicio temerario.
Escuchar a quien nos habla es la forma más afable y discreta de empezar a amarlo. El "escuchatán" recibe cada palabras con humildad, la pondera, y siempre aprende algo nuevo. El charlatán en cambio, de tanto oírse a sí mismo, se aburre como una ostra.
María Santísima estuvo a la escucha de Dios desde niña. Cada mensaje divino llegaba directamente a su corazón y allí maduraba poco a poco en su oración contemplativa.
Tengo para mí, querido Zacarías que tú también aprendiste a escuchar al Señor oyendo en silencio a su Santísima Madre. Desde entonces eres mi "escuchatán" predilecto. 
Tu santa esposa, no. Ella fue una magnífica charlatana.

domingo, 28 de febrero de 2016

Enfermos de odio




Me piden que escriba sobre las blasfemias, que no guarde silencio en el blog ante los actos sacrílegos, los insultos a Jesucristo y a la Santísima Virgen, las amenazas que reciben los católicos sólo por serlo y, en definitiva, ante la basura antirreligiosa que se acumula en la red, en las televisiones y hasta en las calles de nuestras ciudades.
Guadalupe, que vive en los Estados Unidos desde hace más veinte años, me pregunta escandalizada: "¿qué les está pasando en España?"
Enrique García-Máiquez, en su artículo de hoy —que recomiendo— habla del presunto "derecho a la blasfemia", que algunos reivindican quizá como paso previo a la subvención. Algún columnista menos serio afirma que las manifestaciones de fobia anticatólica son sólo una moda de la izquierda, que pasará como pasó la moda de los pantalones campana. Yo me temo que el fenómeno es más grave. Estamos ante una epidemia de odio, y el odio, por muy explicables que sean a veces sus causas, siempre tiene al Diablo como primer principio.
Precisamente por eso me esfuerzo en callar. La enfermedad del odio es muy contagiosa y uno corre el riesgo de caer en la trampa de responder con más odio a los infectados con ese virus demoníaco. ¡Pobre gente! Es indudable que lo pasan muy mal odiando así. Tratemos de curarles, de restañar sus heridas, de devolverles la sonrisa que parecen haber perdido en algún recodo del camino.
Una monjita (la llamo así, en diminutivo, porque era muy pequeña) me contaba con pena que estuvo atendiendo a un enfermo de Sida durante casi un mes, y aquel hombre sólo respondía con blasfemias a cada una de sus curas.
—No me atreví a corregirle —añadió—. Yo sólo le sonreía y pedía a Dios por él. No sé si hice bien.
Le dije que sí, que lo había hecho muy bien. Y me acordé de algo que escribió San Josemaría hace casi ochenta años:
"Lo que más temen los enemigos de Dios es que llegue un día, en el cual todos los que creen en Jesucristo se decidan a poner en práctica su fe: y a eso vamos".

sábado, 27 de febrero de 2016

El mirlo y la nieve


El jardín de Molinoviejo se me aparece como un folio en blanco en el que debo escribir algunas líneas antes de que anochezca. 
Mi problema es que estoy desentrenado. Tal vez si saliera a pasear entre los pinos...
El aire está en calma y el cielo oscuro como un túnel. Lo más probable es que esta noche caiga otra nevada igual que la de ayer.
Algo se mueve junto al muro que separa mi jardín de la zona de la residencia. Es un mirlo macho, negro como el carbón, que intenta resguardarse del frío en el seto que trepa por la pared. Me ve, grita y sale huyendo torpemente. Quizá está enfermo o herido porque su vuelo no le ha permitido llegar muy lejos. Cae en medio de la nieve y agita las alas como pidiendo auxilio. Yo me quedo inmóvil para no asustarlo mientras compruebo que no tengo a mano la cámara fotográfica.
Si yo fuera Oscar Wilde, ahora mismo escribiría un cuento sobre ese pobre mirlo que no logra salir de la trampa blanca en la que ha caído. Inventaría una historia melancólica como la de "el ruiseñor y la rosa". Claro que yo no soy Oscar Wilde y lo único que me sugiere la presencia de ese mirlo es que él yo nos parecemos: los dos vestimos de negro y estamos solos; compartimos a medias el mismo jardín y cantamos de vez en cuando sin que nadie nos oiga.  Es verdad que yo además predico todos los días y trato, sin mucho éxito, de renovar mi canto.  
Entro en casa en busca de la cámara fotográfica para retratar al mirlo. Cuando regreso el pájaro ya no está; se ha librado de la trampa y se ha subido a un abeto para tararear la última balada de la tarde.

viernes, 26 de febrero de 2016

Romper el silencio




Eso es lo que me pide Kloster; que "rompa" este silencio con el que, según él, estoy castigando a mis secuaces desde hace casi un mes.
Yo no sé si el silencio es quebradizo o si lo que se rompe de verdad es el ruido que nos rodea cuando uno decide callar por un tiempo. Sí parece claro en cualquier caso que buena parte de los lectores del globo andan inquietos. Unos me preguntan si estoy bien de salud, otros suponen que ha ocurrido alguna desgracia en mi familia; hay incluso quien ya ha rezado un responso por mi eterno descanso. Y yo mismo, que sólo pretendía desintoxicarme un poco saliendo de esta red que nos posee a todos, he empezado a tomarme el pulso cada dos horas para comprobar  que, en efecto, sigo vivo y dispuesto a hacer volar el globo un par de años más.
Escribo desde Molinoviejo. Hasta hace una hora en la casa y el jardín reinaba un silencio confortable; pero, de pronto, se ha levantado un vendaval alborotador, que crece por momentos.
Dice el oráculo de la agencia de meteorología que esta tarde caerán bruscamente las temperaturas y, al fin, llegará la nieve. Pero la nieve cabalga en el silencio. Ojalá vuelvan aquellos copos enormes que descendían lentamente el año pasado como en un vuelo de mariposas y se posaban intactos al otro lado del cristal de la ventana, como de puntillas.
Que nadie rompa ese silencio. Este globo no lo hará; se elevará despacio, sin ruido.
 

jueves, 4 de febrero de 2016

Ha fallecido José Miguel Cejas


La noticia me acaba de llegar a Molinoviejo y aún no acabo de creérmela. José Miguel, escritor incansable y viajero, tenía una gran pasión: hablar de Dios. Ha fallecido así, dando una clase de catequesis a alumnos de un colegio en Madrid. Un infarto fulminante nos lo ha llevado al Cielo.
No sabría decir cuántos libros ha publicado en distintos idiomas aquí tenéis un enlace de "la Casa del Libro" donde figuran algunos.