sábado, 30 de septiembre de 2017

Mañana



El Sábado siempre es la víspera, la espera, la ilusión de algunos, el miedo de otros.
A veces el sábado corre tan rápido que asusta y uno trata de detenerlo para que no llegue nunca el domingo y, con él, la catástrofe presentida. Otras veces el sábado se arrastra perezosamente. Los minutos se nos antojan horas. ¡Quién pudiera abreviar el tiempo de la esperanza!
Mañana es primero de mes, y siguiendo una vieja rutina, cambiaré la máquina de afeitar desechable, pondré al día la cuenta de gastos, planificaré mis tareas de los próximos 31 días, daré betún del caro a los zapatos y, por ser domingo, trataré de regresar al kilómetro cero de mi vida para decir al Señor que, ahora sí, de verdad, empiezo a convertirme.
Hoy, sábado, he rezado por todos los catalanes. Me temo que nos esperan días de frustración y melancolía. He pedido que, cuando pase el camión de la basura en la madrugada del lunes, limpie de odio las calles de todos los pueblos y ciudades de España: que sigamos peleándonos, pero sólo por Messi, Ronaldo o Morata; que gane la liga el Betis, y el Athletic la copa.
Las aves migratorias ya han regresado a sus cuarteles de invierno. Ayer vi una docena de cigüeñas, camino del sur.
—Vais con retraso —les he dicho—. 
—Hemos decidido quedarnos en España —responden—. Vamos a dar un paseo por la Mancha, pero  mañana estaremos en casa de vuelta.


jueves, 28 de septiembre de 2017

El tiempo libre

No es tiempo de huida.
Es tiempo de madurar, de crianza, de silencio, de espera.
Tiempo de intimidad en el amor, de soledad, de susurros, de risas contenidas.
Tiempo de apertura, de mirar a los que amas para descubrirlos por primera vez.
Tiempo de siembra, de dar vida a las viejas utopías que un día soñaste.
Tiempo de descanso, de esconder tu fatiga a la sombra del alma.
Tiempo de calcular los kilómetros andados y los que aun debes recorrer. 
Tiempo de abrazar a quien lo necesita, de hacer cosquillas a los tristes.
Tiempo de escuchar la melodía del viento, los  timbales del trueno, el goteo de la lluvia..., y las palabras de tus amigos
Tiempo de mirar los a ojos de los mendigos y descubrir en ellos la mirada de Cristo 
Tiempo de abrir la puerta al Dios-mendigo que balbucea cada día su llamada.
Tiempo de fe; de luz y de penumbra. 

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Han pasado tres años

¿Alguien ha olvidado aquel 27 de septiembre?

martes, 26 de septiembre de 2017

A Pablo

El mendigo que me habló del Cielo 



Querido Pablo:
Nos conocimos a mediados de agosto, bajo un sol infernal. Llevabas un sombrero gris con una cinta verde alrededor de la copa y una camiseta blanca con gruesas rayas horizontales de color azul. No parecías un mendigo; si acaso, una especie de payaso callejero, sobre todo porque el sombrero te estaba pequeño y se te había posado en lo alto de la cabeza como si hubiera caído del cielo mansamente.
Permanecías inmóvil, en pie, apoyado en una fachada señorial del barrio de Salamanca, tieso como una cariátide. Tenías la mano izquierda en la espalda y la derecha extendida hacia el frente con un vaso de plástico en el que bailaban dos o tres monedas. Te pregunté tu nombre.
—Me llaman Pablo —dijiste—, pero no te fíes demasiado. En la calle se miente mucho. Si me das un euro, te digo la verdad.
Dejé el euro en el vaso y te apresuraste a comprobarlo metiendo tu narizota en el recipiente.
—¡Qué bien huele el dinero! El Papa ha dicho que es el estiércol del diablo, pero me gusta su aroma.
Ya estaba claro que no eras un mendigo corriente. Citabas al Papa y te expresabas con precisión aunque con un tono algo arrogante y provocador.
—¿Asturiano? —aventuré—.
—Sí, o a lo mejor no; mentimos mucho en este barrio.
—¿Y por qué tendrías que mentirme?
—Los ricos mienten, y yo quiero ser rico. Si me invitas a una cerveza, te lo cuento.
Nos sentamos en la terraza de un bar que había a pocos metros. El camarero te llamó "Antón", pero yo me hice el sordo; me interesaba más tu historia que tu verdadero nombre. Y comenzaste sin más  preámbulos:
—Soy de Vigo y he trabajado 25 años en la mar.
Ya sin freno, te remontaste hasta tu primera novia, Mari Cruz:
—Me divorcié de ella antes de casarme. Mi segunda novia fue la cerveza, y ésta no me abandona. Yo la engaño con la ginebra, y a veces con el güisqui; pero le da igual. Soy alcohólico a mucha honra y no pido en la calle para comer, sino para beber. Un pijo de Serrano me  trae un porro de vez en cuando y lo fumamos a medias.
Hablabas a borbotones, sin orden ni concierto. Yo casi había perdido el hilo cuando me dijiste que querías ir al Cielo.
—Mi colega, el del porro, dice que no existe, pero yo lo he visto en el mar cuando se pone el sol…


Te quedaste callado unos segundos. Luego añadiste:
—El Papa dice que los ricos lo tienen muy difícil, pero a los pobres y a los borrachos nos llevarán los ángeles al Cielo.
Yo también intervine en la conversación y quiero suponer que mis palabras te ayudaron a buscar el mejor camino para que los ángeles pudieran llevarte a un Cielo aún más grande y perfecto que el que incendia el océano al atardecer.
Quedamos en vernos de nuevo "en octubre, cuando pase el calor". Habíamos interrumpido nuestra charla porque te dio una llorera regular y más de una lágrima cayó en el fondo de la jarra de cerveza vacía. Los de las mesas vecinas nos miraban alarmados, y el camarero se acercó solícito:
—¿Estás bien, Antón?
—No pasa nada —respondí yo—. ¿Cuánto debemos?
Levantaste la cabeza como un resorte y te dirigiste al camarero:
—Esto lo pago yo. Apúntalo en mi cuenta, Pepe.
—¿Tu cuenta…?
Alguna vez me han acusado de inventar las historias que reproduzco en esta página. Yo suelo defenderme diciendo la verdad: que las anécdotas vienen a mí porque las provoco. Esta vez bastó con preguntarte tu nombre. Ésa suele ser la mejor limosna.
—Pero bueno, ¿te llamas Antón o Pablo?
—¿No te he dicho que aquí mentimos mucho? A Pepe lo tengo engañado.
Pongamos que te llamas Pablo. Tus lágrimas no mentían y como ya ha llegado el otoño, volveremos a encontrarnos muy  pronto en la misma esquina.