Algete verdea al norte de Madrid
Es
evidente que voy perdiendo facultades. Ayer, sin ir más lejos, fui a Algete
para bendecir la nueva casa de Carlos y Marta. Me invitaron y me hizo muchísima
ilusión. Lo llevaba todo preparado: el ritual, la estola, el hisopo y ese
aparatito que todos portamos en el bolsillo, al que llamamos móvil y sirve
incluso para hablar por teléfono. Yo pensaba sacar unas fotos, pero se me
olvidó. Me dije que bueno, que la cosa no tenía mucha importancia; bastará con
poner en el globo una breve crónica del evento; pero al tratar de recordar los
nombres de los niños, me di cuenta de que los había olvidado. La culpa, pensé,
es de Marta, que sigue tan guapa como el día de la boda y quizá me deslumbró un
poco; pero esto no debo ponerlo en el blog. Quizá fue la hija mayor, ¿cómo se
llamaba? Tiene 15 años y quiere estudiar comunicación audiovisual, que no sé lo
que es, y de paso matricularse en el JANA, la conocida escuela de artes escénicas.
María (eso es, se llama María) es la mar de simpática y encima tiene buen
gusto, ya que me pidió que le dedicara un libro mío que todavía no ha leído
(por eso digo que tiene buen gusto). Lola, no. No me pidió nada y estuvo todo
el rato callada, quizá porque es la pequeña de la tribu y le daba cosa hablar
con un cura. Luego estaba la tercera, cuyo nombre he olvidado, aunque no su
cara, que quería irse a jugar con sus amigas; y los dos chavales, que son
clavados a su padre…
Ya
veis, ni siquiera se redactar una crónica decente. A Carlos, el padre de
familia, lo conocí hace veinte años más o menos, cuando lucía una espesa
pelambrera rizada tipo afro. Ahora está como entonces, pero tiene lisa y canosa
la azotea. Me cuenta que no tendrá más remedio que sacarse el permiso de
conducir (ya va siendo hora), porque vive en el campo y Madrid está a quince o
veinte kilómetros.
De
vuelta a casa, me pregunto por qué pasarán tan veloces las décadas a pesar de
lo mucho que nos esforzamos por detener el tiempo.
—Está
usted igual que el día en que nos casamos —me dice Marta—.
Qué
bien mienten las chicas guapas, ¿verdad?